Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Un texto de 1946: «Hoy las fronteras son inútiles»

Hace 100 años nació Camus: «Avvenire» difunde un inédito suyo contra el «choque de civilizaciones»

Albert Camus, existencialista y rebelde, ansiaba una solidaridad superior a la que daban las ideologías
Albert Camus, existencialista y rebelde, ansiaba una solidaridad superior a la que daban las ideologías

Albert Camus/ Avvenire

Se cumplen 100 años desde el nacimiento del escritor francés Albert Camus, existencialista, inconformista, rebelde, anticlerical a veces, nostálgico de trascendencia otras, provocativo siempre...

Camus pidió el bautismo poco antes de morir en un accidente, como explica el libro "El existencialista hastiado", que recoge conversaciones con él en sus últimos años.



El diario de la Conferencia Episcopal Italiana ha publicado con motivo de este centenaio un texto inédito suyo escrito en 1946, reflexionando sobre la globalización y la relación entre las naciones, cuando el Bloque Soviético se apoderaba de Europa Oriental y se consolidaba la división del mundo en dos bloques, iniciando la Guerra Fría.

Texto inédito de 1946 de Albert Camus, en Avvenire
​Ahora sabemos que ya no existen islas y que las fronteras son inútiles.

Sabemos que en un mundo en continua aceleración, en el cual atravesamos el Atlántico en menos de un día y Moscú habla con Washington en pocas horas, nosotros estamos obligados, según los casos, a la solidaridad o la complicidad.

En los años Cuarenta hemos aprendido una cosa: la injuria hecha a un estudiante de Praga afecta del mismo modo al obrero de Clichy, y la sangre derramada en la orilla de un río de Europa central guía a un campesino de Texas a derramar el suyo en la tierra de esas Ardenas que ha visto por primera vez.

No había, como no hay, un solo sufrimiento aislado, una sola tortura en este mundo, que no repercuta en nuestra vida de cada día.

A muchos estadounidenses les gustaría vivir cerrados en su sociedad, que consideran buena. Tal vez a muchos rusos les gustaría seguir en la experiencia estatalista, separados del mundo capitalista. No pueden, no podrán nunca.

Del mismo modo, ningún problema económico, por muy secundario que pueda parecer, se puede resolver, hoy, fuera de la solidaridad entre las naciones. El pan de Europa está en Buenos Aires, los coches utilitarios de Siberia se han fabricado en Detroit.

Hoy en día la tragedia es colectiva.

Todos sabemos, entonces, sin sombra de duda, que el nuevo orden que buscamos no puede ser sólo nacional, ni siquiera continental y, sobre todo, no puede ser occidental u oriental. Debe ser universal.

Ya no es posible esperar soluciones parciales o por concesiones. Lo que vivimos es el compromiso, es decir, la angustia para hoy y el asesinato para mañana. Mientras tanto, la velocidad de la historia y del mundo no cesa de aumentar.

Los veintiún[1] sordos, futuros criminales de guerra, que discuten hoy de paz, se intercambian diálogos aburridos, sentados tranquilamente en el borde del rabión que los arrastra hacia el abismo a mil kilómetros por hora.

Sí, este orden universal es el único problema del momento, el que omite todas las discusiones sobre la constitución y la ley electoral, que pretende de nosotros la aplicación de todos nuestros recursos de inteligencia y de voluntad.

¿Cuáles son hoy los medios para alcanzar tal unidad del mundo, para realizar esta revolución internacional, en la cual los recursos humanos, las materias primas, los mercados comerciales y las riquezas espirituales puedan ser distribuidos mejor?

El mundo puede ser unificado desde lo alto por un único Estado más poderoso que los otros. A este papel pueden aspirar Rusia y Estados Unidos.

Yo, - como ninguna de las personas que conozco -, no tengo nada para rebatir la idea apoyada por algunos, según la cual Rusia y Estados Unidos tienen los medios para reinar y unificar el mundo a imagen y semejanza de sus propias sociedades.

La cosa, como francés y, aún más, como mediterráneo, me repugna, pero no tendré en cuenta estos argumentos sentimentales.

Es evidente para todos que el pensamiento político está cada vez más superado por los hechos. Los franceses, por ejemplo, habían iniciado la guerra de 1914 con los medios de la guerra de 1870, y la guerra de 1939 con los de 1918. Pero hay que decir que el pensamiento anacrónico no es una especialidad francesa.

Bastará resaltar aquí que, en práctica, las grandes políticas hodiernas pretenden regular el futuro del mundo mediante principios que se formaron en el siglo XVIII en lo que respecta al liberalismo capitalista, y en el siglo XIX en lo que respecta al socialismo llamado científico.

En el primer caso, un pensamiento nacido en los primeros años de la industrialización moderna y, en el segundo, una doctrina contemporánea del evolucionismo darwiniano y el optimismo renano, proponen adaptarse a la época de la bomba atómica, de las bruscas mutaciones y del nihilismo.

No se podría ilustrar mejor el retraso, cada vez más desastroso, que se produce entre el pensamiento político y la realidad histórica.

Ciertamente, el espíritu está siempre retrasado respecto al mundo. La historia corre mientras el espíritu medita, pero este inevitable retraso aumenta, actualmente, a causa de la aceleración histórica.

El mundo ha cambiado mucho más en los últimos cincuenta años que en los dos siglos anteriores. Hoy lo vemos obstinarse regulando problemas de frontera, cuando todos los pueblos saben que las fronteras son arbitrarias. Es el principio de nacionalidad que ha pretendido prevalecer en la conferencia de los Veintiuno.



Debemos tener en cuenta esto en nuestro análisis de la realidad histórica. Hoy concentramos nuestras reflexiones sobre el problema alemán, que es secundario respecto al choque entre imperios que nos amenaza.

Pero si mañana ideáramos soluciones internacionales en función del problema ruso-estadounidense, correríamos el riesgo, de nuevo, de ser superados.

El choque entre imperios está a punto de convertirse en secundario respecto al choque entre civilizaciones.

Efectivamente, las civilizaciones coloniales hacen oír su voz por todas partes. Dentro de diez años, o de cincuenta, lo que se pondrá en discusión es la superioridad de la civilización occidental.

Por eso, más vale pensar enseguida en ello y abrir el Parlamento mundial a estas civilizaciones, para que su ley sea verdaderamente universal, y universal sea el orden que ésta ratifica. Sí, lo que hay que combatir hoy es el silencio y el miedo, y con ellos la separación que provocan de las mentes y las almas.

Y lo que hay que defender es el diálogo y la comunicación entre todos los seres humanos.

La esclavitud, la injusticia, la mentira son las plagas que rompen esta comunicación e impiden el diálogo. Por esto, debemos rechazarlas. Pero estas plagas siguen siendo, hoy, la sustancia misma de la historia y por esto muchos las consideran males necesarios.

Es cierto que no podemos sustraernos a la historia, que estamos inmersos en ella hasta el cuello; pero podemos pretender luchar en la historia para preservar esa parte del hombre que no le pertenece.

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[1] El autor hace referencia a las Conferencias de París de 1946 y los estados que participaron en ellas. La primera tuvo lugar del 25 de abril al 12 de julio, participaron los representantes de Estados Unidos, la U.R.S.S., Gran Bretaña y Francia. Su objetivo fue trazar el mapa político de Europa después de la II Guerra Mundial. No hubo un acuerdo global, aunque se mantuvieron las fronteras de 1938 para Bulgaria, Rumania, Hungría e Italia. La segunda tuvo lugar del 29 de julio al 15 de octubre, sobre los tratados de paz con los aliados de Alemania (Italia, Hungría, Bulgaria, Rumanía y Finlandia), concluyéndose en 1947 (N.d.T.).

(Traducción de Helena Faccia Serrano)
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