Contundente exposición
Juan Manuel de Prada borda una aproximación católica al sindicalismo en su segundo «Lágrimas...»
El programa de cine y debate que dirige el escritor en Intereconomía TV hizo un planteamiento pocas veces visto en antena.
Lágrimas en la lluvia promete a los espectadores abordar temas candentes en una perspectiva profunda y diferente, y lo está cumpliendo. Se estrenó la semana pasada estudiando el concepto de derechos humanos y su desnaturalización moderna, y este viernes, en plena resaca de la huelga «general» del 29-S, estudió los orígenes del sindicalismo y los verdaderos objetivos de los sindicatos hoy.
Y fiel a su línea directriz de programar sólo buen cine para iluminar los debates, si se habló de derechos humanos tras visionar Esta tierra es mía (1943), de Jean Renoir, con Maureen O´Hara y Charles Laughton, esta vez se habló de sindicalismo con el regusto de una obra maestra: Las uvas de la ira (1940), de John Ford, protagonizada por Henry Fonda.
Debatieron Enrique de Diego (periodista) Pedro Fernández Barbadillo (editor), Fernando Claro Casado (catedrático de Derecho del Trabajo) y José Luis Fernández (secretario de Comunicación de USO, Unión Sindical Obrera), bajo la dirección de Juan Manuel de Prada y con María Cárcaba en la introducción de la película y los temas.
Crítica al liberalismo
Pero sin duda el momento clave del programa fueron los ocho minutos de arranque, previos a la emisión de la película, y los cuatro con los que se abrió el debate. En ellos Prada bordó una exposición histórica de los orígenes del sindicalismo y su posterior transformación en apéndice de intereses políticos.
«Está en la naturaleza de los seres humanos la vocación comunitaria», afirmó el escritor, y por tanto la creación de «mancomunidades de almas» para estrechar sus vínculos. Así nacieron en la Edad Media las asociaciones de trabajadores o gremios como «hijos del espíritu cristiano de hermandad».
Pero cuando llegó el liberalismo, «la mayor plaga que la Humanidad recuerde», prohibió la libertad de asociación (la Ley Le Chapelier de 1791, tan característica de la Revolución Francesa), bajo la idea de que la asociación enajenaba a los individuos. Ésa ha sido, según Prada, «la obsesión del liberalismo: destruir los vínculos como destructores de la libertad humana -cuando son en realidad su máxima expresión- para crear individuos aislados y, en teoría, independientes». En realidad, sustituyó las asociaciones naturales por partidos políticos, «que debilitan la fuerza de la comunidad».
La Revolución Industrial
Tras este análisis de corte más filosófico, Prada explicó cómo la Revolución Industrial condujo a la proletarización de masas enteras de trabajadores, desmintiendo los ideales pomposos de Libertad, Igualdad y Fraternidad del liberalismo y rompiendo, entre otras cosas, «la compenetración entre obreros y patronos, sustituida por una indiferencia brutal de los obreros respecto a la empresa», perfecto caldo de cultivo para que ideologías como el comunismo, el socialismo y el anarquismo agitasen la lucha de clases.
El director de Lágrimas en la lluvia citó a León XIII y su encíclica Rerum Novarum de 1891, considerada la carta magna de la doctrina social de la Iglesia, como apoyo a este análisis, explicando que era natural que surgiese el sindicalismo como respuesta vigorosa natural de la sociabilidad humana para enfrentarse a los problemas creados por el liberalismo. El Papa Gioacchino Pecci promovió entonces asociaciones mixtas de obreros y empresarios, pero para entonces «los sindicatos ya estaban absorbidos por la ideología política», básicamente el marxismo.
La adhesión de los sindicatos a las ideologías «los ha debilitado» como instrumento propio de la sociabilidad humana, y ahora están «donde las ideologías los necesitan» y repitiendo «todas las lacras de los partidos políticos», incluido «el control sobre las conciencias». Ya son un mero «órgano o rehén» del Estado.
Un «católico genial»
No es fácil escuchar en antena una exposición tan clara y actual de la que ha sido tradicional visión histórica de la Iglesia sobre el siglo en el que nace la llamada «cuestión social».
Ilustró luego el debate la gran película de John Ford, a quien Prada calificó como «un católico genial».
El próximo viernes, a las 22.00 horas, Lágrimas en la lluvia anuncia su próximo debate (los toros) y otra excepcional película, esta vez española: Tarde de toros (1956), de Ladislao Vajda (el director de Marcelino Pan y Vino), que fue nominada a la Palma de Oro del festival de Cannes y donde los maestros Antonio Bienvenida y Domingo Ortega acompañan a grandes estrellas del cine de la época como Pepe Isbert, María Asquerino o Manolo Morán. Entre otros, estará en el debate Enrique Ponce.
Y fiel a su línea directriz de programar sólo buen cine para iluminar los debates, si se habló de derechos humanos tras visionar Esta tierra es mía (1943), de Jean Renoir, con Maureen O´Hara y Charles Laughton, esta vez se habló de sindicalismo con el regusto de una obra maestra: Las uvas de la ira (1940), de John Ford, protagonizada por Henry Fonda.
Debatieron Enrique de Diego (periodista) Pedro Fernández Barbadillo (editor), Fernando Claro Casado (catedrático de Derecho del Trabajo) y José Luis Fernández (secretario de Comunicación de USO, Unión Sindical Obrera), bajo la dirección de Juan Manuel de Prada y con María Cárcaba en la introducción de la película y los temas.
Crítica al liberalismo
Pero sin duda el momento clave del programa fueron los ocho minutos de arranque, previos a la emisión de la película, y los cuatro con los que se abrió el debate. En ellos Prada bordó una exposición histórica de los orígenes del sindicalismo y su posterior transformación en apéndice de intereses políticos.
«Está en la naturaleza de los seres humanos la vocación comunitaria», afirmó el escritor, y por tanto la creación de «mancomunidades de almas» para estrechar sus vínculos. Así nacieron en la Edad Media las asociaciones de trabajadores o gremios como «hijos del espíritu cristiano de hermandad».
Pero cuando llegó el liberalismo, «la mayor plaga que la Humanidad recuerde», prohibió la libertad de asociación (la Ley Le Chapelier de 1791, tan característica de la Revolución Francesa), bajo la idea de que la asociación enajenaba a los individuos. Ésa ha sido, según Prada, «la obsesión del liberalismo: destruir los vínculos como destructores de la libertad humana -cuando son en realidad su máxima expresión- para crear individuos aislados y, en teoría, independientes». En realidad, sustituyó las asociaciones naturales por partidos políticos, «que debilitan la fuerza de la comunidad».
La Revolución Industrial
Tras este análisis de corte más filosófico, Prada explicó cómo la Revolución Industrial condujo a la proletarización de masas enteras de trabajadores, desmintiendo los ideales pomposos de Libertad, Igualdad y Fraternidad del liberalismo y rompiendo, entre otras cosas, «la compenetración entre obreros y patronos, sustituida por una indiferencia brutal de los obreros respecto a la empresa», perfecto caldo de cultivo para que ideologías como el comunismo, el socialismo y el anarquismo agitasen la lucha de clases.
El director de Lágrimas en la lluvia citó a León XIII y su encíclica Rerum Novarum de 1891, considerada la carta magna de la doctrina social de la Iglesia, como apoyo a este análisis, explicando que era natural que surgiese el sindicalismo como respuesta vigorosa natural de la sociabilidad humana para enfrentarse a los problemas creados por el liberalismo. El Papa Gioacchino Pecci promovió entonces asociaciones mixtas de obreros y empresarios, pero para entonces «los sindicatos ya estaban absorbidos por la ideología política», básicamente el marxismo.
La adhesión de los sindicatos a las ideologías «los ha debilitado» como instrumento propio de la sociabilidad humana, y ahora están «donde las ideologías los necesitan» y repitiendo «todas las lacras de los partidos políticos», incluido «el control sobre las conciencias». Ya son un mero «órgano o rehén» del Estado.
Un «católico genial»
No es fácil escuchar en antena una exposición tan clara y actual de la que ha sido tradicional visión histórica de la Iglesia sobre el siglo en el que nace la llamada «cuestión social».
Ilustró luego el debate la gran película de John Ford, a quien Prada calificó como «un católico genial».
El próximo viernes, a las 22.00 horas, Lágrimas en la lluvia anuncia su próximo debate (los toros) y otra excepcional película, esta vez española: Tarde de toros (1956), de Ladislao Vajda (el director de Marcelino Pan y Vino), que fue nominada a la Palma de Oro del festival de Cannes y donde los maestros Antonio Bienvenida y Domingo Ortega acompañan a grandes estrellas del cine de la época como Pepe Isbert, María Asquerino o Manolo Morán. Entre otros, estará en el debate Enrique Ponce.
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