Llega a los cines la épica película de Andrezj Wajda
El día que «El País» habló bien de un líder católico y su lucha: «Walesa, la esperanza de un pueblo»
Quizá es así porque -señalan algunos críticos de cine en digitales católicos- la película, de 128 minutos, minimiza los aspectos específicamente religiosos. Se ve al líder sindicalista con el rosario al cuello, o rezándolo en algún momento, o con alguna imagen de la Virgen de Czestochowa, pero no habla apenas de su fe... ¡como en la época comunista, cuando se podía permitir algún discreto signo aquí y allá, pero poco más! Además de la acción y el protagonismo del pueblo, Wajda prefiere centrarse en la intimidad familiar del personaje. Y se trata de un héroe de acción, más que de reflexión.
En una época de ídolos caídos, Walesa mantiene el tipo y un buen nivel moral incluso en prensa tan anticatólica como El País. Por el interés de la película -y del fenómeno- recogemos a continuación dos piezas elogiosas en el diario laicista.
Los orígenes del mito
Parecía cantado que Wajda, cronista cinematográfico del último siglo y medio de Polonia, acabaría acercándose a Lech Walesa
JAVIER OCAÑA 31 de diciembre de 2014
La independencia polaca en Pan Tadeusz; el gueto de Varsovia en Korczak; La matanza de 22.000 oficiales polacos por orden de Stalin en Katyn; la resistencia al nazismo y el anticomunismo en Cenizas y diamantes; el totalitarismo en Paisaje después de la batalla...
Parecía cantado que Andrezj Wajda, cronista cinematográfico del último siglo y medio de Polonia, acabaría acercándose a la figura de Lech Walesa, fundador del sindicato Solidaridad, premio Nobel de la Paz y expresidente del país. Y más cuando ya había tratado la realidad de Gdansk durante las jornadas revolucionarias de 1980 en sus astilleros navales, claves en el devenir de Walesa, en El hombre de hierro, de 1981.
Siempre a medio camino entre la verdad oficial y el documento contestatario, entre el análisis retrospectivo y el retrato del presente, el cine de Wajda, de 88 años, 60 de ellos analizando en la pantalla la realidad de Polonia, ha tratado en varias ocasiones la transformación del héroe, desde el airado idealismo de sus inicios hasta una cierta estabilidad política, y ahí se coloca de nuevo en Walesa, donde destaca sobremanera su trabajo en dos ámbitos muy distintos: en las escenas familiares de su pequeño piso, insospechado centro de operaciones de poder entre llantos y juegos de niños, y en la potencia de las imágenes documentales, adheridas a escenas rodadas ad hoc, que encajan bien en textura y en realismo.
Sin embargo, hay un aspecto narrativo que enturbia el conjunto, la utilización de dos innecesarios hilos conductores que mezclan como agua y aceite: las imágenes documentales con fondo de música rock polaca, magníficas; y la entrevista con Oriana Fallaci, que aunque sirva para sacar a un mito del periodismo únicamente redunda en lo que ya se está viendo, verbalizando subtextos y desarrollo de personajes.
Walesa, historia de un héroe
El polaco Andrzej Wajda vuelve a sus 88 años a retratar en un filme la vida del líder de Solidaridad
GREGORIO BELINCHÓN
7 de enero de 2015
Solo en situaciones especiales surgen los héroes, las personas que dan un paso adelante cuando al resto les tiemblan las piernas. “Yo tengo las ideas claras. Soy como el toro que cuida el rebaño”. En 1980 la periodista Oriana Fallaci entrevistó a uno de esos héroes, Lech Walesa, autor de esa cita, líder del sindicato polaco Solidaridad, un movimiento que puso contra las cuerdas al Gobierno de su país y, por extensión, al gélido rebaño de mandatarios comunistas del Este de Europa. Puede que Walesa no fuera un hombre cultivado intelectualmente, pero poseía un carisma arrollador. Y en la charla con la periodista italiana, no solo se autodefinió como ese toro guardián.
También aseguró: “Las masas sin líder no tienen futuro”.
Y: “Cuando la multitud se calla yo sé lo que tengo que decir”.
Carismático, engreído, dotado de una oratoria subyugante, Walesa devino en mito al recibir el Premio Nobel de la Paz en 1983, pero su estrella decayó tras convertirse en Presidente del Gobierno Polaco en 1990. Sin embargo, a inicios de los ochenta fue una de las cuñas que hicieron saltar por los aires todo un sistema político.
Y Andrzej Wajda estaba allí. Retirado Manoel de Oliveira y fallecido Alain Resnais, Wajda es, a sus 88 años, el director europeo más veterano en activo. Ganador de un Oscar de Honor, cuatro veces candidato a la estatuilla de Hollywood (la última –con Katyn (2007)- incluso después de haber recibido el premio honorífico), el cineasta polaco siempre ha sido crítico con lo que le rodea: sus películas retratan y cuestionan la historia de su país. También él fue arrastrado por la marea Walesa, y se convirtió en senador en 1989 al ir en las listas de Solidaridad.
Ahora estrena en España, articulada sobre la famosa entrevista de Fallaci, Walesa. La esperanza de un pueblo, que cierra su trilogía iniciada con El hombre de mármol (1976) y El hombre de hierro (1981), en la que Walesa se encarnaba a sí mismo. Ese mismo año, 1981, Wajda entró en Solidaridad. Con su último trabajo, el cineasta deja claro que tampoco es indulgente con los amigos.
“Walesa me llamó un día y me dijo: ’Es la cuarta vez que veo la película y cada día me gusta más’. Él también participó en la promoción del filme en la Mostra de Venecia”. Es decir, que es una persona crítica consigo misma. Wajda estalla en carcajadas, lo que valdría como respuesta, aunque matiza: “Preferiría no responder a esa pregunta. Lo importante es que cuando Lech tuvo que ser crítico con la realidad, lo fue”.
Lo curioso es que Walesa lideró un sindicato que no fundó, aunque estaba allí desde sus inicios, cuando se acercó a sus oficinas a cantarles las cuarenta a sus líderes intelectuales, y que se hizo fuerte en la huelga que arrancó en el astillero de Gdansk el 31 de agosto de 1981.
Walesa, que ya había participado en las protestas de 1970 -aunque intentado apaciguar a la gente-, hacía cuatro años que no trabajaba en esa factoría, pero se coló por un muro trasero y dio voz y rostro a aquel levantamiento. “Como cineasta fue muy positivo ver aquello con mis propios ojos. En aquel momento Walesa fue nuestro apoyo. Y si yo salí elegido senador posteriormente fue porque se hizo fotos conmigo [risas]”.
No habrá más Walesa en el cine de Wadja. “No me queda más por contar. Es cierto que populismos como Walesa tienen poca cabida hoy en día, pero más miedo me da en la actualidad la extrema derecha. Polonia forma parte de Europa. Cuando nos gobernaba Moscú, nosotros mirábamos a Europa Occidental. Y seguimos igual. Esa extrema derecha asusta en todo el continente”.
Se conocieron en 1980, en la huelga que dio inicio a las revueltas en Polonia. Wajda y Walesa, 17 años más joven que el cineasta, han llevado vidas paralelas durante momentos crepitantes de sus existencias. “Es lo que ocurre cuando aúnas fuerzas contra una dictadura. Las autoridades fueron víctimas de su propia política. En 1980 ellos no querían hablar con los intelectuales, con los profesores ni conmigo. Solo querían negociar con un obrero porque se creían creadores de esa clase social. Y por tanto que podrían manipularle. Fue justo el haber crecido muy dentro del sistema comunista, lo que hizo que ese electricista tuviera las respuestas más poderosas. Yo conocí a Lech en los astilleros en aquella huelga de 1980, justo antes de que llegara la Comisión Gubernamental a negociar. Era arrebatador”.
Esa relación estrecha llevó a que Wajda trabara amistad muy pronto con Danuta, la esposa de Walesa, uno de los grandes personajes casi silentes de su película, y a la que su marido, cada vez que sale de casa a destinos inciertos, le deja sus pocos objetos de valor mientras dice: “Véndelo si no regreso”. En su nombre, Danuta recogió el Premio Nobel de la Paz, ante el miedo de Lech de que a la vuelta de Noruega el Gobierno no le dejara entrar en Polonia.
“Era una persona que aceptó muy bien el papel de su marido, y a la vez cargó con la crianza de sus ocho hijos. Yo quería mostrar su actitud y su comportamiento”. Lech Walesa perdió las elecciones presidenciales de 1995 y de 2000, en las que obtuvo un paupérrimo 1% de los votos. ¿No atisbó el final de su tiempo? “En fin, más allá de Walesa, yo siempre tuve claros mis límites. Nunca conté otra historia que no fuera la de Polonia. Me siento muy arraigado a mi tierra. He visitado muchas veces Estados Unidos, jamás me planteé trabajar allí”.
Wajda usa la historia de su país en la gran pantalla al igual que los niños que protagonizaban el cine iraní de los ochenta y noventa: “Para contar historias que la censura aprobara y no descubriera lo que realmente queríamos entrevistar”. Además, su cine surge desde las entrañas de las relaciones personales. Si ilustró la brutal masacre de Katyn en el filme homónimo no fue solo por la bestialidad y la ignominia de la matanza, sino porque su padre, oficial de caballería, fue uno de los 20.000 ejecutados por los soviéticos en aquel mayo de 1940. “Seguiré filmando. ¿A que me dedicaría yo jubilado? Lo único que sé hacer es cine, que en mi caso es a la vez trabajo y descanso”.