Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Don Marcelo consoló al obispo Guerra Campos con un telegrama tras el insólito ataque de Tarancón

Don José Guerra Campos saluda a Juan Pablo II.
Don José Guerra Campos saluda a Juan Pablo II.

Carmelo López-Arias

"El señor obispo de Cuenca es un intelectual puro y muchas veces vive en un plano eminentemente teórico, desgarzado de la realidad. Como suele ocurrirles a los intelectuales, vive un tanto a la espalda del mundo. ¡El pobre don José Guerra Campos, con toda su inteligencia, parece que a veces no tiene ninguna! Yo pienso que está un poco amargado por los fracasos, porque no siempre le han salido sus cosas, desde que es obispo, como hubiera querido. Además, tiene menos culpa de lo que parece. Le empujan esas gentes que le llaman el obispo de España y esas cosas".

Hoy resulta difícil que un obispo diga de otro (en público) cosas semejantes, pero fue lo que el 7 de julio de 1975 dijo el cardenal Vicente Enrique y Tarancón sobre el obispo de Cuenca, José Guerra Campos. Dos diarios asturianos, La Voz de Asturias y Región, recogieron las declaraciones del arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española al periodista Ceferino de Blas.

Guerra Campos no quiso responder en público a una noticia que Cambio 16 denominó Obispos a la greña, pero dentro del considerable revuelo nacional a que dio lugar este incidente tuvo algunos consuelos. Sobre todo, el telegrama de apoyo que le remitió el cardenal primado de España y arzobispo de Toledo, Marcelo González Martín: "Como metropolitano provincia eclesiástica a la que pertenece Cuenca, lamento profundamente afirmaciones vertidas a V.E., a la vez que reitero admiración por espléndida labor pastoral diocesana, profundo magisterio doctrinal, espíritu de servicio, trabajo continuo en bien Iglesia española".

Así actuó Dadaglio

Todos los detalles del caso, algunos de ellos inéditos hasta ahora, figuran en la obra La Iglesia y la guerra española de 1936 a 1939 (Actas), de Blas Piñar, junto a numerosos otros que evidencian la fractura que se abrió en la Iglesia española a raíz del doble nombramiento del cardenal Tarancón para los cargos citados, y de Luigi Dadaglio como nuncio de la Santa Sede en España. El aggiornamento postconciliar primero, y la Transición política después, partieron en dos a la Conferencia Episcopal, aunque el bando más proclive a la nueva situación logró una amplia mayoría.

Dadaglio nombró, entre 1964 y 1968, nada menos que 53 obispos. Y de ellos, más de la mitad eran obispos auxiliares, la fórmula que encontró la Santa Sede para ir ocupando sedes sorteando los obstáculos que pudiese poner el Estado español, que tenía posibilidad de intervenir en la designación de los obispos titulares.

Un viraje de 180 grados

El libro de Piñar detalla en su segunda parte cómo fue la evolución de la Iglesia española en su actitud hacia la guerra y el régimen encabezado por Francisco Franco, respecto a la que detalla en la primera parte. Es un viraje de 180 grados del cual es el autor un testigo de excepción.

Portada de La Iglesia y la guerra española de Blas Piñar.

En efecto, Blas Piñar es fundamentalmente conocido por su labor política a partir de finales de los años sesenta, una labor que, tras fundar el partido político Fuerza Nueva, le llevó a ser diputado por Unión Nacional entre 1979 y 1982.

Esa actividad ha acabado eclipsando la faceta de Piñar como seglar y dirigente de la Acción Católica, a la cual pertenecía cuando estalló la guerra y a la que consagró décadas intensas de su vida. En los años 50 y 60 fue un orador muy solicitado por numerosos obispos para conferencias cuaresmales u otras exposiciones apologéticas y espirituales, y es autor, por ejemplo, de un tratado sobre los ángeles. Incluso durante su posterior vida política entendió la religión como médula de sus intervenciones públicas.

En esta obra, recién publicada, Piñar examina documento a documento cómo la Iglesia española comenzó considerando la guerra civil como una Cruzada en defensa de la fe contra su peor enemigo (el comunismo), y terminó con una buena parte del episcopado (todo el nombrado a partir del Concilio Vaticano II por monseñor Dadaglio, cuando se inicia el despegue oficial de la Iglesia respecto al régimen de Franco) alentando a la oposición y desautorizando cualquier defensa del mismo desde presupuestos católicos.

Nueve obispos alertan sobre la Constitución

La condición profesional de Blas Piñar como notario es palpable en estas páginas, donde se hace un extraordinario acopio de información hasta ahora dispersa y que atesoraba en su archivo personal.

Parte de ella muestra la mente de los obispos en los años de la guerra y por qué no tuvieron dudas en suscribir la caracterización de Cruzada de la que luego renegó en 1971 la célebre Asamblea Conjunta de sacerdotes auspiciada por el cardenal Tarancón.



Aquel telegrama de Don Marcelo no fue sino la manifestación más notable de su enfrentamiento con Tarancón, que se reproduciría tres años después cuando el cardenal primado firmó, el 28 de noviembre de 1978, una pastoral a la que se adhirieron otros ocho obispos, recomendando el voto negativo a la Constitución por cinco razones que no tardaron en verificarse: "Exclusión del nombre de Dios", "falta de referencia a la ley natural con lo que las leyes quedan a merced de los poderes públicos", "falta de garantías para la libertad de enseñanza", falta de tutela a la familia "abriendo la puerta al divorcio" y "omisión del veto explícito al abominable crimen del aborto".

Los nueve visionarios obispos fueron, junto a Don Marcelo, Segundo García de Sierra (Burgos), Francisco Peralta (Vitoria), Laureano Castán Lacoma (Sigüenza), José Guerra Campos (Cuenca), Luis Franco Cascón (Tenerife), Ángel Temiño (Orense), Demetrio Mansilla (Ciudad Rodrigo) y Pablo Barrachina (Orihuela-Alicante).

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