Se cumplen cien años del nacimiento de la escritora barcelonesa Carmen Laforet el 6 de septiembre de 1921, quien se hizo famosa en 1944 al ganar el Premio Nadal con la novela Nada con tan solo 24 años.
También se cumplen 70 de su experiencia mística en diciembre de 1951, seis años después de alcanzar la fama. Fue una experiencia sacra que la transformó por completo y que vamos a analizar con detalle. Es posible hacerlo porque aunque las experiencias místicas, por definición, son inefables, Carmen Laforet usó su lucidez y dominio del lenguaje para describirla, en sus cartas y en su novela La mujer nueva.
¿Qué es una experiencia mística?
El filósofo inglés Walter Terence Stace estableció en 1960 5 características de las experiencias místicas en sus libros 'Mysticism and Philosophy' y 'Teachings of the Mystics'. Desde entonces han servido de base para casi todos los estudios psicológicos, estadísticos o sociológicos sobre la experiencia mística, que se definiría por estas 5 características:
1. La experiencia mística es "noética": da un conocimiento válido, real, y así lo sienten, describen y atesoran los que la han experimentado, no la sienten como un mero sentimiento o sensación,
2. La experiencia mística es "inefable": es realmente difícil expresarla con palabras
3. Se experimenta como algo sagrado o directamente religioso
4. Es profunda, a menudo gozosa, con una sensación de afecto positivo
5. Es paradójica, no se encajona en la lógica. Ralph W. Hood Jr, en 1985, ampliando la definición de Stace con estudios y estadísticas, añade que suele incluir una "experiencia de unidad", de 3 formas: el yo es absorbido en algo que lo trasciende, o el yo cobra una lúcida conciencia de sí mismo, o ambas cosas a la vez.
El porcentaje de población que ha tenido experiencias místicas es más amplio de lo que podría pensarse, aunque de distintos tipos o niveles de intensidad. Abraham Maslow (famoso por su "pirámide de Maslow" sobre las necesidades) sospechaba que casi todo el mundo debía experimentar alguna a lo largo de su vida.
Un estudio de 1978 de Robert Wuthnow sugería que un 50% de la población habría tenido "sensación de contacto con lo sagrado", un 80% habría experimentado "la belleza de la naturaleza de forma conmovedora" y un 40%, la sensación de "que estaban en armonía con el universo".
Un libro recomendable (en inglés) que analiza los estudios científicos sobre experiencias místicas y argumenta que son como una 'huella' que Dios deja en las personas es The Trace of God, de Joseph Hinman.
La experiencia de Carmen Laforet de 1951 cumple las 5 condiciones clásicas, y alguna más que se suele añadir, como el efecto transformador y duradero.
Doodle de Google sobre los 100 años del nacimiento de Carmen Laforet
Con motivo del centenario, Internet se llena de comentarios y recordatorios sobre la escritora. Quieren alabarla como autora femenina y les gustaría señalarla como feminista, capaz de desafiar la censura y de denunciar ambientes asfixiantes en la sociedad de postguerra española, en los años 40 y 50.
Pero el caso es que después de Nada y La isla y los demonios, su siguiente gran novela completa fue La mujer nueva en 1955 que es la historia de una mujer que tiene por pareja a un miliciano de quien engendra un hijo, y luego a un hombre casado con una esposa enferma... y luego encuentra a Dios en una experiencia mística y empieza a reorientar su vida.
Los aspectos extramaritales de la historia hicieron que la censura de la época dudara sobre su publicación, pero alguna autoridad eclesiástica intervino defendiendo la obra. Ahora las cosas han cambiado, y es es necesaria defenderla frente a los críticos a los que, simplemente, les molesta que Dios ose intervenir en la vida de la gente.
A los críticos feministas, marxistas o simplemente materialistas, tanto la novela como la conversión de Carmen Laforet les resulta muy incómoda. Algunos hablan de 'colapso' o de 'crisis' de la autora: "contenido retardatario, de una espiritualidad
enfermiza y subyugada". Otros intentan rescatarla (a ella y a la protagonista de La mujer nueva) para el feminismo hablando de que "eligen" a Dios, como una excusa temática o técnica para su emancipación femenina, o que es una "sublimación" de sus opresiones.
Sin embargo, ni Carmen Laforet ni su personaje "eligen" a Dios. Ellas señalan más bien que resultan sorprendidas por Dios que las elige. Laforet usará dos veces (en una carta a Elena Fortún y años después en La mujer nueva) la idea de que Dios la levantó, la despertó, la elevó, tirándola por el pelo hacia arriba. No es que ella avanzara hacia Él; es Él que le sale al encuentro por sorpresa.
Un regalo... pero fruto de la oración de unas amigas
Sin embargo, la experiencia mística de diciembre de 1951 no llegó en un vacío. Laforet la entendía como un regalo gratuito de Dios, pero también la atribuyó a las oraciones constantes de la escritora Elena Fortún, popular autora de las historias infantiles de Celia, que rezaba por ella. Elena estaba en cama, enferma de cáncer. Laforet le había pedido que rezara para tener alegría... y eso fue lo que recibió. También su amiga Lilí Álvarez rezaba por ella.
Cartas seleccionadas entre Elena Fortún (en sus últimos 5 años de vida) y Carmen Laforet; Elena rezó por Carmen cuando era una joven madre y escritora alejada de Dios
En 2019, en el número 67 (aquí en PDF) de la Revista Cálamo FASPE: lengua y literatura españolas, José Ignacio Peláez Albendea recopila los fragmentos sobre espiritualidad y religión de las cartas que intercambiaron Elena Fortún (Encarnación Aragoneses) y Carmen Laforet entre 1947 y 1952. La fuente es Carmen Laforet & Elena Fortún: De corazón y alma (1947-1952), una selección de 46 cartas que hizo Cristina Cerezales Laforet, hija de la autora.
Cuando empezaron a escribirse, Elena Fortún tenía 59 años y Carmen Laforet, 26, y se declaraba lectora enamorada de la serie de Celia. Laforet le aseguraba que con esa serie infantil aprendió a escribir. Se escribirán hasta los 64 de Elena y los 31 de Laforet.
En una carta de Nochebuena de 1950, Elena Fortún le dice a Laforet: “Rezo por ti y por los tuyos todos los días”. En febrero de 1951 Elena dice, de nuevo: “¿Sabes? Rezo por ti todos los días. Ya me he acostumbrado a hacerlo y tengo la seguridad del resultado”. En julio de 1951, ya enferma e internada en un hospital, Elena le cuenta una experiencia con un sacerdote que no le dio consuelo.
En septiembre de 1951 es Carmen la que empieza a escribir sobre Dios y explica a Elena como su contacto con la ex-deportista y periodista Lilí Álvarez (de nombre completo Elia María González-Álvarez y López-Chicheri, la primera española en competir en unos Juegos Olímpicos, en 1924) le había hecho pensar en Dios y leer cosas espirituales, algo que nunca antes le había interesado aunque creía en Dios vagamente.
Un reportaje de Cadena Cope sobre Lilí Álvarez (1905-1998), ganadora del Roland Garrós, deportista, patinadora, periodista deportiva... que impresionó a Carmen Laforet
"He conocido estos días a una persona que ha influido en mi vida de manera muy extraña y muy buena. Me ha hecho pensar en Dios, ¿sabes? Yo siempre he sentido una fe muy ingenua que no solo no iba acompañada al razonamiento, sino que se separaba de él por completo… Y sigo teniéndola. Pero no me había preocupado nunca de esta parte espiritual de la vida y de la salvación y la alegría que hay en ella", escribe Laforet en esa carta, meses antes de su experiencia mística.
"[Lilí Álvarez] no es ningún espíritu seráfico ni mucho menos, sino alguien que ha vivido y ha sufrido y que vive plenamente aún, y que ha podido encontrar la alegría y la paz en el sentimiento de amor de Dios… Y lo que me parece más extraño, en su sujeción a las reglas de la Iglesia, de una manera absoluta. Tanto me ha impresionado, que me he dedicado estos días a leer libros religiosos. […] [entre otros ha leído] La destinación del hombre, de Berdiaev. Hay dos capítulos, ‘La moral evangélica y la moral farisaica de la ley’ y ‘La actitud cristiana con respecto a los pecadores y malos’, que me impresionaron mucho. [...]
"Yo no sé por qué he pensado tan poco hasta ahora en el cristianismo y en la alegría que puede dar y en el amor que cabe dentro de él, sublimando las pasiones que uno tiene por fuerza. Quizá te aburro con estos temas que ni siquiera desarrollo; a ti que estás en paz de Dios sobre tus pinos con sol y nieblas, con tu soledad tan llena de ternura para todas las cosas que alcanzan tus ojos", finaliza esa carta.
Elena Fortún llevaba ya tiempo enferma y rezando y leyendo y respondió a Laforet en una carta con algunos consejos espirituales:
"Me alegra mucho que hayas encontrado una persona que te haya hecho pensar en Dios y en la salvación. En realidad, tu fe sencilla y sin razonamiento es la verdadera. La razón no tiene casi nada que hacer en lo eterno. Yo leo ahora muchos libros de religión que me prestan las monjitas. Algunos son insoportables, melíferos, llenos de superlativos a que a mí me producen un efecto nauseabundo, pero hay otros verdaderamente interesantes. San Agustín, San Francisco de Sales, con su Introducción a la vida devota, Santa Teresa, a la que yo adoro porque sabía más psicoanálisis que Freud".
Carmen Laforet y Elena Fortún: la conversión de Laforet fue una gran alegría y consuelo para Elena Fortún en sus últimos años, golpeada por la enfermedad
Y añade Fortún: “Sí, querida mía, aunque te parezca extraño es preciso pertenecer a una religión y sujetarse a sus dogmas. De otra manera, no hay nada estable en la conciencia”. La autora enferma añade: "Enseña a rezar a tus hijitas. Diles que hay un Dios que es su padre y se ocupa de ellas, y que un ángel se queda a la cabecera de su cama mientras duermen, y las cubre con sus alas. Ello es bonito como un cuento, y es además el símbolo de una gran verdad. ¿Tienes mi libro El cuaderno de Celia? Es la primera comunión de Celia".
La escritora enferma concluye la carta ofreciendo su oración por Laforet, agobiada por muchos asuntos y dura consigo misma: "Yo te ofrezco una ayuda auténtica. Es preciso que me digas lo que económicamente deseas y lo que esperas, y yo se lo pediré a Dios. Te aseguro que lo tendrás. Nunca me niega nada, y creo que a nadie, pero yo tengo muchas horas para rezar".
Laforet responde:
"Lo que me dices de pedir por mí me conmueve mucho porque creo en ello de todo corazón. Pero no quiero que pidas cosas materiales. Mira, las angustias de dinero que he tenido algunas veces me han importado, en realidad, tan poco que ni vale la pena pensar en ellas. He reflexionado mucho, seriamente, de verdad en lo que más deseo, y te pido que le pidas a Dios para mí solo una cosa: que yo tenga por dentro esa euforia de vivir, esa alegría interior que yo conozco bien, y que a veces pierdo desastrosamente. Cuando estoy sin ella, me parece imposible vivir".
Elena Fortún le contesta con cartas cada vez más profundas y espirituales. Repasa su vida y busca lo importante.
"¡Qué difícil es aprender a vivir! Algunas personas nacen sabiendo, otras no aprenden nunca", escribe el 20 de noviembre. "Ir descubriendo que el mundo espiritual tiene sus leyes como el material fue para mí obra muy lenta. Además, hay también leyes personales, porque Dios no nos trata a todos lo mismo. Un día vi que mi vida era como una pieza musical con tres o cuatro melodías que se repetían siempre", le explica. Luego le habla cuenta a Laforet como ve ahora que Dios sí le ha ido acompañando en su vida y dolores.
Y concluye Elena: "me gustaría contarte toda mi vida, ¡tan larga, tan azarosa y tan inútil! […] porque hemos podido vivir mejor, hemos podido emplearla mejor para nosotros y para los demás, y sobre todo porque a veces hemos hecho llorar a los que queríamos, y eso se convierte en espinas que para siempre nos pincharán el corazón, y nos parecerá nuestra vida, peor que inútil, mala. El cura viejecito que viene a confesarme me asegura que Dios me ha perdonado y que estos remordimientos me los da el diablo que no quiere mi paz..."
El 14 de diciembre de 1951 Elena Fortún escribe a Carmen Laforet una carta profética, con un conocimiento que parece sobrenatural: "Hace unos días que estoy inquieta por ti, no sé por qué pero lo estoy. Sospecho que lo estás pasando muy mal. […] Yo rezo, rezo mucho [por Laforet], pero tú sabes que hay un elemento con el que los humanos no contamos en las cosas del cielo y sin embargo allí es fundamental. Es el Tiempo o el Espacio, da igual. Para los que viven en la Eternidad. Nosotros pedimos esto para ahora, justamente para este momento, y allí debe caer como en algo acolchado que ahoga el ruido. Todo llegará, llegará un día cualquiera cuando más descuidada se esté y menos se espere".
"Un día cualquiera cuando más descuidada se esté..." Efectivamente, Carmen Laforet, al cabo de unos días, tiene la experiencia mística que le cambia la vida, después de haber leído los Evangelios, que le han impactado, al filósofo ortodoxo Nikolai Berdiayev, después de haber hablado con Lilí Álvarez y de haberse escrito con Elena Fortún, que reza por ella sin cesar.
Laforet explica su experiencia mística a Elena Fortún
La carta no tiene fecha pero es de la segunda quincena de diciembre de 1951. Está fresca la experiencia y la describe a su amiga, unidas por una amistad ya íntima y profunda.
»Me ha sucedido algo milagroso, inexplicable, imposible de comprender para quien no lo haya sentido y que sin embargo tengo absolutamente la obligación de contar a los que quiero… Y a todos, a todo el que quiera oírlo. Sé que no se puede comprender porque yo no lo comprendo. Y no sé por qué a mí, a mí me ha sucedido. ¡A mí! Ha sido debido a lo que habéis rezado por mí los que me queréis y al gran sufrimiento de alguien… Pero ha sido tan extraordinario, tan maravilloso que nunca sabré encontrar palabra para expresarlo".
Explica que fue a buscar a Lilí Álvarez a una iglesia (sabemos que eran los Jerónimos de Madrid), que Lilí había estado allí rezando por Laforet, que salió y hablaron un rato.
»…pero aquella tarde entendí sus puntos de vista con gran facilidad. Me despedí, y al volver a mi casa, andando, sin saber cómo, Elena, sin que pueda explicártelo nunca, me di cuenta de que mi visión del mundo estaba cambiada totalmente. Elena, cuando no se tiene esto puede uno ver un milagro con los ojos del cuerpo y no creer en él; pero cuando uno siente dentro, dentro de uno, el milagro más maravilloso, la transformación radical del ser, el mundo del misterio es solo lo verdadero. Dios me ha cogido por los cabellos y me ha sumergido en su misma Esencia. Ya no es que no haya dificultad para creer, para entender lo inexpresable… Es que no se puede no creer en ello".
»...rezo el credo por la calle sin darme cuenta. Cada una de sus palabras son luz. Elena, la Gracia tal como la he recibido es la felicidad más completa que existe. Jamás, jamás se puede sospechar una cosa así. […]
»No existe ni una tentación…, solo un temor desesperado de perder esta sensación de Dios que sabes que te ha venido así, que se te ha dado por un misterio, por una elección indescifrable a la que tu mérito es ajeno por completo. Mientras tengas esto estás salvada…, perderlo debe ser el mayor horror. Toda mi vida tiende a conservarlo. Todos los sufrimientos, todo lo que pueda sucederme no es nada si tengo esto" […].
»No se puede comprender. No se puede imaginar nunca lo que esto es… La Virgen y los santos y los dogmas todos de la Iglesia se acercan a uno, están dentro de uno. No puedo desear otra cosa en la vida que el que los que yo quiero tengan esta sensación infinita… y todos, todos los hombres, Elena. ¡Si la pudieran tener! Pero no se sabe por qué este milagro inexpresable viene y nos penetra y por qué precisamente algunos son elegidos". […]
»...hay personas piadosas y buenas y temerosas de Dios que jamás han sentido esto. Es una llamada, una hoguera, un deslumbramiento, una claridad de maravilla. Es como si abrieran dentro de nosotros las puertas de la Eternidad. Nunca lo podré decir, pero lo tengo que decir. Es VERDAD, todo es verdad, todo es verdad. La verdad me ha traspasado, me ha cambiado en una hora, en unos minutos de mi vida. Es verdad, Elena… ¡Y esa verdad ha venido a mí!”. [...]
»¿Por qué Él me ha cogido?... Una hora antes ni lo sospechaba. Todo lo que creía entender… ¡qué absolutamente velado estaba para mí, hasta que Dios quiso, hasta el momento fijado desde toda la Eternidad en que Dios quiso! Ahora sé que en Sus Manos soy algo…, no sé qué. Él me dirá". [...]
»Estoy en las manos de Dios. Nada le puedo pedir; nada más que no me abandone otra vez, y sí, que dé su Gracia a todos, que dé su Gracia…, otra cosa no sé decir ni pedir. Naturalmente he confesado y comulgado. Mi literatura ya no me importa. Sé que tengo que hacerla. Que tendré que trabajar más que nunca, pero mi nombre ya no me importa. Quiero a mi marido, a mis hijas con un amor nuevo y maravilloso, y a todos los hombres solo porque pueden ser salvados […]
»Mi vida ha cambiado mucho. […] Ahora sé lo que tengo que hacer. Sé también que muchas veces me parecerá duro, pero que en el fondo esa alegría de haber sentido esta llamada de Dios me sostiene… [...] No estoy trastornada en absoluto, ni nerviosa, ni deprimida, solo maravillada, arrodillada delante de Dios, asombrada de que me haya dado esto. Temblando de no saber conservarlo".
Las primeras reacciones
Elena Fortún se alegra de la experiencia de Laforet y le escribe con algunos consejos en ese mismo diciembre de 1951: "Lee si puedes a Santa Teresa (las Vida, Fundaciones y el epistolario)". Sobre su enfermedad comenta: "Nada de esto tiene importancia. Hay que morir de lo que sea…, de la enfermedad de la muerte que decía Santa Teresa. [Y concluye]: Que Dios no consienta que estés sola el último día".
Laforet responde que leerá a Santa Teresa, como le aconsejaba, y a San Juan de la Cruz. "Una vida nueva, extraordinaria, infinita me ha abierto sus puertas sin más mérito de mi parte que tener seres extraordinarios y santos a mi alrededor que han rezado por mí. Yo estoy aún conmovida. He visto claro estos días lo que tenía que hacer". Le adelanta su decisión de escribir una novela nueva, que sería La mujer nueva, publicada en 1955.
"Ahora la literatura mía solo me parece un medio, un instrumento al servicio de Dios… si él quiere. Si fracaso en eso será que es otra cosa lo que espera de mí. Éxito y fracaso por tanto me son ya absolutamente indiferentes, ¿sabes?", escribe.
En 1952 Laforet sigue escribiendo a Elena Fortún en los meses antes de morir su amiga: "La alegría no me abandona… Más que alegría, esa euforia interior que aunque sucedan cosas malas me mantiene sonriente por dentro y por fuera. Estoy convencida de que la tengo
por ti". Añade Laforet: “Has rezado por mí. Dios te oye a ti siempre. Estoy segura de que hay en ti algo de santa”. Y al acudir a unos ejercicios espirituales en silencio: “Estos días voy a rezar mucho por ti, que tanto lo has hecho por mí, y con tanto y tan asombroso resultado”.
La experiencia mística traspasada a la novela
Muchos años después, la editorial Planeta publicó un recopilatorio sobre Carmen Laforet y ella explicó en un prólogo qué le llevó a escribir La Mujer Nueva.
"El hecho humano que motivó la temática de esta novela fue mi propia conversión (en diciembre de 1951) a la fe católica... Fe que podrá suponerse que me era natural, pues fui bautizada al nacer, pero de la que jamás me volví a preocupar después de salir de la infancia, y cuyas prácticas –para mí enmohecidas y sin sentido– había dejado totalmente. He huido en esta novela –precisamente por haberse motivado en una vivencia mía– de todo elemento autobiográfico, aparte de la sensación repentina de la Gracia. He creado un tipo de mujer, protagonista de mi libro, totalmente distinto de mi tipo humano, y la he colocado en situaciones, ambientes y circunstancias de conversión y lucha espiritual totalmente diferentes a las mías".
Así, en La Mujer Nueva, sólo hay un elemento autobiográfico, según la autora: "la sensación repentina de la Gracia". Aunque hemos detallado las cartas que cruzó con Elena Fortún, y Laforet reconoce su intercesión por oración, no considera su conversión un proceso sino una experiencia repentina. Y así en la novela, la protagonista, Paulina, también lo experimenta de repente, mirando por la ventana del tren. Lo que leemos de la experiencia mística de Paulina podemos aplicarlo a la de Carmen.
» De nuevo volvió a la ventana y la abrió. Entonces recibió en la cara el fresco aroma, el viento que la velocidad del tren producía, los chirridos de los pájaros, los fuertes colores de la tierra, que el sol caldeaba ya y que se confundían en el brillante amanecer.
» El amor –notaba el alma de Paulina–, el amor es algo más allá de una pequeña pasión o de una grande, es más... Es lo que traspasa esta pasión, lo que queda en el alma de bueno, si algo queda, cuando el deseo, el dolor, el ansia han pasado.
» El amor se parece a la armonía del mundo, tan serena. A su inmensa belleza, que se nutre incluso con las muertes y las separaciones y la enfermedad y la pena... El amor recoge en sí todas las armonías, todas las bellezas, todas las aspiraciones, los sollozos, los gritos de júbilo...
» El amor dispone la inmensidad del Universo, la ordenación de leyes que son matemáticamente las mismas para las estrellas que para los átomos, esas leyes que, en penosos balbuceos, a veces, descubre el hombre.
» El Amor es Dios –supo Paulina–; Dios, esa inmensa hoguera de felicidad y bien, en la que nos encontramos, nos colmamos, a la que tendemos, a la que tenemos libertad para ir y vamos, si no nos atamos nosotros mismos piedras al cuello...
» Paulina tenía una cara casi contraída por la atención. Veía acercarse un pueblecito como dibujado con tinta china en la mañana. Un grupo de casas color de tierra, un campanario de iglesia y, en lo alto, un nido de cigüeñas. Las campanas volteaban y, según el tren se iba acercando, pudo oírlas.
» De repente, sintió como una llamarada de felicidad... Mucho más que eso. Lo que sentía no cabe en la estrecha palabra felicidad: Gozo.
» Por primera vez en la vida, Paulina supo lo que es el gozo.
» Algo sin nombre le había ocurrido, le estaba ocurriendo fuera de toda la experiencia de cosas humanas que le hubiesen sucedido en su vida...
» Como si un ángel la hubiese agarrado por los cabellos y la hubiese arrebatado hasta el límite de sus horizontes pequeños de siempre, y hubiese abierto aquellos horizontes, desgarrándolos y enseñándole un abismo, una dimensión de luz que jamás hubiese sospechado...
» La dimensión de la vida que no se encierra en el tiempo ni en el espacio y que es la dorada, la arrebatada, la asombrosa, inmensa dimensión del Gozo. El Porqué del Universo, la Gloria de Dios. El Gozo.
Leer estos párrafos con detenimiento y compararlos con los de otros autores con una experiencia mística muestra similitudes asombrosas, que nacen de una experiencia que coincide. Laforet habla de lo que ha vivido y le aplica su precisión de lenguaje. Este libro de 1955, a partir de la experiencia de 1951, cumple, como con un manual, con las definiciones de W.T.Stace en 1960 o las de Hood en 1985: salir de sí, alegría, sensación positiva, realidad noética, efecto duradero...
Carmen Laforet con sus cinco hijos de pequeños; hablaba con Elena Fortún de su crianza e inquietudes... y después de Dios
La muerte de Carmen Laforet
El resto de la vida de Laforet no fue fácil. Nunca dudó de su experiencia mística y de Dios, pero no encontró una comunidad de fe en la que sentirse acompañada y le decepcionaron muchos creyentes. Vivió 7 años intentando encajar en la oferta religiosa que encontraba a su alrededor en la España de los años 50, con cinco hijos. Después, desconectó de la vida sacramental y eclesial, pero no de Dios y la oración.
Casada prematuramente, esperó a que sus hijos crecieran y se separó en 1971. Siguió juzgándose con dureza y, así, escribiendo poco y publicando menos.
Al escritor Ramón J. Sender, con quien se escribió mucho, le dijo muchos años después en una carta: "Para mí la cosa de Dios ha sido tremenda. Primero como algo que vino desde fuera. Luego una búsqueda de siete años en que hice las mayores idioteces y las dejé y me metí por los vericuetos de nuestro catolicismo español en lo que tiene de venero religioso y en lo que tiene de absurdo y enmohecido y todo. Luego una enfermedad física de todas estas contradicciones entre lo que hacía y mi manera de ser. Y luego otros siete años en los que estoy de casi huida, de volver a mi ser, de encauzar mi razón. Pero siempre encuentro a Dios en todas partes. A veces es como una locura tranquila. Si me voy a París, Dios está en París. Si voy a USA, Dios está en USA. Si creo que lo he olvidado, me doy de narices contra Él".
Con alzheimer, ya perdida el habla, en un momento de mejoría en 2004, pudo reconciliarse con sus seres queridos y la Iglesia. Lo escribió su hija Cristina Cerezales en 2009. A su marido, describe de esos momentos finales, "le contempla larga y profundamente y se dirige a él. Los demás presenciáis la escena en silencio y veis cómo ella le coge la mano y se la lleva a los labios arropándole en una mirada de amor, de amor completo que recoge lo bueno y lo malo. Le perdona y se perdona en su relación con él. Por fin ha podido cumplir lo que ella tanto deseaba".
Un monje carmelita de Duruelo, el padre Alfonso, le da los últimos sacramentos. "Ha llegado el padre Alfonso. Ella inclina la cabeza cuando él hace la señal de la cruz. […] Alfonso le cuenta que él ha vivido una experiencia espiritual similar a la que vivió ella. Le dice que le parece muy bien que ella haya hecho el esfuerzo de contarla en un libro. Él, que había vivido esa experiencia, la reconoció al leerla, y quien no la haya vivido puede acercarse un poco a ella con la imaginación y anhelarla. Él sabe muy bien que es algo inenarrable, pero le parece bueno el intento de describirlo. Le pregunta si quiere confesarse y ella asiente. Sales de la habitación para respetar esa confesión que no puedes imaginar desde su silencio. El sacerdote pasa un rato encerrado con ella, un tiempo que se te antoja muy largo. Él nada explica cuando se reúne contigo y tú nada preguntas", escribe su hija Cristina, la cronista.
El intento de describir lo inenarrable merece ser leído y meditado, y el arte de la escritora, sin duda, servirá a muchos para ello.
En 1955, el periodista y hoy beato Manuel Lozano (Lolo) escribía sobre Carmen Laforet y su libro La Mujer Nueva (que aún no había leído) aquí