El filósofo alerta sobre la encrucijada de la humanidad
Fabrice Hadjadj y el Apocalipsis: «Las herejías nos ponen a prueba y ayudan a revelar el Misterio»
Una vez terminados los trabajos del Sínodo sobre la familia, hemos tenido la oportunidad de dialogar con Fabrice Hadjadj, el filósofo francés autor de ¿Qué es una familia? (Nuevo Inicio). He aquí la síntesis del coloquio.
-¿Qué piensa del Sínodo sobre la familia que acaba de concluir y de la repercusión que han tenido algunos de los temas debatidos?
-El Sínodo ha invitado al discernimiento, a discernir la situación nueva en la que se encuentra el ser humano y a recuperar la enseñanza de la Humanae Vitae, la profética encíclica de Pablo VI en la que se lee: "El hombre ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y hasta las leyes que regulan la transmisión de la vida".
El dominio tecnológico ha traído consigo interrogantes que la humanidad nunca se debería haber planteado. Lo que para los antiguos era simplemente necesidad, para nosotros se ha convertido en elección, o está a punto de convertirse en ello. ¿Queréis envejecer o seguir siendo jóvenes? ¿Queréis morir o vivir para siempre? ¿Queréis hijos por vía sexual, con todos los riesgos que conlleva para su salud y el azar de su patrimonio genético, o queréis hijos sanos y fuertes, seleccionados en un laboratorio? ¿Queréis permanecer en vuestro cuerpo de carne o queréis multiplicar vuestros alter ego virtuales?
Los filósofos y la Iglesia nunca han tenido que legitimar el hecho de que se muere o que se nace como hombre o como mujer: eran evidencias. Hoy, quien intenta legitimar el sufrimiento, la vejez, la muerte es considerado una persona cruel. Y como la Iglesia sigue haciéndolo, se la considera el lugar de la crueldad y no de la compasión. La compasión ahora está en el lado de la tecnología: un niño genéticamente seleccionado mediante la biotecnología será más sano y podrá integrarse mejor en la sociedad; un niño que nace a pesar de tener una minusvalía, pues así lo exige la Iglesia, sufrirá. Nosotros los cristianos somos los más crueles de todos, porque queremos que la gente siga sufriendo y muriendo.
-Planteado así, no se ve ninguna salida…
-No estamos buscando soluciones. Si buscamos la receta de una buena familia cristiana nos hemos equivocado, significa que nos hemos dejado absorber por el paradigma tecno-económico. Probemos a partir de lo que el Papa Francisco dice en la Laudato si’, de su crítica radical del paradigma tecno-económico: sólo cambiando el modo de vivir podemos resistir. En el número 120 escribe: "Tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social» (Caritas in veritate, n. 28)". Lo que significa dejar de hablar de la familia en términos de valores y empezar a hablar de ella como vida, es decir, como lugar de dramas, fracasos y misericordia.
Hoy todos valoran la familia: cristianos, no cristianos, activistas LGBTI. Pero de este modo los valores se convierten en valores nihilistas, porque expresan una concepción del bien separada del ser. Si decimos que la familia es el lugar del amor, de la educación y de la libertad, estamos diciendo que la familia en sí no tiene valor y que es otra cosa lo que le da valor. ¡También se encuentran el amor, la educación y la libertad en un orfanato de alto nivel, con profesionales comprometidos! Cuando los cristianos empezamos a tematizar el bien del niño, empezamos también a contribuir a la destrucción de la familia. La razón: separamos el bien del niño del ser del niño, que coincide con su ser generado.
Hay que aceptar a la familia en su ser, y no buscar soluciones para la familia. La familia es vida y no hay soluciones para la vida, porque la vida no es un problema, la vida es don y misterio: no es algo construido por nosotros, por lo que escapa a nuestros proyectos, a nuestros programas. En la familia que nace de la sexualidad, el padre ejerce una autoridad sin aptitudes, ha generado al hijo sin certificar su competencia pedagógica. La madre ha concebido en una óptica de confianza sin control, porque el hijo ha crecido dentro de ella sin que ella decidiera las cualidades que debía tener. De ello derivan fatigas, fracasos, divisiones dentro de la familia. Entonces, ¿por qué no racionalizar todo a través de la técnica (las biotecnologías)? Porque lo que resultaría de ella ya no sería la vida, sino una programación de la vida. Padre y madre transmiten la vida, no la comprensión que ellos tienen de la vida. Por esto el hijo no es un producto sobre el que tienen un control, sino que es un otro que está ante ellos. Y por eso los dramas de la familia no tienen solución. Y también por esto la familia es el lugar privilegiado donde el ser humano experimenta la misericordia: sólo puede haber misericordia donde hay miseria.
-¿Cuándo hemos empezado a separar el bien del ser y, por consiguiente, también los valores de la vida, de la familia?
-Muy pronto, ya en el jardín del Edén. Lo que sucede con el pecado original es, sobre todo, el olvido del árbol de la vida. Su lugar es ocupado por el árbol del conocimiento del bien y del mal. Que la serpiente consiga confundir a Eva se entiende por la respuesta que ella le da: "Del fruto del árbol que está en medio del jardín Dios ha dicho: «No debéis comer de él y no lo debéis tocar; si lo hacéis, moriréis»”. ¡Pero el árbol que Dios ha pedido que no se toque es el del conocimiento del bien y del mal, no el de la vida que está en el centro del jardín del Edén! Antes incluso de que tenga lugar la desobediencia, la caída, la serpiente ya ha conseguido desplazar la atención de la vida al conocimiento. De la genealogía a la lógica. Y la historia del pensamiento humano ha consistido en una absorción de lo genealógico en lo lógico, hasta llegar a la afirmación del individuo autónomo. Que ya no es hijo, no es hombre y no es mujer: es individuo. Es sujeto autónomo sin filiación y sin sexuación.
La última manifestación de la absorción de lo genealógico en lo lógico es el dominio de lo tecnológico. Lo tecnológico es la última manera de deshacerse de lo genealógico, porque pronto seremos capaces de producir seres humanos: fabricaremos niños y cyborg. Creo que se puede releer toda la historia de la filosofía a partir del pecado original y del hecho de que el árbol del conocimiento del bien y del mal le toma la delantera al árbol de la vida y pase a ser más central que éste.
-El subtítulo de su último libro, L’aubaine d’être né en ce temps [La suerte de haber nacido en estos tiempos], dice : Para un apostolado del Apocalipsis. ¿Esta usted convencido de que estamos viviendo los últimos tiempos de la humanidad?
-No quiero aventurarme en pronósticos visionarios como Nostradamus. Sencillamente, observemos los hechos. Hoy disponemos de una capacidad de autodestrucción total que no teníamos en el pasado. A través de las denominadas tecnologías convergentes tenemos la posibilidad de una mutación total de la humanidad. Las condiciones climáticas y la situación ecológica pueden desembocar en grandes destrucciones. No estamos necesariamente en el final de los tiempos, pero hemos entrado en tiempos que se asemejan al final de los tiempos. La cuestión del final, de la desaparición de la humanidad, se ha convertido en una cuestión ordinaria de la que todos hablan.
Pero cuando digo Apocalipsis no digo sencillamente catástrofe. Hablo también de revelación. La palabra Apocalipsis habla de un periodo de grandes catástrofes globales, pero al mismo tiempo de revelación. Este tiempo de revelación es un periodo extraordinario para los cristianos. En el pasado nunca habíamos reflexionado tanto sobre la verdad de la carne y la familia. Pero ahora es un deber, porque nuestros tiempos son apocalípticos. Como escribía San Pablo: "Desde luego, tiene que haber entre vosotros también disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros" (1 Cor 11, 19). Es necesario que aparezcan herejías, porque las herejías nos ponen a prueba y ayudan a revelar el Misterio. Efectivamente, lo que sucede hoy ante la catástrofe de ataques de una violencia inaudita que buscan transformar las raíces mismas de la generación es que, de improviso, el misterio de nuestro origen carnal y sexual es cada vez más evidente y nos obliga, por primera vez, a pensar en cosas en las que no habíamos pensado antes, porque eran evidencias. Ahora que estas evidencias son discutidas, tiene lugar una revelación.
Observamos que todo el magisterio reciente de la Iglesia se concentra en este tema. Primero Juan Pablo II, luego Benedicto XVI y ahora el Papa Francisco, cada uno de ellos según el propio carisma. En la Laudato si’, Francisco señala la familia como punto de partida de una ecología integral y sugiere que la capacidad de acoger el nacimiento es más importante que la innovación. Si ya no soy capaz de acoger el nacimiento, ya no me lanzaré sobre la novedad del nacimiento, sino sobre la novedad de la innovación y entonces acabaré introduciendo un tipo de progreso que es el que destruye la naturaleza. La familia como lugar del nacimiento es la que permite resistir a la fábrica como lugar de innovación y al paradigma tecno-económico que pone en peligro el ecosistema.
Publicado en Tempi.
Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.
-¿Qué piensa del Sínodo sobre la familia que acaba de concluir y de la repercusión que han tenido algunos de los temas debatidos?
-El Sínodo ha invitado al discernimiento, a discernir la situación nueva en la que se encuentra el ser humano y a recuperar la enseñanza de la Humanae Vitae, la profética encíclica de Pablo VI en la que se lee: "El hombre ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y hasta las leyes que regulan la transmisión de la vida".
El dominio tecnológico ha traído consigo interrogantes que la humanidad nunca se debería haber planteado. Lo que para los antiguos era simplemente necesidad, para nosotros se ha convertido en elección, o está a punto de convertirse en ello. ¿Queréis envejecer o seguir siendo jóvenes? ¿Queréis morir o vivir para siempre? ¿Queréis hijos por vía sexual, con todos los riesgos que conlleva para su salud y el azar de su patrimonio genético, o queréis hijos sanos y fuertes, seleccionados en un laboratorio? ¿Queréis permanecer en vuestro cuerpo de carne o queréis multiplicar vuestros alter ego virtuales?
Los filósofos y la Iglesia nunca han tenido que legitimar el hecho de que se muere o que se nace como hombre o como mujer: eran evidencias. Hoy, quien intenta legitimar el sufrimiento, la vejez, la muerte es considerado una persona cruel. Y como la Iglesia sigue haciéndolo, se la considera el lugar de la crueldad y no de la compasión. La compasión ahora está en el lado de la tecnología: un niño genéticamente seleccionado mediante la biotecnología será más sano y podrá integrarse mejor en la sociedad; un niño que nace a pesar de tener una minusvalía, pues así lo exige la Iglesia, sufrirá. Nosotros los cristianos somos los más crueles de todos, porque queremos que la gente siga sufriendo y muriendo.
-Planteado así, no se ve ninguna salida…
-No estamos buscando soluciones. Si buscamos la receta de una buena familia cristiana nos hemos equivocado, significa que nos hemos dejado absorber por el paradigma tecno-económico. Probemos a partir de lo que el Papa Francisco dice en la Laudato si’, de su crítica radical del paradigma tecno-económico: sólo cambiando el modo de vivir podemos resistir. En el número 120 escribe: "Tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social» (Caritas in veritate, n. 28)". Lo que significa dejar de hablar de la familia en términos de valores y empezar a hablar de ella como vida, es decir, como lugar de dramas, fracasos y misericordia.
Hoy todos valoran la familia: cristianos, no cristianos, activistas LGBTI. Pero de este modo los valores se convierten en valores nihilistas, porque expresan una concepción del bien separada del ser. Si decimos que la familia es el lugar del amor, de la educación y de la libertad, estamos diciendo que la familia en sí no tiene valor y que es otra cosa lo que le da valor. ¡También se encuentran el amor, la educación y la libertad en un orfanato de alto nivel, con profesionales comprometidos! Cuando los cristianos empezamos a tematizar el bien del niño, empezamos también a contribuir a la destrucción de la familia. La razón: separamos el bien del niño del ser del niño, que coincide con su ser generado.
Hay que aceptar a la familia en su ser, y no buscar soluciones para la familia. La familia es vida y no hay soluciones para la vida, porque la vida no es un problema, la vida es don y misterio: no es algo construido por nosotros, por lo que escapa a nuestros proyectos, a nuestros programas. En la familia que nace de la sexualidad, el padre ejerce una autoridad sin aptitudes, ha generado al hijo sin certificar su competencia pedagógica. La madre ha concebido en una óptica de confianza sin control, porque el hijo ha crecido dentro de ella sin que ella decidiera las cualidades que debía tener. De ello derivan fatigas, fracasos, divisiones dentro de la familia. Entonces, ¿por qué no racionalizar todo a través de la técnica (las biotecnologías)? Porque lo que resultaría de ella ya no sería la vida, sino una programación de la vida. Padre y madre transmiten la vida, no la comprensión que ellos tienen de la vida. Por esto el hijo no es un producto sobre el que tienen un control, sino que es un otro que está ante ellos. Y por eso los dramas de la familia no tienen solución. Y también por esto la familia es el lugar privilegiado donde el ser humano experimenta la misericordia: sólo puede haber misericordia donde hay miseria.
-¿Cuándo hemos empezado a separar el bien del ser y, por consiguiente, también los valores de la vida, de la familia?
-Muy pronto, ya en el jardín del Edén. Lo que sucede con el pecado original es, sobre todo, el olvido del árbol de la vida. Su lugar es ocupado por el árbol del conocimiento del bien y del mal. Que la serpiente consiga confundir a Eva se entiende por la respuesta que ella le da: "Del fruto del árbol que está en medio del jardín Dios ha dicho: «No debéis comer de él y no lo debéis tocar; si lo hacéis, moriréis»”. ¡Pero el árbol que Dios ha pedido que no se toque es el del conocimiento del bien y del mal, no el de la vida que está en el centro del jardín del Edén! Antes incluso de que tenga lugar la desobediencia, la caída, la serpiente ya ha conseguido desplazar la atención de la vida al conocimiento. De la genealogía a la lógica. Y la historia del pensamiento humano ha consistido en una absorción de lo genealógico en lo lógico, hasta llegar a la afirmación del individuo autónomo. Que ya no es hijo, no es hombre y no es mujer: es individuo. Es sujeto autónomo sin filiación y sin sexuación.
La última manifestación de la absorción de lo genealógico en lo lógico es el dominio de lo tecnológico. Lo tecnológico es la última manera de deshacerse de lo genealógico, porque pronto seremos capaces de producir seres humanos: fabricaremos niños y cyborg. Creo que se puede releer toda la historia de la filosofía a partir del pecado original y del hecho de que el árbol del conocimiento del bien y del mal le toma la delantera al árbol de la vida y pase a ser más central que éste.
-El subtítulo de su último libro, L’aubaine d’être né en ce temps [La suerte de haber nacido en estos tiempos], dice : Para un apostolado del Apocalipsis. ¿Esta usted convencido de que estamos viviendo los últimos tiempos de la humanidad?
-No quiero aventurarme en pronósticos visionarios como Nostradamus. Sencillamente, observemos los hechos. Hoy disponemos de una capacidad de autodestrucción total que no teníamos en el pasado. A través de las denominadas tecnologías convergentes tenemos la posibilidad de una mutación total de la humanidad. Las condiciones climáticas y la situación ecológica pueden desembocar en grandes destrucciones. No estamos necesariamente en el final de los tiempos, pero hemos entrado en tiempos que se asemejan al final de los tiempos. La cuestión del final, de la desaparición de la humanidad, se ha convertido en una cuestión ordinaria de la que todos hablan.
Pero cuando digo Apocalipsis no digo sencillamente catástrofe. Hablo también de revelación. La palabra Apocalipsis habla de un periodo de grandes catástrofes globales, pero al mismo tiempo de revelación. Este tiempo de revelación es un periodo extraordinario para los cristianos. En el pasado nunca habíamos reflexionado tanto sobre la verdad de la carne y la familia. Pero ahora es un deber, porque nuestros tiempos son apocalípticos. Como escribía San Pablo: "Desde luego, tiene que haber entre vosotros también disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros" (1 Cor 11, 19). Es necesario que aparezcan herejías, porque las herejías nos ponen a prueba y ayudan a revelar el Misterio. Efectivamente, lo que sucede hoy ante la catástrofe de ataques de una violencia inaudita que buscan transformar las raíces mismas de la generación es que, de improviso, el misterio de nuestro origen carnal y sexual es cada vez más evidente y nos obliga, por primera vez, a pensar en cosas en las que no habíamos pensado antes, porque eran evidencias. Ahora que estas evidencias son discutidas, tiene lugar una revelación.
Observamos que todo el magisterio reciente de la Iglesia se concentra en este tema. Primero Juan Pablo II, luego Benedicto XVI y ahora el Papa Francisco, cada uno de ellos según el propio carisma. En la Laudato si’, Francisco señala la familia como punto de partida de una ecología integral y sugiere que la capacidad de acoger el nacimiento es más importante que la innovación. Si ya no soy capaz de acoger el nacimiento, ya no me lanzaré sobre la novedad del nacimiento, sino sobre la novedad de la innovación y entonces acabaré introduciendo un tipo de progreso que es el que destruye la naturaleza. La familia como lugar del nacimiento es la que permite resistir a la fábrica como lugar de innovación y al paradigma tecno-económico que pone en peligro el ecosistema.
Publicado en Tempi.
Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.
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