¿Casos aislados? Un analista se inclina por hablar de «tendencia»
La confluencia «tradismática»: ¿de la lucha por la familia en la calle al teocentrismo en el templo?
En enero de 2017, un politólogo francés de izquierdas, Gaël Brustier, empleó el término "tradismáticos" para sintetizar en una sola palabra la lucha social, cultural y política común de tradicionalistas y carismáticos, "las dos grandes corrientes que han forjado el nuevo catolicismo francés y se caracterizan por un conservadurismo filosófico sin complejos".
Compañeros de batalla cultural
En efecto, durante las marchas de la Manif pour Tous por la familia y contra el llamado matrimonio entre personas del mismo sexo, dichas corrientes habían demostrado una gran capacidad de movilización juvenil. A pesar de sus netas diferencias teológicas, participaban de "un estado de espíritu común", explicaba Brustier, y aunque "surgidos de dos tradiciones que, en la historia reciente de la Iglesia católica, suenan como perros y gatos… lo que habría podido sorprender hace algunos años, ahora no tiene nada de sorprendente visto desde el mundo católico".
Para los propios posicionamientos de Brustier, que podrían caracterizarse como progresistas moderados, el resuelto asalto al poder de esa juventud bifronte unida contra un mismo adversario -la ideología dominante y su implantación totalitaria- y dispuesta a mostrarse en público con seguridad en sí misma y gran desenvoltura, resultaba inquietante: "En la era 2.0, marcada por esa forma muy individualista de fe que es el neo-pentecostalismo y por esa forma teológico-política que es el tradicionalismo católico, el 'tradismatismo' se encuentra maravillosamente adaptado a la situación política y social de la Francia de hoy".
Ahora bien, ¿hay algo más que ese puro enfoque político?
¿Casos aislados o tendencia?
Dos años y medio después, desde planteamientos opuestos y en un escenario muy distinto -el norteamericano-, hay quien apunta que sí. Y nada menos que en el ámbito litúrgico, donde ambas corrientes parecerían más alejadas. El profesor James Baresel, doctor en Filosofía por la universidad franciscana de Steubenville (uno de los focos del moderno renacimiento católico estadounidense) y colaborador, entre otros, del Catholic Herald, destaca en un artículo en Crisis Magazine un hecho que le resulta notable: "Recientemente he conocido un puñado de historias sobre sacerdotes y religiosos con un firme fundamento en el movimiento carismático adoptar la misa tridentina sin abandonar su orientación carismática".
Cita dos ejemplos.
Por un lado, los Franciscanos del Espíritu Santo, una orden impulsada por el obispo de Phoenix (Arizona), Thomas J. Olmsted, que promueve encuentros de alabanza y evangeliza mediante el "bautismo en el Espíritu", con una vida común mendicante basada en el servicio a los pobres, quieren aprender a decir la misa tradicional.
Por otro, el influyente blog del padre John Zuhlsdorf, converso del luteranismo y ordenado sacerdote por Juan Pablo II en Roma en 1991, publicó en junio la carta de un sacerdote carismático quien, recién llegado de la peregrinación a Chartres (gran evento anual del tradicionalismo francés en Pentecostés), decía que allí decidió que "ya era hora de aprender a celebrar la forma extraordinaria", lo que logró gracias a un "amable y paciente" sacerdote de la Fraternidad de San Pedro. Tras expresar su entusiasmo con lo aprendido ("en particular, como carismático católico, con la celebración de la Octava de Pentecostés" según el rito tridentino), afirmaba que "el 'enriquecimiento mutuo" previsto por el Papa Benedicto se ha hecho realidad en mi propio sacerdocio con el intercambio entre el tradicionalismo y la Renovación Carismática Católica".
¿Son casos concretos o anecdóticos, sin otra significación? "Yo diría que, si no es una tendencia, tiene potencial para serlo", dice Baresel, y, "aunque pueda parecerle extraño a muchos", "las razones que conducen a la gente a unirse al movimiento carismático pueden conducirle con el tiempo a unirse a la misa tridentina". Y añade que la clave es fijarse menos en las diferencias litúrgicas entre las celebraciones carismáticas y el formalismo tradicional, y "pensar más en qué motiva a las personas a unirse a unas u otras". En concreto, su tesis es que el amor a Dios y a su Iglesia y el deseo de ser católicos fieles convierte en "un desarrollo natural", y no en un cambio de sentido, "la evolución hacia formas de culto más ritualistas y a formas de espiritualidad más maduras".
Los elementos comunes
Según Baresel, a raíz del Concilio Vaticano II el movimiento carismático entró en la Iglesia "fundado en el deseo de un acercamiento a la oración más espontáneo, informal y emocionalmente efusivo", al tiempo que la crisis postconciliar otorgaba poder e influencia a los partidarios de la denominada por Benedicto XVI hermenéutica de la ruptura. Pero "los tiempos cambiaron rápidamente".
"Pronto", explica, "la división principal no fue entre las antiguas tradiciones como el latín y el canto y un impulso de novedad, sino entre una religión teocéntrica y un activismo de izquierdas que ocasionalmente incluye alguna oración. Siendo las liturgias en lengua vernácula tradicionalmente ritualísticas difíciles de encontrar, y las liturgias en latín una auténtica rareza, muchos católicos prefirieron la influencia de Billy Graham [el más influyente predicador evangélico del siglo XX en Estados Unidos, fallecido en 2018] a la de Karl Marx. En los años 80, sacerdotes y religiosos fieles que habían sido escépticos sobre el movimiento carismático empezaron a apoyarlo con prudencia como pastoralmente eficaz para conducir a las personas a los principios y a la práctica de la fe católica. Las conversiones de algo nivel de antiguos protestantes evangélicos impulsaron el movimiento carismático en la dirección correcta. Plenamente convencidos de la verdad de la doctrina católica, de la centralidad del sacrificio de la Misa, del valor de la adoración y del rosario y de la importancia de pertenecer a la Iglesia fundada por Jesucristo... influyeron para que el movimiento carismático se viese a sí mismo como un ala de la ortodoxia católica más que como un ala revolucionaria contra 'la Iglesia anterior al Vaticano II'".
Compañeros de batalla litúrgica
Cuando en 2007 el Papa Benedicto XVI promulgó el motu proprio Summorum Pontificum, Baresel, que llevaba ya una década asistiendo a la misa tradicional, se encontraba cursando un máster de Filosofía en la universidad de Steubenville, y empezó a organizar un grupo para que se dijese la misa tridentina en la capilla universitaria.
"Para mi sorpresa", confiesa, "la mayor parte de mis principales colaboradores tenían una formación carismática y les entusiasmaba saber más sobre esta antigua forma de rendir culto a Dios nuevamente liberalizada. Una era Susana Spencer, del National Catholic Register. Otro fue a estudiar al Instituto Litúrgico de Chicago y luego empezó a trabajar en el Magnificat. Un tercero es ahora monje benedictino y una comunidad que solamente utiliza la antigua liturgia. A través de ellos supe que Ralph Martin, uno de los fundadores del movimiento carismático, era totalmente receptivo a quienes quisiesen adoptar la antigua liturgia".
Teocentrismo
Dice Baresel que es difícil determinar la entidad de casos como éstos en el conjunto del movimiento carismático, y que en éste coexisten tendencias más próximas a la antigua liturgia y al formalismo ritual y tendencias más partidarias de la espontaneidad efusiva. Pero el hecho de que se cuenten entre los primeros figuras, líderes y organismos destacados, así como las generaciones más jóvenes -formadas en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI-, le sugiere que "ese apoyo a la antigua liturgia y a la formalidad ritual se difunda con el tiempo, aunque sea lentamente, en el interior del movimiento carismático".
Sin ocultar que hay discrepancias, Baresel -que se enmarca en el ámbito tradicionalista- concluye que los desacuerdos y críticas deben ser "caritativos", y que "cuanto más nos centremos en construir sobre la religión teocéntrica del movimiento carismático, más podremos centrarnos en las formas en las que la formalidad ritual es una forma mejor de hacer las cosas buenas que los carismáticos ya están haciendo; cuanto más tratemos a los compañeros carismáticos como católicos fieles, más capaces seremos de impulsar la restauración de la formalidad litúrgica y de defender la ortodoxia en un tiempo de crisis".