Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Homilías de lujo

Hoy, tercer domingo de Adviento, ¿qué dijo Castellani sobre Juan el Bautista y los fariseos?

«El fariseísmo es la sífilis de la religión», afirmó el gran jesuita argentino, que no se andaba con tapujos.

Carmelo López-Arias / ReL

En el agua del Jordán.
En el agua del Jordán.

La liturgia del Tercer Domingo de Adviento nos trae a la memoria el pasaje del Evangelio de San Juan en el que los fariseos interrogan a San Juan Bautista.  Quieren saber si él es el Mesías, si es Elías -quien ha de precederle-, si es el Profeta. Se encuentran con tres negativas y una advertencia: "En medio de vosotros está quien vosotros no conocéis, el que viene detrás de mí, a quien no soy yo digno de desatar la correa de su calzado" (Jn 1, 19-28).

Si queremos una lectura con la que meditar este texto evangélico, hoy es una buena ocasión para empezar, aunque no sea por la primera página, una de las obras más conocidas del jesuita argentino Leonardo Castellani (18791981): El Evangelio de Jesucristo. Acaba de ser editada, por primera vez en España, por Ediciones Cristiandad, con prólogo de Juan Manuel de Prada, el gran introductor en España de este autor que une calidad literaria con segura doctrina y, además, un espíritu polémico poco frecuente en los sacerdotes y que le granjeó más de un disgusto.

Todo ello contribuye a que destaque más el genio de Castellani, que en esta obra reúne sus homilías sobre los Evangelios de la misa de todo el año. Lo publicó por primera vez en 1957, pero aunque la reforma litúrgica postconciliar cambió los ciclos de lectura de los Evangelios, el autor aún tuvo tiempo de adaptar su obra a los nuevos tiempos.

Pura ortodoxia

En la distribución, por supuesto, que no en la doctrina. No era Castellani hombre de andar adaptando verdades divinas a comodidades terrenas. Prada describe en el prólogo cómo la misma edición de sus sermones tuvo que pasar el fielato de ciertos fariseos que guardaban rencor contra él por su talante incómodo y su verbo castigador con los acomodaticios. Al final, la obra salió de la imprenta respaldada por el historiador Guillermo Furlong, S.I. y por el arzobispo de San Juan de Cuyo, Audino Rodríguez Olmos.

Una de las grandes obras de Leonardo Castellani.

El tema del fariseísmo era uno de los favoritos de Castellani, con denuncias que en los años 40 y 50 se estilaban muy poco en la Iglesia, aunque nada tenían que ver con las procedentes del campo progresista. De hecho, toda la teología del genio de Reconquista -su ciudad natal- es puro tomismo y pura ortodoxia.

En este volumen de más de cuatrocientas páginas, por ejemplo, las ochenta de "Introducción a los Evangelios" que preceden a las homilías, y el "Resumen de todo lo dicho" que las cierra y culmina -y que es todo un pequeño tratado de doctrina y apologética evangélicas-
, instruyen sobre la vida, la obra redentora y las palabras salvadoras de Cristo con la ciencia que le daban sus doctorados y la permeabilidad científica que caracteriza a la Compañía de Jesús, unidas a un verbo desenfadado y provocador.

Variedad temática, unidad de enfoque
No son homilías que se recluyan en lo piadoso, sino que lanzan sus dentelladas a cualquier asunto de actualidad política, social o cultural que Castellani sabía como nadie iluminar con la fe católica, el sentido común y el desprecio olímpico a los mandarines del pensamiento secularista.

Castellani, con su sotana raída: un escritor pobre, una fe rica.

Así, por ejemplo, en la homilía de este Tercer Domingo de Adviento, además de una puya a los enfrentamientos políticos que caracterizan la historia argentina (pro y contra Juan Manuel de Rosas), explica por qué la remisión de San Juan Bautista a la autoridad de Jesús será luego utilizada por el Maestro como prueba de su divinidad, y censura el fariseísmo como "la sífilis de la religión" y "el peor mal que existe en el mundo" porque corrompe la religiosidad con su intención torcida. Y justifica también las duras imprecaciones de Jesucristo contra los fariseos porque "la voz gorda" era "la única que quedaba para salvarlos".

En cierta medida, justificaba así también su propia "voz gorda", que le granjeó tantos enemigos en vida como, tras su muerte, admiradores ante una obra única. Obra que, volcada sobre la Palabra de Dios que son los Evangelios, adquiere sus mejores destellos.

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