Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Fray Justo, abad del Valle de los Caídos, abierto a todos

Las cartas secretas del poeta comunista Rafael Alberti al monje capellán de chicas de Falange

Rafael Alberti, antes de la guerra se había escrito con fray Justo y había dedicado versos a la Virgen
Rafael Alberti, antes de la guerra se había escrito con fray Justo y había dedicado versos a la Virgen

José María Zavala / La Razón

Casi nadie conocía hasta ahora la amistad secreta del poeta comunista Rafael Alberti y de Claudio Sánchez Albornoz, presidente del gobierno republicano en el exilio, con el monje benedictino Justo Pérez Santiago.

Más conocido como Justo Pérez de Urbel por su lugar de origen, Pedrosa de Río Urbel (Burgos), donde había nacido el 8 de agosto de 1895, resulta también curioso que el amigo común de Alberti y Sánchez Albornoz llegase a ser Abad del Valle de los Caídos y director espiritual de la Sección Femenina de Falange Española.

Justo es, valga la redundancia, destacar en la semblanza de fray Justo Pérez de Urbel su denodado afán caritativo, tendiendo siempre la mano a todas las almas. Incluida la de Alberti, afiliado al Partido Comunista en 1931 y secretario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas en plena Guerra Civil, durante la cual llegó a entrevistarse con Stalin en Moscú, en 1937.

Alberti trabó amistad con el padre Justo, como lo prueba esta carta desconocida a la que tuve acceso mientras investigaba para mi libro La pasión de Pilar Primo de Rivera (Plaza y Janés); misiva exhumada por el benedictino Manuel Garrido Bonaño y conservada entre los papeles privados de fray Justo, depositados en el Archivo de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.


Fray Justo Pérez de Urbel

Paseo por el claustro
Datada por el poeta el 8 de agosto de 1929, dice así:

»Querido Fray Justo: Dentro de poco, irá a visitarle un buen amigo mío, que quisiera quedarse en ese maravilloso monasterio unos cuantos días. Yo le he hablado mucho de usted, de cuando le visité con mi hermano hace ya tiempo. Tiene verdaderos deseos de conocerle, hacer vida monacal, y pasearse por ese claustro bajo, donde se muere de frío en un rincón la Virgen de Marzo.

»Tengo la certeza de que simpatizará con él y se hará muy amigo suyo. Se llama José Emilio Herrero y es un jovencísimo poeta, gran amigo de Berceo, cuyos códices le interesarán mucho.

»¿Le molestaría a usted escribirme diciéndome si ahora es buena época para visitarle y si dispone de habitación para unos días? Mis señas: Casa del Cocinero. Guadarrama. Mi amigo le llevará algunos libros míos últimos que usted no conoce. Saludos al Padre Abad. Y a Fray David, que no he olvidado que se negó a revelarme el secreto del licor benedictino. Le abraza su amigo, Rafael Alberti.

Cinco años antes de esta sentida epístola, el 25 de agosto de 1924, el mismo año en que compuso su mejor obra, «Marinero en Tierra», que le valió el Premio Nacional de Literatura, Alberti dejó estampados a vuelapluma estos versos en el libro de visitas de Silos, dedicados a la Virgen de Marzo:

«¡Tan bonito como está,
Madre, el jardín, tan bonito!
¡Déjame bajar a él!
¿Para qué?
¡Para dar un paseíto!
Y, mientras, sin ti, ¿qué haré?
Baja tú a los ventanales;
Dos blancas malvas reales
En tu seno prenderé.
¡Déjame bajar, que quiero,
Madre, ser tu jardinero!».

Ante la inminente derrota del Ejército republicano, Alberti abandonó España con María Teresa León. El matrimonio residió al principio en París, en casa de Pablo Neruda y Delia del Carril, junto al Sena.

«La mano abierta»
El 27 de abril de 1977, tras 38 años de exilio, Alberti regresó a España. Nada más descender por la escalerilla del avión comentó, al parecer arrepentido: «Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta en señal de concordia entre todos los españoles».

Que la caridad cristiana de fray Justo jamás reparó en ideologías se hace palpable en su colaboración en el homenaje dispensado al historiador Claudio Sánchez Albornoz por sus discípulos argentinos.


Claudio Sánchez Albornoz

Al ver entre los participantes en el mismo al ya entonces Abad del Valle de los Caídos, don Claudio le envió agradecido una carta el 25 de enero de 1965, desde París. Redactada en papel timbrado con el escudo de la Segunda República y el título de presidente del Consejo de Ministros en el exilio, reproduzco ahora sólo un extracto:

»Mi querido amigo: El 29 del pasado me entregaron en Buenos Aires el homenaje que han preparado mis discípulos argentinos. Gran honor para mí recibir un tan importante volumen con juicios de grandes historiadores. Me emocionaron y me han abrumado la cantidad y el número de los participantes. Figura usted entre ellos.

»Deseo agradecerle sus palabras amistosas y sus elogios... Dios se lo pague. Que los españoles se reconcilien es mi mayor anhelo... Crea, Fray Justo, en mi estimación personal y en la verdadera y vieja amistad».

Nada que objetar.

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