¿Podría darse la paradoja de que, usando la defensa de la mujer como bandera, el feminismo pretenda destruirla? No son pocas ni desconocidas las mujeres que, habiendo participado de esta corriente, son conscientes de que la respuesta es, en muchos casos, afirmativa.
Algunas de ellas, tras años militando en un movimiento que encuentran "marcado por el odio" acaban descubriendo en la fe y en la Iglesia una verdadera defensa de la dignidad de la mujer. Otras creen que cierto feminismo es compatible con el catolicismo. Y otras, simplemente, se dedican a combatir las mentiras que un día dominaron su vida.
Destacamos 5 casos de mujeres que han huido espantadas del feminismo . Algunas de ellas repasan las grandes mentiras que les prometió esta ideología. Otras han estudiado sus oscuros orígenes.
1º Yohana Rodríguez: "el feminismo te mete ideas que no tienen nada que ver con la dignidad de la mujer"
Una de ellas es la conversa mexicana Johana Rodríguez. En su cuenta de Twitter (@Montse_Tradis) ha explicado el proceso que le llevó desde considerarse "la salvadora de las mujeres" promulgando el aborto a definirse como "una católica en búsqueda de santidad" y "orgullosamente provida y profamilia". A través de esta red social acostumbra a batallar contra el feminismo y desvelar no pocos de sus engaños.
"Yo empecé con ideas del feminismo en el 2015 más o menos cuando tenía 15 años. Pero apenas recuerdo que se escuchaba en México, no era tan popular como ahora y sí te lo mostraban como un gran movimiento ante la violencia que la mujer vive en las calles o en casa", relata.
Desde entonces, comenzó a leer a relevantes autoras y mujeres feministas y a considerarse como tantas otras "la salvadora de las mujeres oprimidas". Pero pronto descubrió que "una vez dices sí al feminismo, te va metiendo ideas" que, en muchos casos, nada tienen que ver con la supuesta opresión de la mujer.
Por ejemplo, relativas a la Iglesia y la moral cristiana. "¿Por qué las mujeres no pueden ser sacerdotes? ¿Por qué debo esperar hasta que me case para tener relaciones? ¿Por qué no al aborto?", se preguntaba. No tardó en asumir que la Iglesia era una de las grandes responsables de esta supuesta opresión a la mujer y abandonó su fe.
"Ahora sí me sentía libre. Podía hacer lo que quisiera, pensar como fuera, así que empecé a difundir mucho la liberación sexual femenina. Tenía la idea de que la Iglesia no quería dejarte vivir tu sexualidad como forma de control y me puse a hablar abiertamente sobre los beneficios de la masturbación", relata.
Comenzó a "apoyar el aborto" pese a que "sabía que seguía matando una vida" y que nunca negó "que hay vida desde la fecundación".
Durante los momentos álgidos de su militancia, Yohana sufrió una depresión acrecentada por el mismo feminismo. "Hallaba consuelo ahí, pero duraba poco porque a fin de cuentas, te consuelan desgracia con desgracia. No hay una esperanza real. Es como si quieres ver cuál es la mujer más violenta e ir por más", relata.
Tardó dos años en superar la depresión gracias a la terapia de una psicóloga católica. "Aunque me costó mucho, me recordó mi valor al ser hija de Dios. Sin duda, cuando tienes amor, tienes para dar de sobra".
Hoy, se muestra convencida de que "no se puede ser feminista y católica, porque el feminismo solo te separa de tu fe. Esa independencia barata que te vende el feminismo es aquella con la que, en realidad, te controla, sin casarse, sin hijos y abortando ante la primera que tus planes laborales se vean afectados. Ahora soy orgullosamente provida y profamilia", concluye.
2º María Claudia: feminismo agotador, vacío Nueva Era...
María Claudia, de Colombia, era una destacada diseñadora de moda y feminista que recuerda asumir de forma acrítica los grandes clichés y posicionamientos de esta ideología.
La joven, que no recibió ninguna formación religiosa desde su infancia, "no era creyente". De hecho, "era contraria a todo lo que tuviera que ver con la Iglesia" y "el aborto y la eutanasia" no solo eran "el pan de cada día" sino "lo normal, lo que tiene que ser".
A los 27 años, recuerda que "necesitaba un milagro para cambiar de vida". No solo estaba enferma, también "tenía el alma agotada, mucha tristeza y el corazón roto". Durante años se refugió en el alcohol y en la Nueva Era, especialmente en el reiki, el yoga, la meditación trascendental y la programación neurolingüística, buscando desesperadamente el amor y llenar su vacío interior.
Una Semana Santa, por casualidad, asistió a la predicación de un sacerdote sobre el perdón y la reconciliación. "Escuché por primera vez un sermón sobre la confesión en términos que yo entendí. Habló de sanación, de curación… Y cuando lo escuché, pensé: `Yo necesito eso´".
No tardó en acudir a un miembro de los Franciscanos Renovados, Fray Carmelo, para recibir la confesión, sumida "en la más profunda miseria". Quedó sorprendida cuando, tras decirle lo que ella consideraba las "estupideces" que cometió en su vida, el sacerdote "tuvo el don de ver los pecados". "Me dijo lo que realmente debía decirle. Fueron casi dos horas de confesión, llorando hasta que me encontré con el Señor y le dije: `¿Qué quieres de mi´?".
A partir de la mañana siguiente, María Claudia comenzó a asistir a misa cada día. "Todo era un mundo absolutamente nuevo, nunca había practicado ni tenía ningún familiar católico practicante… No entendía nada", relata.
Sabía que necesitaba formación para corresponder "la infinita generosidad que tuvo el Señor", y casi de inmediato se matriculó en los estudios de Teología en la facultad de los frailes dominicos.
Nueve años después, prepara su doctorado en Teología Moral en España sobre "la ternura del Señor", y se muestra convencida de que esta disciplina ha sido "el mejor camino" para encontrar el amor de Dios. Explica que, tras vivir el "odio" y la "fealdad" propios del entorno feminista, ha encontrado la paz. "Hoy vivo con una sonrisa en la cara, porque estoy enamorada de Dios", concluye.
3º Sue Elen Browder: pionera de Cosmopolitan, el aborto la cambió
El de Sue Elen Browder ha sido otro de los casos más sonados de cómo una mujer "liberada" con un peso de gran relevancia pública, se desengañó de los postulados feministas y los cambió por la cruz, la vida y la felicidad.
Como escribimos en Religión en Libertad, Browder fue una de las pioneras de la revista mundialmente conocida Cosmopolitan, donde asumió como ideología el feminismo abortista. Allí, difundía con frecuencia que la mujer no debe ser un objeto sexual, pero al mismo tiempo afirmaba que esta tenía que estar dispuesta a ser seductora y buscar como objetivo el sexo con muchos hombres. Una consigna distinta a la que marcaba su vida privada, casada y madre de varios hijos.
Abrumados por la escasez económica, Sue Ellen optó por abortar a su tercer hijo. "Después de todo era mi derecho como mujer liberada, parecía una salida fácil en una situación imposible", diría más tarde.
"Después de mi aborto, de alguna manera, la historia en mi interior cambió", escribe. "En ese momento clave de nuestra vida, cuando más necesitábamos la libertad que nace sólo de la esperanza y la confianza en Dios, Walter y yo sucumbimos a un miedo que encoge la mente". La "libertad de elegir" no les liberó.
Su marido abrió el camino en la búsqueda espiritual de la familia cuando expresó su deseo de "conocer la realidad de Dios" y le propuso a Sue Ellen buscarla en la Iglesia Católica. "No pienso unirme a esa iglesia vieja y patriarcal", respondió ella. Pero sí dio el paso de empezar a leer sobre historia de la Iglesia.
"Cuando hablamos con nuestro primer cura, nos dijo que leyéramos el Catecismo. Cuando lo conseguí, me lo leí entero en 3 días. No pude dejarlo. Me dije: “Esto es lo que he estado buscando toda la vida. Era la Verdad", declararía más adelante.
"De repente, vi que vivir en la plenitud y gozo de la fe católica, seguir el camino de Cristo, es estar unido en amor con toda la humanidad: amigos y enemigos, ricos y pobres, santos y pecadores, desde el billonario más poderoso al niño o niña más débil en el útero", escribe Browder.
Browder se hizo católica con 57 años. "No fue hasta después que me hice católica que empecé a revisar lo que habíamos hecho en Cosmopolitan. Muchas de las historias que escribimos sobre mujeres en esa revista, eran de mujeres que no existen. Sólo después de hacerme católica, revisando esa cultura y viendo el daño que le ha hecho la revolución sexual, me di cuenta de que tenía que limpiarme de eso".
"Cuando Walter y yo recibimos a Dios en nuestros labios por primera vez, supe en las profundidades de mi corazón, tras toda mi búsqueda, que había encontrado al fin la Verdad que me prometía hacerme libre", subrayó.
4º Sara Winter, la ex-FEMEN brasileña activista en redes
Con toda probabilidad, el de Sara Winter es el caso más conocido en todo el mundo de abandono del feminismo ideologizado. Fue una de las máximas representantes y fundadoras de FEMEN en Brasil, una organización conocida por sus agresivas consignas y activismo violento y en muchas ocasiones blasfemo.
La vida de Winter no fue precisamente fácil. Su hermano, que formaba parte de las favelas y grupos de narcotráfico, pasó años agrediendo a su familia hasta que ella decidió hacerle frente y amenazó con llamar a la policía. Este apuntó a su hermana con una pistola y le amenazó con matarla de no irse de su propio hogar.
Con solo 16 años, Winter se vio sola, sin recursos y obligada a prostituirse para poder malvivir entre cuatro paredes. Fue entonces, "destruida y traumada", cuando el movimiento feminista "apareció como una salvación".
Los mensajes de "empoderamiento, independencia y liberación" calaron en ella con facilidad, y luchar contra todo aquello que había destruido su adolescencia y juventud la convertirían en una de las más comprometidas y agresivas feministas de los últimos años.
Sin embargo, los diez años que militó en FEMEN le hicieron conocer profundamente esta ideología. "Vi que no tenía nada que ver con la ayuda a mujeres vulnerables. El movimiento feminista es una ideología que tiene como premisa la teoría de la lucha de clases para tomar el poder de forma violenta, que tiene como fin último destruir la naturaleza de la mujer", sentencia.
Como el caso de Sue Ellen, sería el aborto que reivindica el feminismo el que precisamente le haría abandonar esta corriente y luchar contra ella.
"Tenía 22 años cuando quedé embarazada. Mis amigas feministas me regalaron 4 pastillas de misoprostol y seguí las directrices de la OMS para hacer un aborto seguro", explica. Pero, como en miles de casos, tampoco el suyo fue seguro… ni liberador.
"Pasé horas insoportables de trabajo de parto sufrimiento y remordimiento para, al final de todo, mirar en el inodoro y no ver un coagulo de sangre, sino a mi hijo. No sentí empoderamiento, sentí arrepentimiento", relata.
Y llegó el síndrome posaborto: "Durante 6 meses -los peores de mi vida- sufrí el síndrome, escuchaba llantos de bebés donde no los había, tenía pesadillas horribles, no podía ver a bebés con sus madres, lloraba y lloraba y empecé a automutilarme porque yo me odiaba. Pensaba en el suicidio, tenía depresión, ansiedad y pánico".
Uno de las consecuencias del "aborto seguro" fue una peritonitis aguda, que en su caso, estuvo a punto de terminar con su vida.
"Llamé a mis amigas feministas para llevarme al hospital y me dejaron ahí, a punto de morir. Solo me ayudó un vecino que era católico y sentí que el feminismo me dejó para morir y la Iglesia me salvó. Sentí el deseo natural de volver a casa", relata. Poco después tuvo su "segunda oportunidad" al quedar nuevamente embarazada y con su nacimiento, comenzó el regreso de Winter a la Iglesia en la que había sido educada.
Hoy, se dedica a desvelar las grandes mentiras con las que el feminismo embauca a sus militantes, como lo hizo con ella un día. Por eso es especialmente relevante su convencimiento no solo de la maldad del feminismo, sino de que este "se ha diseñado para destruir a la mujer y al cristianismo".
"Estudiando historia de la Iglesia ves que es obvio que la dignidad de la mujer pasa a existir con la difusión del cristianismo en Europa. Cuando empieza a difundirse, la mujer empieza a ser tratada con dignidad. En el catecismo, la Palabra revelada y el magisterio de la Iglesia está escrito como la Iglesia ama, quiere y respeta la dignidad de la mujer, y el feminismo hace exactamente lo contrario: percibiendo que el cristianismo eleva a la mujer en su dignidad, necesita destruirlo para destruir a la mujer, porque si la mujer está bien, no tiene por qué haber feminismo, pero si está destruida, viene como un impostor que les dice que las va a reconstruir".
En este vídeo puedes escuchar los profundos motivos teológicos de Sarah Winter por los que el feminismo lleva a la destrucción social y moral de la mujer.
5º Andrea Guachalla: alimentar con odio la ideología feminista
Antes de su conversión, Andrea Guachalla pasó gran parte de su vida en la más agresiva militancia feminista, como plasmó en su artículo Confesiones de una exfeminista.
En el mismo, relató que su vida como feminista se reducía a "una carrera en contra de los hombres y una vida llena de odio" a los hombres, a las mujeres y a la familia.
-Odiaba a los hombres: Según la narrativa feminista, todas las mujeres son victimizadas por los hombres. Como buena feminista, lo creía todo, incluso si no se me presentaban hechos. Podría haber dicho objetivamente que muchos de los hombres que conocía eran amables, admiraban a las mujeres y las protegían. Pero eso iba en contra de la narrativa feminista. Odiaba a los hombres, incluso si nunca me habían hecho daño. No me importaba conocerlos como individuos, los odiaba como grupo colectivo y mi odio no se detenía ahí.
-También odiaba a las mujeres: Todas aquellas mujeres que pensaban que los hombres y las mujeres tenían un diseño diferente, un rol diferente, y que pensaban que casarse era algo deseable, y ser madre el mejor trabajo que uno podría tener… Las odiaba. Odiaba a las mujeres que eran femeninas, a las que deseaban casarse, a las que deseaban tener hijos más de lo que deseaban tener una carrera.
-Odiaba la belleza: El feminismo dice que la belleza es una construcción social, que la belleza es relativa. Además, acorde al feminismo, es una herramienta del patriarcado para oprimir a las mujeres y hacer que se centren en estándares de belleza inalcanzables. Como resultado, yo ponía menor de los esfuerzos en mi vestimenta, me negaba a cepillarme el cabello o usar cualquier tipo de maquillaje. Y, por supuesto, hablaba mal de cualquier chica que tuviera una visión diferente de la belleza que la mía. Aunque mi única opinión vaga sobre el tema era: “La belleza no existe”.
-Odiaba a las familias: Mi odio por las mujeres se traducía en mi odio hacia las familias en general. No podía entender cómo una mujer desearía casarse y tener hijos, convirtiéndose así en esclava de su familia, en lugar de estudiar y convertirse en una trabajadora exitosa y reconocida, convirtiéndose así en esclava de la academia y el campo laboral. “Familia” me parecía, el lugar donde las mujeres son explotadas y se abstienen de perseguir sus “verdaderos” sueños. La consecuencia lógica fue que despreciaba a la familia nuclear. Ni por un momento consideré que servir a tu familia y ser ama de casa es el verdadero privilegio.