Véronique Lévy, conversa al cristianismo hace pocos años, ha publicado una carta abierta a Anne Soupa, la teóloga francesa de 73 años, madre de cuatro hijos, que se ha autopropugnado como arzobispesa de Lyon para "romper moldes" contra la que considera "invisibilidad" de la mujer en la Iglesia.
Anne Soupa. Foto: Wikipedia (Gilou60).
En un escrito de estilo lírico y honda teología, Lévy le recuerda a Soupa, activista desde hace muchos años a favor de la ordenación de sacerdotisas, el papel central de la Virgen María no solo en la Iglesia, sino en la misma Santísima Trinidad.
Véronique Lévy es de origen judío y hermana del célebre filósofo francés Bernard-Henry Lévy, y fue bautizada en la catedral de París en la Pascua de 2012. Desde entonces ha participado en numerosos actos públicos y entrevistas compartiendo su fe católica y su experiencia de conversión.
El escrito sobre la pretensión de Soupa ha sido publicado en Famille Chrétienne:
Hermana Anne:
¿No ves que el corazón de esta Iglesia a la que acusas de ser un feudo de hombres abusivos y ebrios de poder es el corazón de una Mujer?
Voy a anunciarte una buena nueva, voy a cantarte mi Magníficat, mis pasos a la sombra de sus pasos, en un impulso que sigue al de María… Hablas de entusiasmo, ¡oh palabra pagana!, pero yo te hablo de exultación. Sí, mi alma exulta en el Señor en una respiración de amor que envuelve mi cuerpo, toda mi feminidad, la cual, por El y por Solo Él, resucitó el 7 de abril de 2012 en la Iglesia católica y universal, en la noche de la Vigilia Pascual.
Aquella Noche nací bajo la Ley, liberada de las máscaras rotas de una feminidad codificada que la civilización del progreso me había obligado a asumir. Liberada de los fragmentos de un espejo donde había vaciado mi alma. Modelada según el deseo de los hombres… Anne, yo no nací con una Hostia en la boca, y la leche que recibí fue amarga… amarga por las ilusiones muertas ante las paradojas de una República que presumía de igualdad para ocultar su sueño uniforme. La uniformidad del Hombre y de la Mujer que necesitan ser certificados.
Antes de todo eso, justo antes de cruzar el umbral, yo era una reina, la reina de las noches blancas, pero también una reina de pacotilla, princesa sagrada durante una noche o durante una vida según los caprichos de mis amantes queridos o despechados. El amor carnal era mi artificio, mi arma, mi vocación, a falta de algo mejor. Reivindicaba como libertad mis vagabundeos o mis mariposeos. Inalienable. Mi cuerpo me pertenecía. Aspiraba a la generación espontánea. En fin, es lo que yo creía… Pero esa libertad totalmente relativa había fracturado la unidad original, me sometía a los dogmas de los mercaderes que esterilizan el corazón y el alma y separan la sexualidad del amor, arrancando el cuerpo de su eternidad gloriosa envolviéndola en promesas…
Fue en el seno de la Iglesia como el Señor me coronó con su Amor indefectible. ¿No ves que el corazón de esta Iglesia a la que acusas de ser un feudo de hombres abusivos y ebrios de poder es el corazón de una Mujer? En el principio latía ese corazón. Y en ese corazón, el Corazón de Dios. Se hizo Carne de su carne. De la carne de su corazón. Para unirse a nosotros -a nosotras las mujeres, a nosotros los hombres- bajo el himen intacto, en el santuario de nuestra concepción.
Sí, Anne, los apóstoles son hombres… Ni tú ni yo podemos hacer nada, eso es así… Fueron llamados uno a uno, uno a uno les dio nombre el Señor… Y hoy los obispos continúan elevándose y derrumbándose, columnas de barro o de fuego de la Iglesia en marcha que surca la Historia. Fue también a hombres a quienes, en la Última Cena, Jesús instituyó en el sacerdocio para consagrar el Único Sacrificio de Su Cuerpo ofrecido por la Salvación del mundo. Los sacerdotes perpetúan esa Promesa. Nueva y eterna. Sí, Jesús lo quiso, es así.
Pero no te enojes, Anne. Fue a María Magdalena y solo a ella a quien Jesús se apareció en el jardín de la tumba. Resucitado de entre los muertos… Fue a ella, la exorcizada de siete demonios, a quien él envió ante los apóstoles encerrados y temerosos, para llevarles la Esperanza: “Anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro” (Jn 20, 17). Es a ella, acurrucada a sus pies, escuchándoLe en el insondable silencio de su Adoración, a quien Él acaricia con sus palabras: “María, has escogido la parte mejor, y no te será quitada” (cf. Lc 10, 42). A las puertas de Jerusalén, ella unge misteriosamente Su cabeza, prefigurando, velando y desvelando la Santa Pasión con el perfume de su piedad. Ella ha pecado mucho, pero ha amado aún más, y vuelve a ser ella quien derrama el óleo sobre el Rey, significando con su gesto que todas las realezas se cumplen en Ésta, que es eterna, que no es de este mundo pero lleva al mundo.
En casa de Simón el fariseo, su cabello enjuga el perfume de sus lágrimas y sella la vocación de oración perpetua de los monjes y monjas de quienes ella es santa patrona. Apostolado, sí, el de la contemplación. Esa es su misión, escondida en la ermita de una gruta en la cima de Sainte-Baume, en el hueco de una roca, como la paloma del Cantar de los Cantares… Su vida transcurre, invisible y desnuda en la del Dios de Amor que la hizo renacer, reparando su dignidad, su realeza de mujer, con Su Perdón.
En la basílica de San Maximino se conservan las reliquias de Santa María Magdalena, quien hizo penitencia en la gruta de Sainte-Baume [Santo Ungüento].
Pero sé, Anne, que a Jesús no le reprochas nada. En sus andanzas interminables sembrando Judea, Samaria y Galilea con su Verbo seminal, llevaba mujeres con Él, en su Corazón.
La Iglesia también, Anne. Nunca lo olvides. Proclama doctoras, fundadoras, mártires o santas, a mujeres… miríadas de constelaciones… Mujeres pobres o ricas; princesas, campesinas, obreras; vírgenes, madres, esposas o viudas; prostitutas o castas.
¿No son dos mujeres las santas patronas de Francia para la eternidad, quienes la envuelven con el ardor de su fe y de su caridad, con una armadura y un velo? Santa Teresa del Niño Jesús, doctora de la Iglesia y carmelita, y Santa Juana de Arco, soldado del Señor, la Desarmada de los Ejércitos, mártir de su amor para que venga Su reino… Santa Juana, cuyo corazón late bajo las frías cenizas de nuestras claudicaciones. Sí, el corazón de la Iglesia de Francia es el corazón de una virgen… una virgen que dice sí al Arcángel San Miguel en los espacios abiertos de su Lorena natal… Francia es una Anunciación que transcurre desde el Calvario a Chinon… y de Chinon para siempre.
Chinon, la localidad donde Santa Juana de Arco proclamó su misión.
La Iglesia viene -viene eternamente- desde más allá de la predicación de los apóstoles. Ella brota de un Sí, el Sí una joven de Nazaret, una joven discreta cuyo Ecce [He aquí], cuyo Sí [Fiat] y cuyo Magníficat abrieron el camino del Cielo. En Ella, con Ella, la Humanidad atravesó el horizonte de la muerte y penetró el velo de la luz. Esa Luz se hizo Carne en su carne.
Hace dos años, el Santo Padre proclamó que el lunes de Pentecostés sería la fiesta de María, Madre de la Iglesia universal, significando que la vocación de la Mujer es, en el corazón de esta Iglesia de las Postrimerías, la de una fecundidad sobrenatural: “No tiene a Dios por Padre quien no tiene a María por Madre”. Anne, el Papa Francisco, a quien citas distorsionando sus palabras, lamenta el espíritu anglicano, el espíritu de clericalismo que gangrena esta vocación de las mujeres que aspiran al sacerdocio, tú ahora al episcopado… ese espíritu de disputa por el poder y de competiciones mezquinas, de reivindicaciones sexistas que, bajo el pretexto de la equidad, busca una igualdad amoldada a las normas del “mejor de los mundos”, donde la uniformidad es la ley.
Anne, hermana Anne, la misión de las mujeres nace en la eternidad silenciosa del Verbo increado, en la Bienaventuranza gozosa de una Niña que salta a la comba al ritmo del Hogar trinitario. María atrajo sus Voluntades, atrajo al Verbo increado… ¿Hay una locura mayor? ¿Qué otra religión afirma algo semejante? Dios la había ya escogido desde “la fundación del mundo”, una Sabiduría configurada para Su Gloria. ¡Y la Gloria de Dios, como cantó San Ireneo de Lyon, santo Primado de las Galias, es el hombre Vivo! Vivo con la Vida misma de lo Eterno, nacido por la gracia de María, en la Iglesia, de la que ella es el icono dispuesto a un sí sin retorno. Ella es la génesis de Este Cuerpo de piedras vivas… Ella es la fuente de todo sacerdocio. En María, “esposa” no-desposada, “encarnación del Espíritu Santo”. Con esta audaz analogía la dibujó el padre Maximiliano Kolbe.
Sí, Anne, el Cristianismo fue para mí, ante todo, un rostro, el de María ofreciendo en el Calvario a su Hijo martirizado, ofreciéndoselo a una humanidad ingrata y sin embargo sedienta. Dios dijo: “Juan, he ahí a tu Madre; Mujer, he ahí a tu hijo”. La Iglesia levanta el vuelo por esa donación mutua y esa alteridad. El sacerdocio de Juan se recibe de una Mujer tan estrechamente unida al Misterio de la Redención que ella volvió a dar a luz a la Humanidad entera. Hasta el fin del mundo. “La llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Canto del Magnificat, Lc 1, 48).
La Creación se dio la vuelta como un guante, el big-bang de un alba virgen que la retrocede en el tiempo hacia la Salvación: “Ecce ancilla Domini, Aquí estoy, Señor. Como el pequeño Samuel (cf. 1 Sam 3, 2-14), escucho y me levanto a la llamada de mi Dios y mi libertador. Hace mucho tiempo, cuando el mundo aún balbuceaba, Vos sacasteis a Eva del corazón de arcilla de Adán. Yo soy ahora esa mujer nacida de Vuestro corazón mismo. Padre, en la noche del Calvario, Os ofrezco a mi hijo como un sello sobre Vuestro corazón… Os entrego a Jesús mi Cuerpo, a Jesús mi Sangre, vertida por muchos para remisión de los pecados… La Nueva Alianza está sellada con mi Sí al Amor crucificado que ha vencido a la muerte”.
¡Este sí absoluto, radical, se lanzó rumbo a la eternidad, por encima del cielo plomizo del Gólgota! Y el velo del Santo de los Santos se desgarró por la mitad.
¡La muerte ha sido vencida! Han quedado superados los sueños de grandiosas sepulturas de los faraones, que anticipan las quimeras transhumanistas y sirven todavía, bajo la máscara del progreso y de la libertad de las mujeres, para las esclavitudes más indetectables.
Han sido derrocadas de su trono las potencias maléficas de este mundo… aplastadas sus cabezas por el Sí de una niña y de una madre.
El nombre de esa joven era María.
Dios creó a la Mujer y dio aliento a María
con el Esíritu Santo de Amor.
Publicado en Famille Chrétienne.
Traducción de Carmelo López-Arias.