Dos españoles se encuentran entre los ocho siervos de dios y beatos aparecidos en los nuevos decretos de los santos ratificados por el Papa Francisco. Se trata de María de la Concepción Barrecheguren, "Conchita" (1905-1927), pasando a tener su primer milagro reconocido, así como el sacerdote José Torres Padilla (1811-1878). Junto con ellos se reconocen las virtudes heróicas del siervo de Dios filipino Teofilo Bastida Camomot, de los italianos Luigi Sodo, Clemente Recalcati y Alfredo Morganti, de la religiosa mexicana Mariana de la Santísima Trinidad y de la polaca laica Juana Woynarowska.
El milagro aprobado de Barrecheguren, "Conchita", atribuye a su intercesión la curación milagrosa de una niña de 2 años en 2014.
Aunque sólo vivió 21 años dejó en este mundo una estela de fe cristiana ejemplo para muchos. Esto dejaba escrito el día que precisamente cumplió su último cumpleaños:
“Hoy cumplo veintiún años. Esto quiere decir que la vida corre mucho más aprisa que nosotros creemos; quizá haya transcurrido la mitad, la tercera parte de mi vida…, quizá muera dentro de poco…, y aun cuando viva muchos años, se pasarán con igual rapidez que los anteriores. ¿Qué es una larga vida, comparada con la eternidad? Menos que una gota de agua, comparada con el océano.
Dentro de poco partiré de este mundo y de mi vida no quedará rastro alguno; así como tampoco deja señal de su paso la nave que atraviesa los mares. Y esta vida tan corta, tan fugaz, me la da Dios, para ganar una eternidad. ¡Desgraciada de mí si la desperdicio! ¡Desdichada de mí si la empleo en otra cosa que no sea amar a Dios!”.
Enfermó tras regresar de Lisieux
La tuberculosis que acabaría poco después con la vida de Conchita comenzó tras un viaje a Lisieux, al percibirse en ella una leve ronquera. La enfermedad invadió por completo a la joven y los médicos aconsejaron a la familia que se le trasladase al Carmen que tiene la familia Barrecheguren junto a los bosques de la Alhambra. Tanto los médicos como la familia confiaban en que los aires frescos y puros que allí llegan con más facilidad desde la Sierra Nevada podrían frenar el avance de la enfermedad.
Pero la enfermedad no remitía, y a la dureza de la enfermedad, se añadía la dificultad del tratamiento, que prácticamente sólo podía aliviar las molestias que causa.
El redentorista Francisco José Tejerizo Linares, que fue vicepostulador de la causa, cuenta que el desarrollo de la enfermedad de Conchita, y de los sufrimientos que la acompañan, “provocan la admiración de quienes la conocieron. Un asombro que surge no tanto de contemplar el dolor mismo, sino del modo en que Conchita, sabe sacar fuerzas de flaqueza, para hacerle frente. Ahí se hizo constatable la maravilla de su calidad humana y de la seguridad de su fe. La fe de Conchita sabe descubrir que los planes de Dios no son los suyos, que tiene que aceptar que su vida, y su modo de seguir a Jesucristo y de estar en la Iglesia, es el laical. Un estado no inferior al religioso o clerical. Al contrario, el estado común de los bautizados y el mismo que vivió el Señor Jesús”.
Alejada del mundo
"Lo extraordinario de Conchita es su vida ordinaria y común; pero, además, hay dos cosas específicamente singulares en ella y que le hicieron llamar la atención de quienes la conocieron: su modo de aceptar y afrontar la cruz y su alejamiento del mundo y de todo lo que pudiera distraerla de su proceso de crecimiento espiritual. Eso, ciertamente, no pasó desapercibido”, escribía este religioso.
Murió el 13 de Mayo de 1927. De este modo, el vicepostulador añadía que "quienes la conocieron, supieron estimarla y pensaron que estaban ante una persona especial, extraordinaria y santa. Para todos era evidente su fe. Su persona fue como una presencia que, discreta y débil, se echa en falta cuando, de forma inesperada, desaparece. Eso ocurrió con ella. Los amigos y conocidos de Conchita, descubren, poco a poco un atractivo que, hasta entonces, les había pasado desapercibido. Ella tenía algo que les empieza a servir de referencia. Sus pocas palabras y su modo de afrontar la vida, se convierten en un estímulo. Nunca nadie -ni Conchita, ni sus padres, ni sus amigos-, pudieron pensar que la fragilidad y debilidad de aquella niña iba a despertar tanta admiración e interés después de su muerte.
Se trata de una notoriedad que no decae, al contrario. La gente sigue recordándola y admirándola. La muerte de Conchita puso en marcha un revuelo que se extiende con inusitada rapidez. Por toda Granada se habla de Conchita, mucha gente empieza a pedir fotos y pronto aparecen sus escritos, que comienzan a leerse, primero en un círculo cercano y, después, son publicados”.
La causa de Conchita se abrió el 21 de septiembre de 1938. El 9 de febrero de 1956, el Papa Pio XII aprobó el juicio sobre sus escritos y ordenó continuar con el proceso. El 5 de mayo de 2020, el Papa Francisco promulgó el decreto donde se reconoce la heroicidad de virtudes de Conchita Barrecheguren.
Su padre también se encuentra en proceso de beatificación: tras muerte de Conchita y al quedar viudo, Francisco Barrecheguren ingresó como novicio en la Congregación de los Misioneros Redentoristas hasta que fue ordenado sacerdote. Murió el 7 de octubre de 1957.
José Torres Padilla
También han sido reconocidas las virtudes heroicas del siervo de Dios José Torres Padilla, nacido en San Sebastián de la Gomera el 25 de agosto de 1811 y fallecido en Sevilla, el 23 de abril de 1878.
Tuvo clara desde la infancia su vocación religiosa y quiso aprender el "oficio de los que no se condenan": el de un "verdadero sacerdote", tal y como les dijo a sus padres. Con cinco años estuvo cerca de morir tras una peligrosa caída a un pozo, pero sobrevivió milagrosamente, atribuido para algunos a una intervención sobrenatural. No pasó mucho tiempo hasta que sus padres fallecieron juntos, el mismo día, y pasó a ser acogido junto a sus hermanos con una familiar.
Con 16 años comenzó los estudios de Filosofía, Lógica, Matemáticas, Larín y Humanidades para ser sacerdote, que terminó en Sevilla y Valencia. En 1836 se ordenó sacerdote y cantó su primera misa.
En Sevilla adquirió fama de santidad y se le llamaba popularmente "El santero de Sevilla", pues fue director espiritual y confesor de varias monjas de especiales virtudes, como la dominica Sor Bárbara de Santo Domingo o Sor María Florencia Trinidad (Madre Sacramento).
Fue catedrático de Teología en el Seminario Conciliar de Sevilla, canónigo de la Catedral de Sevilla y asistió como teólogo al Concilio Vaticano I, por sugerencia del Papa Pio IX.
No se olvidó de su Parroquia de la Asunción de San Sebastián de la Gomera, a la que donó en 1860 dos copias de Murillo que representan a la "Santísima Virgen y San Agustín" y a la "Virgen con el Niño". También ayudó a restaurar el Altar de Nuestra Señora de la Alcobilla en la Catedral hispalense. Gran devoto de Jesús Sacramentado fue congregante-diputado de la sevillana Real Congregación Luz y Vela al Santísimo Sacramento.
Es en Sevilla el lugar donde descansa su cuerpo desde el 23 de abril de 1878.
En mayo de 2012 la Asamblea Ordinaria de los Obispos del Sur de España da su aprobación para la apertura de su Causa de Canonización.7 En la Parroquia del Sagrario de la Catedral de Sevilla Monseñor Juan José Asenjo Peregrina, arzobispo de Sevilla, abrió el proceso de beatificación y canonización del Siervo de Dios José Torres Padilla el 5 de mayo de 2014.
Apóstol del catecismo y los migrantes
Además, este sábado también fue convocado por el Papa Francisco un consistorio para la canonización del fundador de los Misioneros de San Carlos, el "apóstol de los migrantes" Juan Bautista Scalabrini, con la dispensa del segundo milagro.
Scalabrini, obispo de Piacenza, nace en la provincia italiana de cómo un 8 de julio de 1839. A la temprana edad de 37 años fue nombrado obispo, habiendo destacado previamente por su labor educadora y apostólica entre la población cristiana. Tanto, que fue llamado el "apóstol del catecismo" por el Papa Pío IX y fundó la primera revista de catequesis en Italia.
Junto con la formación intelectual y doctrinal, otra de sus grandes dedicaciones fueron los migrantes: preocupado por la difícil situación de quienes tenían que abandonar su hogar, fundó en 1887 los Misioneros de San Carlos para la asistencia a los emigrantes y en 1901 él mismo se embarcó en Génova para unirse a los emigrantes italianos en Estados Unidos.
También se fundó la rama femenina de las Misioneras de San Carlos (1895) y el propio monseñor Scalabrini fue uno de los pioneros en el estudio del fenómeno migratorio en la Iglesia. Fue, además, responsable de una de las primeras leyes italianas sobre migración, promulgada en 1901.
A los diez primeros misioneros que partieron hacia América, en julio de 1888, les dijo: "El campo abierto a vuestro celo no tiene fronteras. Hay que levantar templos, abrir escuelas, construir hospitales, fundar jardines de infancia. Ahí están, por fin, las miserias sobre las que hacer descender las benéficas influencias de la caridad cristiana".
Scalabrini murió el 1 de junio de 1905, solemnidad de la Ascensión, y fue proclamado beato por Juan Pablo II en 1997.
Juan Bautista Scalabrini es uno de los patrones de referencia en el trato a los migrantes y de los catequistas.