Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Juan Manuel de Prada recuerda en el «Osservatore» que el arte es algo más que «sentimentalismo pío»

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El arte, sostiene Prada, no puede rehuir del drama: la presencia simultánea en el mundo del pecado y de la gracia que lo vence... o no.
El arte, sostiene Prada, no puede rehuir del drama: la presencia simultánea en el mundo del pecado y de la gracia que lo vence... o no.
La polémica en torno a la película Silencio de Martin Scorsese, a la que Juan Manuel de Prada consagró una elogiosa crítica en L'Osservatore Romano, ha llevado al escritor a una reflexión más amplia sobre el arte que publicó el diario vaticano este lunes.

Prada lamenta "la incomprensión que desde ciertos ámbitos católicos se profesa a todo arte que no sea esquemático o doctrinario, sino complejo y problemático (o sea, auténtico arte)", una "hostilidad" que "se dirige también con frecuencia hacia obras muy estimables que, simplemente, no incurren en el sentimentalismo pío". Este hecho, afirma, es "una de las pruebas más lastimosas de la decadencia de la cultura católica".

En ocasiones esa hostilidad envuelve "prejuicios ideológicos" con "coartadas religiosas", y en ocasiones es un mero "fariseísmo" que encuentra "la excusa perfecta para condenar al artista, que suele ser persona de hábitos licenciosos o heterodoxos". Y cita los ejemplos de Caravaggio, Pier Paolo Pasolini, Félix Lope de Vega u Oscar Wilde.

Entre la iconoclastia y el puritanismo
"Dios elige con frecuencia a los caídos y a los sucios como depositarios del arte más elevado y sublime", argumenta Prada, "y el rechazo a los artistas 'réprobos' es en el fondo rechazo a la Gracia divina" en beneficio de "obras inanes, almibaradas, cursilonas y relamiditas, puro arte des-graciado en el más estricto sentido de la palabra".

Habla también de una "tentación iconoclasta", que olvida que "esta unión de Dios con el mundo material y sensible alcanza su expresión más gloriosa en el arte, que es instrumento real e imagen visible de Dios", y de una "infección de raíz puritana" que niega el pecado original. Esta infección ha sido devastadora en ámbitos anticatólicos dando lugar a un arte "frívolo" o "cínico", pero también en ambitos católicos "dando carta de naturaleza a un arte infantilizado que niega el principio de la felix culpa y la naturaleza dramática de la vida humana, esa 'libertad imperfecta' que caracteriza la lucha del hombre en busca de redención".

"Leonardo Castellani", alega Prada citando al gran escritor y sacerdote argentino, de cuya obra es introductor, editor y valedor en España, "se rebelaba contra esos católicos que reclaman un arte de soluciones netas, de triunfos apoteósicos, un arte sin penumbra ni conflicto".


El sacerdote jesuita argentino Leonardo Castellani (18991981) consideraba a Charles Baudelaire (18211867) como el gran poeta católico del siglo XIX, aunque, precisaba con humor, "no es una lectura para chicas que se alimentan de bocadillos y de novelas yanquis, ni para beatos, ni para burgueses, ni para burros, ni para sacerdotes no advertidos, ni para hombres sin percepción artística, ni para la inmensa parroquia de la moralina y de la ortodoxia infantil".

La "moralina" y la "ortodoxia infantil" que debelaba Castellani "es lo que hoy, tristemente, se exige desde ciertos ámbitos católicos, cuando se preconiza un arte sin conflicto, un arte de soluciones netas y triunfantes. Sólo que esta 'moralina' y 'ortodoxia infantil', lejos de ser instrumento para la evangelización, generan repugnancia en las almas sensibles que, sintiendo curiosidad por la fe,  rechazan –con buen criterio– las soluciones fáciles".

El abismo del hombre
"El verdadero arte católico", sostiene el autor de Mirlo blanco, cisne negro, "tiene que asomarse [al] abismo" de las "vidas conflictivas y dramáticas" porque en ellas "entenderemos mejor la misericordia divina, el profundo amor que Cristo nos mostró, inmolándose también por nosotros: "Arte católico no es el que se fuga ante el peligro, sino el que se zambulle en él, a sabiendas de que esa zambullida puede conducirlo hasta el corazón de las tinieblas".

"El arte que retrata las debilidades del ser humano puede ser profundamente moral", concluye Juan Manuel de Prada, "infinitamente más moral que el arte buenista e infantilizado que nos muestra un falso mundo de color de rosa; un mundo sin jóvenes ricos, sin leprosos ingratos, sin cobardes ni traidores, un mundo sin sudores de sangre en Getsemaní".
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