Un misionero cántabro entre los cazadores de cabezas filipinos del siglo XIX: memorias de otro mundo
El misionero dominico Buenaventura Campa nació en una aldea cántabra en 1852, llegó a Filipinas con 25 años y quiso dedicarse a evangelizar y estudiar las tribus más remotas. Así fue a parar entre los mayoyaos y los ilongotes, las etnias más violentas de la gran isla de Luzón. Campa moriría en 1916, y ahora, cumpliéndose el centenario de su muerte, se publican dos de sus narraciones más apasionantes con el título Entre las tribus del Luzón Central (Editorial Renacimiento).
Los dos textos de Campa, "Una visita a las rancherías de ilongotes" y "Los mayoyaos y la raza Ufago", se publicaron en el XIX en una publicación periódica filipina, de gran valor antropológico y etnográfico que recogía aportaciones de misioneros de Japón, China, Vietnam y Formosa (El Correo Sino-Annomita). Ahora las recupera Jorge Mojarro, profesor del Instituto Cervantes en Manila.
Donde fueron asesinados misioneros
Campa no era hombre que desconociese el riesgo: se adentraba en las selvas a pie y en canoa e inició su ministerio misionero en 1879 en el conflictivo pueblo de Diadi, donde ya habían sido asesinados varios misioneros.
Siempre recomendó tratar con delicadeza a las tribus paganas de las montañas. "Tiene el misionero que darles de comer el primer año, facilitarles herramientas para el trabajo, cuidar de que se les aren sus sementeras porque ellos no saben, de que se construyan sus casitas, y labren y siembren sus huertas".
Al escribir crónicas sobre las expediciones militares españolas distinguía entre los militares que intentaban lograr acuerdos y los que recurrían a la violencia extrema e indiscriminada.
Sus textos buscaban -como los de tantos otros misioneros- acercar a esos pueblos lejanos al interés de Occidente, y conseguir fondos para su evangelización. "Para estar al frente de una misión entre estos infieles se necesita, aparte de recursos pecuniarios que son la panacea universal para todas las necesidades, una salud de hierro, fuerza inquebrantable de voluntad y talla de gigante", escribía.
Los ilongotes -que recientemente han ganado más popularidad como pueblo guerrero gracias a la novela Morir bajo tu cielo, de Juan Manuel de Prada- eran especialmente interesantes para los antropólogos precisamente por ser un pueblo tan aislado. También era interesante su entorno natural. Aún en 1909 fue asesinado el naturalista William Jones por unos ilongotes de una población donde había estado el dominico cántabro.
Dos ilongotes, fotografiados hacia 1905
Cortaban cabezas y se las llevaban
Otro pueblo eran los mayoyaos, que aún viven en la región de Ifuago. Tenían fama de salvajes y sanguinarios: bajaban a las zonas llanas, atacaban a los pueblos cristianos, los saqueaban y se llevaban las cabezas de las víctimas como trofeo. Según distintos testimonios, consideraban que ningún joven sería digno de casarse si no llevaba la cabeza de algún enemigo a la familia de la novia.
En la década de 1830, el ejército español realizó unas 40 expediciones contra los mayoyaos para castigar sus distintos ataques. Ellos eran insistentes: en 1847, en el pueblo de Angadanan, decapitaron a trece personas, una de ellas otro misionero, el padre fray Juan Rubio, que viajaba por un camino sin escolta.
Antes, en 1818, otro sacerdote, párroco en Cauayan, acompañó a 500 soldados para recuperar tres cabezas que los indígenas se habían llevado en una acción de pillaje. Después intentaron detener a los asesinos y, ante la negativa de los indígenas a entregarlos, los soldados destruyeron la aldea, pero sin cobrarse vidas humanas. Este fue el entorno al que acudió Buenaventura Campa y los pueblos a los que intentó llevar el evangelio.
Los dos textos de Campa, "Una visita a las rancherías de ilongotes" y "Los mayoyaos y la raza Ufago", se publicaron en el XIX en una publicación periódica filipina, de gran valor antropológico y etnográfico que recogía aportaciones de misioneros de Japón, China, Vietnam y Formosa (El Correo Sino-Annomita). Ahora las recupera Jorge Mojarro, profesor del Instituto Cervantes en Manila.
Donde fueron asesinados misioneros
Campa no era hombre que desconociese el riesgo: se adentraba en las selvas a pie y en canoa e inició su ministerio misionero en 1879 en el conflictivo pueblo de Diadi, donde ya habían sido asesinados varios misioneros.
Siempre recomendó tratar con delicadeza a las tribus paganas de las montañas. "Tiene el misionero que darles de comer el primer año, facilitarles herramientas para el trabajo, cuidar de que se les aren sus sementeras porque ellos no saben, de que se construyan sus casitas, y labren y siembren sus huertas".
Al escribir crónicas sobre las expediciones militares españolas distinguía entre los militares que intentaban lograr acuerdos y los que recurrían a la violencia extrema e indiscriminada.
Sus textos buscaban -como los de tantos otros misioneros- acercar a esos pueblos lejanos al interés de Occidente, y conseguir fondos para su evangelización. "Para estar al frente de una misión entre estos infieles se necesita, aparte de recursos pecuniarios que son la panacea universal para todas las necesidades, una salud de hierro, fuerza inquebrantable de voluntad y talla de gigante", escribía.
Los ilongotes -que recientemente han ganado más popularidad como pueblo guerrero gracias a la novela Morir bajo tu cielo, de Juan Manuel de Prada- eran especialmente interesantes para los antropólogos precisamente por ser un pueblo tan aislado. También era interesante su entorno natural. Aún en 1909 fue asesinado el naturalista William Jones por unos ilongotes de una población donde había estado el dominico cántabro.
Dos ilongotes, fotografiados hacia 1905
Cortaban cabezas y se las llevaban
Otro pueblo eran los mayoyaos, que aún viven en la región de Ifuago. Tenían fama de salvajes y sanguinarios: bajaban a las zonas llanas, atacaban a los pueblos cristianos, los saqueaban y se llevaban las cabezas de las víctimas como trofeo. Según distintos testimonios, consideraban que ningún joven sería digno de casarse si no llevaba la cabeza de algún enemigo a la familia de la novia.
En la década de 1830, el ejército español realizó unas 40 expediciones contra los mayoyaos para castigar sus distintos ataques. Ellos eran insistentes: en 1847, en el pueblo de Angadanan, decapitaron a trece personas, una de ellas otro misionero, el padre fray Juan Rubio, que viajaba por un camino sin escolta.
Antes, en 1818, otro sacerdote, párroco en Cauayan, acompañó a 500 soldados para recuperar tres cabezas que los indígenas se habían llevado en una acción de pillaje. Después intentaron detener a los asesinos y, ante la negativa de los indígenas a entregarlos, los soldados destruyeron la aldea, pero sin cobrarse vidas humanas. Este fue el entorno al que acudió Buenaventura Campa y los pueblos a los que intentó llevar el evangelio.
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