Los sacerdotes Patxi Bronchalo, Jesús Silva y Antonio Maria Domenech saben bastante de Internet y de pantallas. Son sacerdotes youtubers, con mucha presencia en redes sociales.
Cuando se plantean hablar sobre los móviles, tablets, ordenadores y otras pantallas en la vida del cristiano, advierten: "El móvil y las pantallas son buenos servidores, pero malos señores”. Y para eso recomiendan medir el uso. "Se pueden usar bien... y poco", advierte Domenech.
Hablan del tema en un nuevo capítulo de Red de Redes, la serie de catequesis informales en vídeo que produce la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP).
El capítulo empieza con algunas bromas sobre la serie "El Mandaloriano", de Star Wars, protagonizada por una casta de guerreros espaciales con un estricto código y normas que llaman "El Camino". (La serie ha terminado recientemente su tercera temporada, y destaca porque no tiene elementos woke, ideología de género ni nada de sexo en las 3 temporadas).
Los curas no son apocalípticos con las redes sociales, y así dan su primer mensaje: "las redes sociales se pueden usar bien”. Pero ¿cómo hacerlo?
Con el móvil e Internet, lo queremos todo ¡ya!
“Nos hemos acostumbrado a lo inmediato, a querer acceder a todos los contenidos ya, y este inmediatismo nos ha sumergido en el mundo digital donde podemos perder mucho tiempo y perdernos a nosotros mismos”, advierte Silva.
El sacerdote reflexiona sobre el exceso de información -verificada o no-, estímulos y contenidos que recibimos, y plantea que “nuestro organismo y nuestro sistema neurológico no están preparados” para este salto tan inmediato de lo analógico a la sobreexposición digital.
Adicción, subidón de dopamina: redes que buscan enganchar
“Las pantallas pueden ser una adicción sin sustancia [a diferencia del alcoholismo o la drogadicción], y pueden llevar a otras adicciones, como la pornografía o el juego”, advierte Bronchalo. El autor de Cuando el sexo te atrapa describe el mecanismo de la adicción: suele haber detrás un estado emocional negativo o una carencia afectiva, y en la compensación inmediata hay una gratificación, acompañada de un subidón de dopamina… pero que se vuelve el modo acostumbrado de serenarse, y va generando la necesidad de estímulos cada vez más fuertes.
“Las redes sociales -continúa- están diseñadas para enganchar: los vídeos de TikTok, los Shorts de YouTube o los reels de Instagram funcionan como una tragaperras, y atrapan”. El padre Silva añade que “el hueco que deja la endorfina lo llena la tristeza, y eso lo saben las redes sociales, a través del famoso algoritmo, que mide cuánto te detienes a mirar hasta las miniaturas de los vídeos, o cuáles pasas y cuáles no”, y lamenta que el mundo de las pantallas también puede abrir la puerta al sexting, la pedofilia o la extorsión. “Hay una vía buena de utilizarlo pero también un montón de métodos nocivos”, concluye.
Silva recomienda la temporalización: "usar un tiempo marcado, limitado, decidir que vas a dedicar 15, 20 minutos, un tiempo concreto".
Los curas de Red de Redes hablan del mecanismo de adicción y el algoritmo en las pantallas, redes y vídeos.
Ser más listos que el algoritmo
Hecho el diagnóstico, los tres sacerdotes se ponen a buscar soluciones. Una: “Podemos ser más listos que el algoritmo”, asegura Silva. Pone un ejemplo: “En Instagram, entro en el buscador, la lupita, y busco a propósito imágenes que me interesan, de Jesús o de gatitos, y las dejo abiertas un rato… y así en mi sección cada vez van apareciendo más gatitos e imágenes de Jesús”, dice, y apunta también a que sirve al contrario, pasando vídeos más rápido o clicando en “No me interesa”.
“Has de ser más listo que el algoritmo, para que no te ofrezca cosas que sabes que te enganchan: has de ser tú quien controle al algoritmo, y no al revés”, insiste.
Silva también apunta dos claves importantes para combatir los efectos nocivos de las redes: la temporalización -establecer a qué dedicas tu tiempo y marcar cuánto a cada cosa- y la alternativa. Esto último significa “que mi único entretenimiento o fuente de información no pueden ser las redes sociales”, sino diversificar el ocio en el mundo “real”.
¿A qué edad le doy el móvil a mi hijo?
Ante esta pregunta, Domenech interviene advirtiendo contra las soluciones uniformes: “Yo creo que depende de cada caso, de ver cuándo es necesario, pero crear la necesidad es un error”.
Frente al sobado “pero es que todos mis amigos lo tienen”, Domenech replica que “eso no es un argumento”, y recuerda que “ha llegado el momento en que hay que ir a contracorriente: asume que debes ser diferente y vívelo con toda la paz del mundo”.
(Sobre esto, lea este testimonio: niños sin TV, sin móviles y todo muy bien).
Domenech ofrece otra clave dirigida a los padres o a los hermanos mayores: simplemente, estar, pasar tiempo entretenido con los chavales.
“Hay que saber perder el tiempo con el hijo que lo pierde, porque entonces el hijo no se perderá”, declara, con una formulación un poco chocante.
Pone el ejemplo de cuando su padre jugaba con él a los coches: “Parecía que estaba perdiendo el tiempo, pero me estaba educando”.
Silva da un consejo complementario: “Pongamos que decides que tu hijo de 14 años puede tener móvil, pero antes consensúas con él que va a ser un uso supervisado, y de vez en cuando comentas con él lo que le sale en la lupita de Instagram, o en TikTok. Por ejemplo, si le salen muchos vídeos de gimnasio puedes comentar con él si tiene algún complejo con su cuerpo, o -también en positivo- si quiere ir al gimnasio”. “La transición a la intimidad plena del hijo, que puede concluir hacia los 16 años, debe ser dialogada”, añade.
El episodio concluye, como es habitual, con una ronda de recomendaciones.
Domenech recomienda conocer la vida de san Juan Berchmans (jesuita que murió veinteañero por una enfermedad) y su ejemplo de ayuda al prójimo, una “alternativa” a las pantallas muy importante, en línea con lo que planteaba Silva. Berchmans agradecía ir a ayudar a otros estudiantes.
Bronchalo, por su parte, recomienda el libro Respeta mi sexualidad, de Anna Plans, y Silva recomienda Educar en al asombro, escrito por Catherine L ́Ecuyer, y el documental El dilema de las redes sociales, en Netflix.