Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

La religiosidad cae, pero el hombre autónomo no es por eso más feliz

¿Por qué dejamos a Dios en un segundo plano, hasta borrarlo? Un análisis en «Foreign Affairs»

¿Por qué dejamos a Dios en un segundo plano, hasta borrarlo? Un análisis en «Foreign Affairs»
La bendición especial Urbi et Orbi por la pandemia que impartió el Papa el 27 de marzo, en una Plaza de San Pedro vacía, tuvo un aire simbólico de fin de época con la reducción a la nada de la presencia de Dios en el mundo. Foto: Vatican Media.

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¿Es la religión el opio del pueblo, como quería Marx? ¿Lo estaría demostrando el apagamiento de la religión ante el 'progreso' del mundo? El sociólogo Ronald Ingleheart reflexionó sobre ellos en Foreign Affairs y Giancarlo Cesana puntualiza algunas cosas en Tempi:

La religión opio del pueblo y nuestra pretensión de dictar nosotros las reglas de la existencia

En Foreign Affairs, autorizada revista estadounidense dedicada a las relaciones internacionales (políticas, económicas y culturales), en el número de septiembre-octubre que salió el pasado 8 de agosto se publicó un artículo titulado Giving up on God. The Global Decline of Religion [Renunciar a Dios. El declive global de la religión]. El autor, Ronald Inglehart, es un politólogo y sociólogo estadounidense ya anciano (1934) que ha abordado en profundidad las transformaciones culturales y religiosas de la sociedad. Su biografía y competencia están documentadas en internet, donde se pueden encontrar amplias referencias a su abundante producción (libros y estudios).

Los estudios sobre la religión ocupan un periodo muy vasto y lleno de cambios, que se remonta a unos cuarenta años atrás. Inglehart parte de la consideración de que los primeros años de este siglo parecían favorables a la difusión de la religión, que ocupaba el vacío dejado por la caída del comunismo, favorecida por la elección del presidente George W. Bush, que no escondía su intensa fe evangélica, manifestada con fuerza y violencia en el ataque a las Torres Gemelas. Sin embargo, un estudio llevado a cabo en 49 países, que cubre un total aproximado del 60% de la población mundial, utilizando los datos disponibles entre 1981 y 2007, pone en evidencia que, a pesar de que en 33 naciones la religiosidad parece aumentar, en las que tienen una renta más elevada claramente disminuye.

Sin embargo, el declive se aceleró vertiginosamente en los años sucesivos, hasta llegar a nuestros días. En una escala de 1 a 10, que clasifica la fe religiosa de "Nada importante" a "Muy importante", 43 de los 49 países han pasado a ser menos religiosos. Es significativo el caso de Estados Unidos, que en 2007 alcanzaba una puntuación media de 8,2 y que en la última encuesta, de 2017, había bajado a 4,6.

También la Iglesia católica estadounidense está profundamente en crisis. Según una encuesta del Pew Research Center -famoso centro de estudios "independiente", dedicado a sondeos aplicados al análisis social-, el 92% de los adultos de EE.UU. es consciente de los abusos sexuales cometidos por los sacerdotes; es más, el 80% piensa que los abusos continúan. Por dicha razón, el 27% de los católicos encuestados afirma haber reducido la frecuencia con la que va a misa.

Por último, Inglehart se detiene en la que él considera la fuerza más importante que hay detrás de la secularización: "El cambio en las normas que gobiernan la fertilidad humana". Y refiere los resultados del World Values Survey, un estudio llevado a cabo por científicos de todo el mundo, iniciado también en 1981, sobre los valores que caracterizan la vida de las personas y de las sociedades en un centenar de países. También en esta ocasión se utilizó una escala de 1 a 10 para indicar el grado de aceptación del divorcio, el aborto y la homosexualidad. El nivel de puntuación crítico corresponde a 5,5: las puntuaciones más bajas indican que la mayoría de una nación está vinculada a puntos de vista más "tradicionales y conservadores"; las puntuaciones superiores indican una visión más "liberal, centrada en la libertad de elección individual". A principios de los años 80 la mayoría de los países investigados apoyaban normas "pro-fertilidad", también entre los que tenían una renta elevada: se pasaba de la puntuación media de 3,44 en España, a la de 3,49 en Estados Unidos, 3,50 en Japón, 4,14 en el Reino Unido y 5,35 en Suecia. En 2019 el cuadro había cambiado totalmente: 5,86 en Estados Unidos, 6,17 en Japón, 6,74 en España (!), 6,90 en Reino Unido y 8,49 en Suecia.

Una antigua idea de Marx

Inglehart parece pensar que los cambios en la moral sexual están en el origen del desapego a la religión, que obliga a la mujer a permanecer en casa y tener hijos y a los homosexuales a ocultar su inclinación. La religión habría perdido su fuerza coercitiva ante una vida que cada vez es más segura, más larga y está menos condicionada por el hambre, la enfermedad y la violencia.

Por otro lado, a medida que disminuye la importancia de la religión, las sociedades no han estallado, como alertaban los conservadores sobre el colapso de la cohesión social y la moralidad pública. Es más: los países menos religiosos están, inequívocamente, menos corruptos que los religiosos. Esto no significa que la religión implique corrupción, solo que es un indicador de menor desarrollo civil y económico. Karl Marx, Max Weber y Emile Durkheim -grandes pensadores progresistas del siglo XIX y principios del XX- ya predijeron que la difusión del conocimiento científico expulsaría a la religión del mundo. Esto no ha sucedido porque la religión es una experiencia más "emotiva" que "cognitiva" (racional), así que la incertidumbre y las dificultades de la existencia aún mantienen a muchas personas apegadas a Dios, pero el camino es ese: lo confirman la caída de la práctica religiosa, la venta a precios irrisorios de las iglesias, desiertas e inútiles, y la debilidad del clero, temas de los que informan los medios de comunicación.

El Skate Hall de Arnhem (Holanda), antigua iglesia de San José, donde a mediados de los años 60 llegaban a congregarse en misa mil personas cada domingo.

Además, Inglehart no deja de subrayar, al final de su ensayo, que las religiones tradicionales son peligrosamente divisorias en la "sociedad contemporánea globalizada". Sin embargo, el futuro no garantiza que no vuelva la religión, porque pandemias como la del Covid aumentan la incertidumbre existencial y pueden empujar a las personas a refugiarse en Dios.

Poner a Dios en segundo lugar

Me he detenido en el artículo de Inglehart porque me parece que resume de manera magnífica las que son las ideas habituales de las élites intelectuales de Occidente, que luego transmiten al pueblo, que las absorbe pasivamente. No se trata, de hecho, de la manifestación de un ateísmo militante, sino de un desinterés por Dios, que aparece como un problema y una molestia más, en una vida que se vive según lo que a uno le gusta, sin obstáculos o remordimientos. En este sentido, vale la alusión que hace Inglehart a la conquista de la libertad sexual como principal factor antirreligioso.

Temo, sin embargo, que el autor confunde la consecuencia con la causa. El hombre no se ha alejado de Dios para poder hacer lo que quiera, sino que es por la sensación y la pretensión de hacer lo que quiera por lo que ha puesto a Dios en segundo lugar. Como dice Benedicto XVI en el reciente libro-entrevista biográfico Una vida, del periodista alemán Peter Seewald, [aparición en español en octubre, Ediciones Mensajero], se está estableciendo "una dictadura mundial de ideologías aparentemente humanistas" que "excomulga socialmente" a quien no la reconoce. Es el largo proceso a través del cual el hombre tiende a sustituir a Dios, como resume Luigi Giussani magistralmente en el pequeño volumen La conciencia religiosa en el hombre moderno (Ediciones Encuentro).

Ahora es el hombre, no Dios, quien establece las reglas de la existencia y de la naturaleza, porque considera que si no las posee en este instante, las poseerá en el futuro: la ciencia ha dado pasos de gigante, la lucha a las enfermedades es más eficaz, las sociedades se desarrollan continuamente y las que están más avanzadas incluso están menos corruptas y tienen menos crímenes. La religión es el legado de los que están atrasados, que aún son presa del hambre, de las enfermedades y de las muertes prematuras, o bien de los que no consiguen superar las dificultades y las contradicciones de la vida. En el fondo, Dios es el resultado del ansia producida por una catástrofe que se cierne sobre el hombre. De hecho, uno de los efectos del Covid podría ser la vuelta a la religión.

Ser amplio en los modos y estricto en las reglas

La interpretación de la religión como respuesta, tendencialmente alineada, a la debilidad humana, "opio de los pueblos" según Karl Marx, es antigua y, aunque tal vez más actual ahora que antes, también es obvia y superficial. Retrasar la muerte y la enfermedad no las elimina, como tampoco elimina la fragilidad y la incoherencia humana; asimismo, el progreso de la ciencia y la técnica no consigue prever y evitar los aluviones, los terremotos y las pandemias. Las reglas que el hombre se da a sí mismo, adueñándose del criterio de la vida, son complicadas y están llenas de contradicciones y dificultan la vida incluso cuando quieren facilitarla.

Pensemos en la citada sexualidad. Cuanto más se fomenta su "desinhibición", eliminando los que se consideran complejos, condicionamientos y prejuicios, más se advierte su peligrosidad, multiplicándose los controles en el comportamiento, y más se subrayan las transgresiones. Pero esto podría ser comprensible: si se es abierto en las formas y los contenidos del comportamiento, hay que ser muy estricto en las reglas. Lo que no es comprensible, o mejor, lo que no se quiere comprender, es que el intento de dominio y posesión de las cosas no hace la vida más feliz. Estoy hablando de la vida de las personas de éxito, pero también de las ordinarias, que hoy en día tienen más suerte de la que tenían antes. Aunque es verdad que en las sociedades avanzadas la corrupción, los robos y los homicidios disminuyen, también es verdad que aumentan las separaciones, las enfermedades mentales, los abortos, la eutanasia y los suicidios.

No pretendo celebrar los buenos viejos tiempos. No puedo hacer comparaciones fehacientes: solo las puedo hacer con mi juventud, en la cual, respecto a los jóvenes de hoy en día, me parece que las cosas tenían mejor sabor. Podría equivocarme y la situación de hoy ser mejor que la de entonces, pero leyendo los periódicos y viendo la televisión, aún hay mucha infelicidad.

Otro mundo en este mundo

Las reglas que los hombres se dan a sí mismos autónomamente para vivir no bastan para la vida. La vida no cabe dentro de ellas porque el hombre no se da la vida él solo, no la conoce suficientemente, ni, en última instancia, la posee. La vida la da y la hace Dios. La religión debería enseñar cómo sucede esto, todos los días. Si bien es verdad que la religión ayuda a enfrentarse a las desgracias, es necesario tener en cuenta que no hay desgracia más grande que una vida sin sentido, no vivida, insensible a la realidad y a los otros. Para remediar a esto Dios se hizo hombre, intervino en el mundo y corrigió la religión con la fe, la posibilidad de ver y creer en la cotidianidad de una humanidad cambiada y más verdadera. «Otro mundo en este mundo», dijo el seminarista Giussani a su compañero Enrico Manfredini (futuro arzobispo de Bolonia), que contemplaba estupefacto el Misterio de la Encarnación.

Traducción de Elena Faccia Serrano.

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