La experiencia de un periodista digital que limita mucho a sus hijos el acceso a las pantallas
Tres hijos, más de 10 años sin tener TV y con el móvil controladísimo... «y nos va muy bien»
Pablo J. Ginés, redactor jefe de ReligionEnLibertad, insiste en que él no es un tecnófobo. Ha realizado casi toda su carrera como periodista "digital", en prensa de Internet. También ha sido profesor de Teoría de la Comunicación en la Universidad Abat Oliba, donde podía reflexionar y educar sobre el uso de los medios.
Pero él dice que cuando más ha aprendido sobre efectos de los medios ha sido con su largo experimento casero: educando a sus tres hijos sin televisión y casi sin móvil los últimos 11 años. ¿Qué frutos ha dado eso? Ha publicado su experiencia y reflexiones en Nuevo Pentecostés, la interesante revista que edita la Renovación Carismática Católica en España (de pago, pero con acceso gratis a algunos ejemplares aquí en PDF).
(El artículo es anterior al confinamiento por el coronavirus, cuando las pantallas, durante un tiempo muy especial, han ocupado un espacio más amplio en la vida de todos... pero sigue siendo aplicable de forma general).
El periodista de ReL Pablo J. Ginés explica cómo educa a sus hijos sin TV en casa y casi sin móvil
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Mis hijos, sin tele en casa y casi sin móvil… y nos va muy bien
Por Pablo J. Ginés
Desde hace 11 años no tenemos televisión en casa. Mis hijos tenían 5, 2 y 1 años cuando la televisión desapareció de mi hogar, han crecido sin televisión.
En aquel momento no fue una decisión del todo radical: simplemente, al mudarnos de Barcelona a Madrid, dejamos atrás el viejo televisor pensando “quizá ya compraremos otro”. Pero no lo hicimos, porque veíamos que, sin tele, el niño mayor se entretenía con libros y juegos y con sus hermanos.
Hoy vemos que, como resultado de no tener televisión en casa, nuestros 3 hijos son lectores, algo importante porque nuestra religión requiere familiaridad con la lectura.
Ya les hemos dicho que no tendrán móvil hasta los 18 años. Al mayor, de 16 años, y la mediana, de 13, les dejamos usar el móvil de mamá un par de veces cada tarde.
No soy un tecnófobo ni un fanático antitecnología. De hecho, llevo desde 1997 trabajando como periodista en Internet. Y fui varios años profesor de Teoría de la Comunicación en una universidad. Estudiamos mucho las teorías sobre los efectos.
¿Nos deja tontos la televisión, como decía mi abuela? Claro que ella, mujer sencilla que apenas leía el Hola, también decía que leer tantos libros me dejaría tonto. Yo estoy de acuerdo con el libro Superficiales, de Nicholas George Carr: Internet nos hace aún más tontos.
En 1985 se hizo famoso el estudioso Meyrowitz con esta frase que siempre ponía yo en los exámenes: “A los niños, a los que no dejamos cruzar solos la calle ni entrar en según qué sitios, les dejamos ir a cualquier sitio, incluso peligroso, a través de la televisión”. ¿Qué diría hoy del móvil? Chavales de 10 años a dos clics de porno duro y talleres yihadistas, o tutoriales de youtubers para suicidarte o esconder tu anorexia o cambiar de sexo, “a ver si te hacen caso de una vez, pero ya verás, ni notarán que existes”.
La TV sustituye a Dios
Mucha gente se plantea por qué la fe se ha debilitado tanto en Occidente desde los años 60. Muchos lo atribuyen a la postmodernidad, la revolución sexual de 1968, el laicismo agresivo, la mera opulencia material, el clero demasiado estricto o el clero demasiado laxo. Sin duda, todo eso se suma.
Pero en mi opinión la clave está en la televisión, que se difundió por los hogares a partir de los años 60.
La televisión atrapa tu atención al volver del trabajo, cuando estás cansado. A los ancianos les da sensación de estar acompañados todo el día, y en ese sentido sustituye a Dios.
En los hospitales, personas con enfermedades graves o ancianas que deberían estar rezando, hablando con Dios, resolviendo sus asuntos pendientes y preparándose para buen morir, se distraen viendo concursos y debates políticos que no van a hacer nada por su alma.
La televisión sustituye también a la lectura. Un niño español lleva 4 o 5 años ya tragando cómodas y fáciles imágenes televisivas, cada vez más estridentes, cuando apenas empieza a adentrarse en la lectura, que es un arte que requiere cierta constancia y concentración. Pocos niños en cada clase son de verdad lectores.
Hay gente mayor, social, conversadora, que usa la televisión como una excusa para iniciar conversaciones y tratar con los demás. “Mira lo que dice el telediario, ¿qué te parece?” Pero no es muy común, porque enseguida el telediario dice otra cosa, y otra, y otra, y no puedes profundizar en ninguna de ellas. ¿Vas a parar la TV para comentar algo en profundidad? “¡Que vienen los deportes, abuelo!” Yo lo sé, que soy periodista y me dedico a esto.
En un libro puedes pararte, releer el párrafo y reír: “vaya bobada intenta colarme este autor, menos mal que me paré a releerlo”. En la TV no puedes parar.
La fe cristiana creció leyendo y hablando
La fe cristiana, del siglo I al XIX, se extendió en una cultura de familias que hablaban largo y tendido, familias que rezaban junto al fuego de la chimenea, familias que leían la Biblia o cuentos de santos.
Incluso en familias humildes, poco lectoras, podía haber alguien, quizá el hijo mayor, que leía a los demás un fragmento de Biblia infantil o del libro de Historia Sagrada del colegio.
'Leyendo al abuelo', cuadro de Albert Samuel Anker (1831-1910), considerado el pintor suizo más relevante del siglo XIX
El dominico Chus Villarroel cuenta en uno de sus libros cómo los pastores de los pueblos de León, aún en su infancia, leían textos bíblicos y religiosos junto al fuego cuando realizaban la trashumancia.
Antes de la TV, con los rebaños, o en la mar, o en los hogares, había mucho tiempo libre para estar juntos, y buena parte se dedicaba a rezar. Salía de forma bastante natural.
Hoy es necesario tomar una determinación contracultural, antisistema, para estar juntos, rezar o leer la Biblia.
La TV y series de 2020, especialmente peligrosas
Incluso si la TV y las teleseries fueran entretenimiento blanco, moral, inocente, sólo su efecto de distracción y anestesia contra la conversación, la lectura y el profundizar en las cosas ya exigiría limitarla mucho.
Pero con las teleseries infinitas, y más las de cadenas de pago, como Netflix o HBO, la cosa ha ido a peor. Las cadenas de pago no ponen cortapisas morales, no tienen “horarios protegidos para menores”.
Un padre responsable debería verse al menos 2 temporadas (20 horas o más ante la TV) de una serie antes de dar permiso a sus hijos para verla. O leer muchas reseñas y análisis en revistas y webs cristianas, pero eso tampoco basta, porque los periodistas no llegamos a tanto.
Voy a poner un ejemplo de manual. Con mi mujer vimos en Internet toda la primera temporada de Supergirl, la rubia prima de Superman llegada a la tierra del planeta Krypton con unos 8 años. La primera temporada, más de 15 capítulos, era absolutamente “blanca”. ¡Apenas había un casto besito de la protagonista en cierto capítulo! Parecía que podíamos dejarla ver a nuestra hija de 11 años.
Pero entonces el activista gay Greg Verlanti se hizo cargo de la serie para la segunda temporada. De repente la hermana de Supergirl descubrió que era lesbiana y se enrolló con una policía. Los extraterrestres de toda la galaxia se reunían en bares oscuros pidiendo ser aceptados en su diversidad por los humanos. Si no hubiéramos perseverado en explorar también la segunda temporada, nuestra hija estaría tragando propaganda LGTB de diseño.
El activista gay Greg Berlanti, llenando de personajes LGTB (siempre positivos y geniales) las teleseries de superhéroes
El mismo Verlanti colonizó otras series de superhéroes con montones de gays, y por supuesto ninguno de ellos casto, ni con ninguna intención de explorar su potencial heterosexual (ni una fe ortodoxa, evidentemente).
Arrow, Leyendas del Mañana (con Canario Blanco, bisexual promiscua, y su padre comisario de policía encantado y feliz), Flash, todas las series de superhéroes DC (y algunas de Marvel en Netflix) están llenas de propaganda LGTB. La última es Batwoman, que presume de ser lesbiana desacomplejada desde el principio.
El lobby gay GLAAD, que desde 1985 pide más y más personajes LGTB en la TV, en su informe de 2019 dice que ya hay un 10% de personajes principales gays en las teleseries: les parece poco, quieren un 20%. Teniendo en cuenta que las personas que se declaran LGTB en las encuestas de la vida real son un 3%, eso significa que en la TV hay tres veces más que en la vida real y piden ser 6 veces más. Eso es ser insaciable.
Volviendo a nuestros hijos: lo que quiero decir es que incluso un padre esforzado que dedique 15 horas a ver una teleserie para decidir si la permite o no en casa… ¡puede fracasar! Nuestro entorno, nuestra televisión del siglo XXI, es demasiado hostil. Hay que limitarla al máximo.
Cuando la pantalla es de acceso escaso
Voy a hablar de mi experimento casero de 11 años sin TV por si le sirve a alguien.
Al no haber TV en mi casa, todo se ha de ver en el ordenador del salón de la casa. Nada de ver series a escondidas.
Ese ordenador sirve para todo: para trabajar papá y mamá, para videojuegos o para ver programas.
El ordenador tiene clave o password y solo lo saben papá y mamá. No existe eso de levantarse por la mañana y ver que los niños llevan 3 horas viendo dibujos o jugando.
Todos nos peleamos por ese ordenador: la niña quiere cosas de niñas, el adolescente cosas de adolescentes, otros (incluyendo papá) quieren su videojuego.
Es tan escaso el acceso, que hay que pactar. No puedes estar ratos perdidos navegando, a ver si un yihadista te enseña como montar una bomba ni repasando webs porno. Simplemente, no hay tiempo: hay que aprovechar para ver los dibujos japoneses o el DVD que de verdad te interesan.
Ningún niño a solas con el ordenador
Otra regla exigente en mi casa es que ningún niño se queda solo en casa con el ordenador encendido. Así evitamos que entren en sitios inapropiados.
A veces los papás vamos al cine o a una cena y dejamos a los 3 niños viendo algo en el ordenador: han de ponerse de acuerdo (el de 16, la de 13 y el de 11) en verlo juntos. Nada de quedarse uno solo ante la pantalla. Todos ansían pantalla, tan escasa, y no lo harían. Como el uso de pantalla es escaso, castigar a quien se porta mal sin acceder a ella es muy eficaz. Además, hay un sistema soviético de chivatos y delatores: sale a cuenta delatar que el otro hermano usó mal el ordenador, porque así te toca más rato de pantalla mientras al infractor se lo prohíben.
Resultado: poca pantalla, y muy apreciada.
Si los papás ponemos una película antigua en blanco y negro, o una película de santos, los niños tienen dos opciones: o a leer o quedarse a verla. Ven tan pocas películas que las aprecian todas. Otros niños ansiosos por ver mil teleseries probablemente no admitirían ver películas antiguas, por lo general mucho más educativas. Además, crecen sin anuncios de televisión. No es lo mismo tragar 20.000 o 40.000 anuncios chillones en tus 18 primeros años de vida, que limitarlo a unos pocos cientos.
Ocio sin pantallas
Debido a la escasez de pantalla, a mis hijos les gusta leer. También les gustan los juegos de mesa y de estrategia, a los que juegan con papá. Hace unos años el sacerdote que fundó Proyecto Hombre en Andalucía, contra la droga, decía que en los juegos de mesa los padres e hijos pueden hablar con libertad y tender lazos fuertes. Creo que es completamente cierto. También sirve para juntar adolescentes alrededor de una mesa para un ocio sano sin pantallas, mirándose a la cara y socializando en cercanía. Parece asombroso, pero algo tan sencillo como ese juntarse y verse la cara, muchos adolescentes empiezan a considerarlo un lujo.
No, no existe el efecto “niños rebotados”
Habrá quien diga: “¿pero al restringir tanto las pantallas, no temes que para compensar, al crecer, caigan en un uso exagerado y adictivo?” La realidad científica y demostrada es que eso nunca sucede: ningún estudio jamás ha demostrado que los hijos criados con reglas y límites medianamente estrictos se “desmadren” al crecer.
Esto lo explica muy bien el doctor Leonard Sax en su imprescindible libro El colapso de la autoridad (Palabra, 2017). Un hogar donde hay normas y límites combinados con afecto y escucha genera hijos que mantendrán esas normas y límites.
A los 18 años mi hijo se comprará un móvil: tendrá acceso a todo el porno del mundo, a los foros más perniciosos, a apuestas online, a chalados y suicidas, a youtubers vanidosos, a manipuladores y demagogos… pero él llevará ya 18 años sabiendo que puede ser feliz sin eso y que hay mil cosas más interesantes por hacer: leer, jugar con amigos, rezar, ir a la naturaleza, tener mil proyectos apasionantes.
Quizá atraviese un mes o dos de “intoxicación”, pero sabrá –porque lo ha vivido- que otra vida mejor es posible. Y enseguida vivirá como ha vivido siempre, según los hábitos adquiridos en su infancia. Hará bien en su vida adulta porque habrá adquirido el hábito de hacer bien en su vida infantil y adolescente.
Las noticias más leídas: ¡sobre niños y móviles!
El tema no implica solo la TV, claro. Como periodista en ReligionEnLibertad sé cuáles son las tres noticias más reenviadas en nuestro digital, por miles de personas preocupadas: las noticias que hablan de limitar las pantallas a menores. Puedo decir incluso los títulos, a saber:
- «Que ningún padre envíe fotos de sus hijos en la playa, no las suban a redes», pide la Policía;
- Policía experta en ciberseguridad: «Si vieran lo que yo veo cada día, no darían móviles a sus hijos»;
- Nada de móvil para menores de 12 años, y sin whatsapp hasta los 16: la Policía explica los peligros.
El tema, por lo tanto, interesa a muchos y preocupa a muchos. Mi fórmula y recomendación es esta: líbrate de la TV de tu casa y pon un ordenador con pantalla grande en el salón, con contraseña.
Y nada de móvil para los niños hasta los 18, que usen el de mamá o el de papá a ratos por la tarde.
Y cómprales libros y juegos de mesa que les gusten, o sácalos al campo o a deportes. Eso crea toda una cultura alternativa.