Con prólogo de Juan Manuel de Prada y traducción de Pablo Cervera
«Seréis como dioses», de Gustave Thibon: si viviéramos sin morir nunca, ¿aún querríamos ver a Dios?
Gustave Thibon (1903-2001) fue un filósofo francés más que peculiar. De origen campesino provenzal y formación autodidacta, lector incansable, impactado por la Primera Guerra Mundial y sus viajes como militar, se convirtió al catolicismo por la influencia de autores como Léon Bloy y Jacques Maritain. Fue Maritain quien le invitó a escribir en la Revue Thomiste.
Durante la ocupación nazi escondió a la filósofa y mística Simone Weil, una judía enamorada de Jesús y siempre en el umbral de la Iglesia sin llegar a traspasarlo formalmente. Era el tipo de pensadores de frontera con los que le gustaba estar. No sólo era un gran pensador, sino que escribía bien: cuatro veces fue nominado al Nobel de Literatura
Ahora Editorial Didaskalos publica, en una cuidada edición y traducción de Pablo Cervera, director de la revista Magníficat, su provocadora obra de 1954 Seréis como dioses. Puede leerse como un diálogo filosófico teatralizado, pero también, si se quiere, como un clásico de ciencia ficción crítico con el cientifismo. El texto, aunque dialogado, es denso, pero el traductor lo declara "un verdadero deleite para el espíritu".
Hombres inmortales... y conformistas
El popular escritor y columnista Juan Manuel de Prada recoge en el prólogo la trama inicial del libro. "Thibon nos propone en Seréis como dioses una hipótesis extrema: imaginemos un mundo futuro en el que los hombres sean plenamente inmortales, gracias a los avances científicos; imaginemos un mundo en el que la muerte ha sido por completo suprimida —no sólo la muerte causada por enfermedad o por mera decrepitud, también la muerte causada por los accidentes, que puede ser revertida—; imaginemos, en fin, un mundo en el que la ciencia haya colmado a los hombres de inmortalidad, a costa de dejarlos sin eternidad, a costa de impedir que se reúnan con Dios. Esos cristianos que ahora, ante una ciencia y una técnica que está triturando nuestra alma, siguen callando o asintiendo, ¿qué escogerían?", plantea Juan Manuel de Prada.
Thibon lo enuncia así: «¿Aprovechar un descubrimiento que les privaría para siempre de la visión de Dios o bien precipitarse en lo desconocido para reunirse con Él? Si optan por lo primero, ustedes confiesan que su patria está en el tiempo y que su Dios no es más que una canción de ruta con la cual se mece el cansancio de una humanidad en marcha hacia el paraíso terrenal. (…) Pero si, colmados con todos los bienes y seguridades de este mundo, pueden decir junto con san Pablo: cupio dissolvi et esse tecum (deseo morir y estar contigo), si desean ver a Dios desde el fondo de su ser, no ya en el espejo de la Creación, sino cara a cara, entonces son verdaderamente discípulos de Aquel cuyo reino no es de este mundo y que no da como da el mundo».
Gustave Thibon, un pensador inconformista, de pluma poética
Una obra para pensar, y también poética
Aunque el libro plantea temas filosóficos y es "una reflexión sobre la naturaleza humana y su necesidad (hoy tan reprimida) de divinidad, sobre el sentido último de la vida", De Prada señala que es además "una obra penetrada de principio a fin por el aliento de la poesía,
que nos roza y estremece, que se adentra en nuestras células y en nuestra alma".
En esta historia todos viven para siempre, incluso los fallecidos en accidente retornan. La protagonista, Amanda, cansada de lo predecible y uniformizante, intuye algo más. "Basta que miremos en nuestro interior para que comprendamos que nuestra vocación no es una vulgar prolongación infinita de nuestra vida terrena, sino la vida eterna, el disfrute de las cosas divinas, el encuentro con la plenitud que colma nuestros anhelos más profundos", escribe De Prada.
Amar incluye despojarse de seguridades
La gente que rodea a Amanda trata de disuadirla, "entonando las loas de la inmortalidad alcanzada por la ciencia". Amanda intuye que "sólo se puede amar plenamente cuando abrimos nuestro amor a «abismos prohibidos» por la ciencia; es decir, cuando nos despojamos de las seguridades que la ciencia nos brinda, para entregarnos al misterio de «un amor que lo contiene todo, que lo sumerge todo: la vida, el pensamiento, la alegría, el dolor». Y concluye: «Hace falta que el amor sea infinito para que pueda ser eterno»".
"Seréis como dioses se atreve a señalar sin ambages la teología luciferina que se esconde en el cientifismo; y también a denunciar esas actitudes sedicentemente cristianas que, a la postre, han convertido a Dios en una mera «canción de ruta». Seréis como
dioses es, en fin, una obra terriblemente bella, de una hondura luminosa", promete el prologuista.
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Puede leerse aquí en PDF el prólogo completo de Juan Manuel para 'Seréis como dioses'
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