La conversión de Maeztu empezó al contactar con el «catolicismo militante» de Belloc y Chesterton
Suele decirse que Manuel García Morente (1886-1942) y Ramiro de Maeztu (1874-1936) siguieron dos trayectorias contrapuestas respecto a la Hispanidad y la fe. Al primero, catedrático de Filosofía, su conversión, relatada en El hecho extraordinario, le condujo no solamente al sacerdocio en el final de sus días, sino a descubrir la esencia de la Hispanidad y plasmarlo en su Idea de la Hispanidad. Al segundo, uno de los grandes referentes de la Generación del 98, fue el descubrimiento de la esencia cristiana de la Hispanidad, plasmado en su Defensa de la Hispanidad, lo que le condujo a la conversión. Y en ambos hay un elemento común: el papel desempeñado por sus estancias en Argentina en sus respectivas trayectorias vitales y reflexiones personales.
Precisamente ahora se cumplen 150 años de la fundación del diario porteño La Prensa, del que Maeztu fue corresponsal en Europa desde 1905 y hasta su asesinato en las sacas frentepopulistas de Madrid en 1936. Solamente abandonó sus colaboraciones por razón de oficio, cuando fue embajador español en Buenos Aires entre 1928 y 1930.
Con ese motivo, Jorge Martínez ha entrevistado sobre su figura a una gran estudiosa de su obra, Ángeles Castro Montero, directora del Centro de Pensamiento Español en Argentina de la Fundación Ortega y Gasset. La entrevista fue publicada en La Prensa:
La profesora Ángeles Castro Montero es doctora en Historia y profesora titular de Historia Argentina e Historia de las Ideas en la Universidad Católica Argentina.
-¿Cómo llegó Ramiro de Maeztu a La Prensa?
-Lo presentó al diario Francisco de Grandmontagne, que era corresponsal en Madrid, y armó una red de corresponsales españoles en diarios argentinos, y Maeztu consiguió el trabajo en Londres. La relación se consolidó en abril de 1905. Se dio la curiosidad de que un diario argentino había elegido a un vasco para que fuera sus ojos en Londres, la capital financiera e imperial del mundo, y se dirigiera desde allí a un público desconocido. El propio Maeztu lo decía: "Soy un intermediario entre dos mundos misteriosos".
-¿Había una cierta unidad en los temas que abordaba Maeztu en sus despachos?
-Es muy interesante el hilo conductor. Maeztu trataba de seleccionar aquello que le podía interesar a una república joven. Hubo toda una primera etapa de exploración en que no se dirigía a la colectividad española, lo hizo después. Y La Prensa le encomendaba misiones: a La Haya en 1907, donde conoció a Luis María Drago, Roque Sáenz Peña y Enrique Rodríguez Larreta, y quedó deslumbrado con la elite argentina. Después lo comisionaron para ser corresponsal con el Ejército inglés en Francia durante la Primera Guerra Mundial. Otros estudiosos españoles exploraron ese primer viaje, pero yo descubrí, gracias a La Prensa, que se pueden completar vacíos de su trayectoria biográfica, como por ejemplo que hizo dos viajes más al frente. También lo enviaron a la Sociedad de las Naciones, a una Feria Internacional Industrial en Suecia, le pidieron que estudiara la reforma educativa en Francia.
-Durante la guerra, Maeztu, que había sido socialista en su juventud, atravesó una conversión o reconversión religiosa que marcaría el resto de su obra.
-En realidad fue antes. Esa transformación ya se podía evidenciar a partir de 1911 y 1912. Porque entró en contacto con grupos de intelectuales católicos ingleses, como Hilaire Belloc o G.K. Chesterton. Se contactó con ese catolicismo que podemos llamar militante, que discutía la historia inglesa protestante que había borrado el pasado católico de Inglaterra. También se empezó a interesar por el misticismo francés. Todo eso lo contaba en La Prensa. Hubo series como la de 1913 sobre el misticismo francés (Henri Bergson, Paul Claudel). Oficiaba de orientador de la opinión pública. Era un traductor en sentido literal: leía, hacía reseñas, interpretaba y le hablaba al público argentino.
-¿Cómo siguió ese proceso de transformación?
-Se podrían distinguir dos aspectos. En 1915 empezó una serie de artículos para pensar la guerra en Londres y desde Londres, que publicó simultáneamente en la revista inglesa New Age y en La Prensa, y que formaron el libro Authority, Liberty and Function (en 1919 apareció en español con el título de La crisis del humanismo). Allí veía las transformaciones que estaba produciendo la guerra en la sociedad y en la economía de Inglaterra. Era la crisis del liberalismo y del cientificismo después de la matanza. Y él estaba en una búsqueda.
-¿Y la segunda etapa?
-A su regreso a la España del general Miguel Primo de Rivera comenzó un viaje hacia el interior de su país. Empezó a redescubrir los valores y la riqueza de España. Ahora sí le hablaba a la colectividad española, veía al indiano, que era la figura del inmigrante que hacía fortuna y luego donaba escuelas o bibliotecas a sus pueblos. Luego dedicó una serie de ensayos al Quijote, Don Juan y la Celestina en 1925, cuando se cumplían veinte años de su labor en el diario. Fueron los que después publicó Espasa Calpe en la Colección Austral. Por fin, en 1928 fue enviado a la Argentina como embajador.
-Suele decirse que ese período en el país terminó de consolidar en Maeztu la idea de "hispanidad", que sería tan trascendente en su obra.
-Ya la tenía bocetada en el ensayo sobre el Quijote, Don Juan y la Celestina. Era la idea imperial, la idea de la civilización de España. Tomaba una idea anterior, esa mirada de que España había quedado al margen de la ciencia. Lo había dicho en una carta previa: "Nosotros no pudimos hacer ciencia porque defendimos a Europa de la avanzada árabe". Cuando fue a Bélgica como corresponsal vio la huella de España en Flandes. Fue un cambio que no se dio en un día, fue un proceso.
-¿Cuánto de esa obra periodística se volcó luego en libros?
-Muchos de sus libros salieron primero en forma de entregas en el diario. La crisis del humanismo, Don Quijote, Don Juan y la Celestina. Hacia otra España lo publicó primero en medios españoles. Inglaterra en armas, que fue editado en castellano como parte de la propaganda inglesa para los países neutrales, salió en los dos idiomas (Maeztu era bilingüe). Pude comparar el índice de La crisis del humanismo y los artículos y son casi idénticos.
-¿Podemos decir que Maeztu fue esencialmente un periodista?
-Fue un periodista-ensayista con la ambición de ser un intelectual que pudiera modelar y conducir la opinión pública.
-¿Cómo podríamos definir la forma y el estilo que le imprimía a sus artículos?
-Sus artículos están pensados. No los escribía simplemente en una noche de desvelo o porque tenía que ganarse el pan. Su formación había sido la de profesor universitario autodidacta. Porque el gran dolor de su vida fue no haber tenido formación universitaria. Fue a formarse por su cuenta en Filosofía a Marburgo. Sus columnas eran su cátedra. No era un improvisado que escribía a vuelapluma. Había trabajo, muchas lecturas y, sobre todo, cuando regresó a España en tiempos de la República, se dedicó mucho más a la transferencia cultural. También era muy buen crítico de arte, le gustaba mucho el teatro y la pintura, iba a exposiciones y las recomendaba. Al teatro le buscaba el sentido moral, no se detenía en la literatura de evasión.
-¿Hasta qué punto se lo tiene presente hoy a Ramiro de Maeztu en España?
-Ahora se está volviendo sobre la idea de España porque esa idea está en discusión. Otra vez se vuelve a discutir cuándo nació España, qué es ser español, la mirada de los otros, la propia mirada, la idea de decadencia, la imperiofobia, cómo se gestaron las leyendas negras y las leyendas doradas. A Maeztu se lo reconoce por Defensa de la hispanidad (1934) porque ahora, tantos años después, justamente se vuelve a defender la idea de España en contradicción con la independencia catalana, por ejemplo.