"¡Discurso histórico!", tuiteó el obispo de Tyler (Texas), Joseph Strickland, el pasado lunes, donde hemos sustituido por exclamaciones las mayúsculas con las que él resaltó esa expresión: "Es imprescindible que todo el mundo escuche esto".
Monseñor Strickland se refería al discurso que pronunció quien se venía anunciando como "invitado sorpresa" al encuentro patriótico celebrado el pasado fin de semana en Las Vegas: el Double Down 2021 Por Dios y por la Patria, una organización afín a Donald Trump. El invitado era nada menos que Jim Caviezel.
Una obstrucción al plan de Dios
El hombre que interpretó a Jesucristo en 2004 para La Pasión de Mel Gibson empezó a hablar tras mostrarse a los presentes el tráiler de Sound of freedom [Sonido de libertad], la película de Alejandro Monteverde que él protagoniza junto a Eduardo Verástegui y Mira Sorvino y donde se denuncia el negocio de la trata de personas.
“Esta película llega en el momento justo. El tráfico de seres humanos, como el aborto, es una perversa y antinatural obstrucción del plan de Dios", afirmó: "Cuando Dios nos dice que hagamos algo, nunca deberíamos dudar”.
Jim dijo que ese principio le había guiado desde que descubrió su vocación de actor, cuando tenía 19 años, en la oscuridad de una sala de cine al concluir la proyección, y que siempre le había guiado en su trabajo en Hollywood.
Semanas en la Cruz
La primera parte de su discurso se centró en su experiencia de La Pasión, y en más de una ocasión se le quebró la voz: "Cuando estás en la Cruz durante cinco semanas, hora tras hora, piensas mucho. Y cuando estaba ahí pensé en todos los giros de la Providencia que me llevaron hasta la Cruz. Cuarenta mil personas llegan cada año a Hollywood para probar fortuna. Menos del 1% llegan siquiera a trabajar. ¿Por qué fui elegido yo?"
“En la primavera de 2001 recibí inexplicablemente una llamada de Mel Gibson”, continuó. ¿Por qué "inexplicablemente"? Porque no le llamó su agente, ni su manager. Él no conocía a Gibson y no estaba intentando conseguir ese papel, porque nadie sabía nada de la película.
Y, sin embargo, Mel le quería a él para interpretar a Jesucristo: "Quería a un tipo con iniciales JC [como en Estados Unidos se denomina en ocasiones a Jesucristo] y que tenía 33 años. ¿Creéis que fue una coincidencia?"
Amigos, conocidos y gente de su equipo le aconsejaron rechazar el papel: “Pero tomé la decisión de confiar en Jesús. Pero no le interpreté yo a Él. Él me utilizó a mí", casi gimió.
"Le dije a un amigo que yo no creía ser el tipo adecuado para interpretar a Jesús", añadió más adelante, entre risas al contar la respuesta: "Me miró y me dijo: ¿Sabes, Jim? Dios no siempre elige al mejor. Pero te escogió a ti, así que ¿qué demonios vas a hacer?"
Un rodaje con consecuencias
Ya en otras ocasiones Caviezel ha contado lo duro que fue el rodaje. El director ya le había advertido que la interpretación sería muy "física", pero él confiaba en su juventud y fortaleza y temía más tener que aprender a hablar en hebreo, arameo y latín. Craso error: "Los idiomas fueron fáciles. Lo físico casi me mató".
La cruz pesaba casi 90 kilos y un brazo se le dislocó por el peso cuando alguien tiró de ella en sentido contrario al suyo: "Mis músculos se rasgaron y mi hombro se separó. Caí de rodillas, solté la cruz y hundí el rostro en la arena". Es un lesión que recoge la Sábana Santa, y que de esta forma él vivió como la había vivido también Nuestro Señor: “Ahora sé lo que sintió”. Un hematoma que iba a más cada hora que pasaba, y que asumió como "una penitencia", aunque "no sabía que el sufrimiento solo estaba empezando".
El discurso completo de Jim Caviezel.
En la escena de la flagelación le rodeaban tres cámaras, con espejos entre ellas. Los guardias golpeaban una placa de metal que estaba a unos 50 cm de su espalda, y él tenía que fingir los golpes. Como ha contado alguna vez, uno de los azotes le alcanzó realmente con toda la fuerza que ponían los verdugos, a quienes Mel Gibson había pedido máxima violencia.
“Creía tener una idea de cómo se sentirían esos golpes, pero no tenía ni idea", confesó: "Cuando ese azote me golpeó, rasgó la piel de mi espalda. Sentí dos latigazos. Pero yo era simplemente un actor fingiendo que eso me estaba pasando a mí para haceros comprender cómo fueron los hechos reales: lo que Jesús realmente entregó por nosotros, continuamente, por cada uno de nosotros".
Emocionado, Caviezel hizo un repaso a los numerosos males físicos que padeció a consecuencia del rodaje: una neumonía, una infección pulmonar, el impacto de un rayo que con el tiempo, después de la producción, obligaría a una doble cirugía a corazón abierto.
Le temblaba la voz al reflexionar: "El dolor es a veces una bendición que puede centrarnos, encaminarnos. Todo ello me llevó a los brazos de mi Dios, porque no tenía otro sitio donde ir. Entonces conseguí la interpretación que yo era incapaz de crear. La gente me pregunta cómo fue interpretar ese papel. Lo diré en dos palabras: un fuego inextinguible. No hubo tranquilidad ni paz. Mi oración constante a Dios era que la gente no me viera a mí, sino que viera solo al Hijo del Hombre, a Jesús".
¿Qué es la libertad realmente?
Tras conmover a los asistentes con estas reflexiones sobre la película que le hizo mundialmente célebre, Jim dio paso a una parte más política de su discurso, centrada en la libertad. Reivindicó las referencias religiosas de la Constitución estadounidense: "¡No dice que los hombres nacemos iguales! ¡Dice que fuimos creados iguales!"
Y enardeció a los presentes con un alegato en favor de la lucha por la libertad, que definió citando palabras de Juan Pablo II en su homilía de Baltimore el 8 de octubre de 1995: "La libertad no consiste en hacer lo que nos place, sino en el derecho a hacer lo que debemos".
A continuación parafraseó un discurso de Ronald Reagan en 1964, cuando empezaba a lanzar su carrera como gobernador de California enarbolando un discurso conservador optimista y con espíritu vencedor: "Estamos en una guerra que hay que ganar. Hay quienes proponen la solución utópica de una paz sin victoria. Piden una política de acomodación", censuró Caviezel en un tono que, al repetir sus palabras, por momentos se parecía al del carismático presidente.
“Hay una fórmula inmediata para conseguir la paz: la rendición", alegaba Jim, trasladando a las guerras culturales y al odio del mundo contra el cristianismo el argumento que Reagan aplicaba al enfrentamiento con el comunismo: "Todas las lecciones de la historia nos dicen que el mayor riesgo reside en el apaciguamiento. Y ese es el fantasma al que nuestros bienintencionados amigos cristianos liberales no quieren afrontar: nuestros sacerdotes, nuestros pastores y ahora tristemente incluso nuestro Papa", apuntó. Hace un año, tras el rodaje de Infiel, una película sobre la persecución a los cristianos en el Irán de los ayatolás, Caviezel ya acusó a los obispos de "tibieza" y colaboracionismo por su cierre sacramental al dictado de las autoridades políticas con ocasión de la pandemia.
"Esa política de acomodación y apaciguamiento no nos brinda una opción entre la paz y la guerra", arengaba ahora el actor, enardecido y enardeciendo al público, "solo entre la lucha y la rendición": "Y si continuamos acomodándonos, si seguimos retirándonos, cuando llegue el momento y Satanás lance su ultimátum final, nuestra rendición será voluntaria porque estaremos debilitados por dentro espiritualmente, moralmente, económicamente".
Como William Wallace
El título de su intervención era Tenemos la tormenta encima, y en esa situación "en nuestro lado se han oído voces que piden paz a cualquier precio. Pero no creo que la vida sea tan amable ni la paz tan dulce como para comprarlas al precio de las cadenas y de la esclavitud. Si no hay nada en la vida por lo que valga la pena morir, ¿debió Moisés decirle a los hijos de Israel que vivieran en esclavitud bajo los faraones? ¿Debió Cristo rechazar la Cruz?", se preguntó, añadiendo otros ejemplos de héroes tomados de la historia estadounidense
"Tengamos la valentía de decirle al enemigo que hay un precio que no estamos dispuestos a pagar, que hay una línea que el mal no debe traspasar", proclamó Caviezel, antes de defender la vigencia de la Constitución que dio origen al país, amenazada por la revolución woke y la tiranía globalista y nacional en ciernes. Una parte del discurso que cerró repitiendo la frase del Papa venido del comunismo: La libertad no consiste en hacer lo que nos place, sino en el derecho a hacer lo que debemos".
¿Y qué es lo que debemos hacer? Caviezel respondió a ese interrogante: "Mis camaradas guerreros cristianos: apartaos de esta generación corrupta. Sed santos. No nacimos para acomodarnos, nacimos para mantenernos firmes. Y esa es la libertad que deseo para vosotros. La libertad respecto al pecado: ser libres de nuestras debilidades, ser libres de la esclavitud a la que el pecado nos somete a todos. Esa es la libertad por la que vale la pena morir".
La última parte enardeció a los patriotas de Las Vegas con una evocación de la arenga de Mel Gibson en Braveheart (1995), que reiteró casi literalmente.
Sin embargo, Jim insistió en cristianizar su discurso patriótico: "Todos debemos luchar por esa libertad auténtica. Debemos vivir por Dios, con el Espíritu Santo como escudo y Cristo como espada, ¡y unirnos a San Miguel y a todos los ángeles para defender a Dios y devolver a Lucifer y a sus esbirros al infierno al que pertenecen!"
"Nos encaminamos a la tormenta de las tormentas", remató: "Tenemos la tormenta encima... pero no sin Jesús, nuestro timón, y sí con las palabras de Reagan: 'El mal es impotente si los buenos no tienen miedo'. Que Dios os bendiga".