Ignacio Yepes es una autorizada voz dentro del panorama musical contemporáneo en España. Es director de orquesta, flautista, doctor en Ciencias de la Educación por la UNED y premio Bravo de música de la Conferencia Episcopal Española. Además de director fundador de la Orquesta Filarmónica del Arte, entre otras agrupaciones.
Hijo del afamado Narciso Yepes –divulgador de la guitarra de diez cuerdas, caballero de la Orden de Isabel la Católica y miembro de la Real Academia de Bellas Artes–, Ignacio también compuso el himno "Seréis mis testigos" para la visita de San Juan Pablo II en 2003, y tiene publicada en el sello de San Pablo la "Misa de la Luz" y la "Misa de la Cruz" para coro y orquesta.
La fe, batuta y compás de su vida
Consciente de la escasa representación de la fe en el panorama artístico, anima a los artistas católicos “a ser ellos mismos” y cuenta a Religión en Libertad cómo la fe es a la vez batuta y compás de todos los aspectos de su vida.
“No recuerdo no saber música y la aprendí antes que a leer” cuenta desde el Monasterio de Guadalupe, en Cáceres. Todavía se oyen las voces del coro que dirigía segundos atrás con motivo de la I Escuela de verano de arte y espiritualidad organizada por la Fundación Vía del Arte. Interpretaban el "Réquiem" de Gabriel Fauré para coro y orquesta.
Durante una entrevista realizada por Pilar Urbano al padre del compositor, Narciso Yepes destacó el fin de su trabajo: “Cuando doy un concierto, no sólo busco el aplauso, sino que, cuando me lo dan, siempre me sorprende. . . ¡se me olvida que al final de concierto, viene la ovación! Y le confesaré algo más: casi siempre, para quien realmente toco es para Dios”.
Padre e hijo se cofunden en uno solo pese al transcurso de los años cuando Ignacio emplea casi las mismas palabras preguntado por los retos del arte católico. “El problema del artista de hoy es que solo quiere preocuparse de que le admiren, del show y del espectáculo”, olvidando que “importa más el mensaje que transmites y la interpretación de quien te escuche o recibe ese mensaje”.
Fragmento de la "Misa de la Cruz", de Ignacio Yepes.
El artista debe llevar a Dios a través de la belleza
De sus palabras se desprende la lejanía de los tiempos en que la fe y el arte caminaban de la mano por costumbre, y resume el principal reto del artista católico en saber hacer una “catequesis de vida” con sus obras y su día a día.
Por ello, Ignacio explica que su misión no es otra que “llevar la música a los demás de la mejor manera” que puede, pero se siente realmente satisfecho cuando "a través de ella se puede atisbar la relación con lo trascendente”.
“Probablemente el reto de los músicos católicos sea ser ellos mismos. A través de su persona, de su arte, manera de ser, de sus actos, de cómo tratan a los demás, están mostrando a Jesús. A los jóvenes de hoy, más que atraerlos con la palabra –especialmente en el arte– hay que hacerlo con la propia vida”, afirma. Por eso, el artista católico “debe tener una vida rodeada y marcada por la belleza”.
"Seréis mis testigos", himno compuesto por Ignacio Yepes para la última visita del Papa San Juan Pablo II a España en 2003.
Un consejo a los artistas católicos: "Que sean ellos mismos"
Para Ignacio, “no cabe duda de que la fe lleva a la música y la música a la fe. Cuando me dedico a componer, para mí es muy importante llegar a expresar la oración a través de la música, y al revés. Cuando sabes en lo que crees, crear la música que acompañe tu fe es otra tarea, muy difícil, a la que he dedicado mi vida: que la fe te lleve a la música”.
En una ocasión, su padre, preguntado por lo que podía agradarle a Dios de sus composiciones, respondió: “más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo y mi arte”.
Narciso Yepes, con su famosa guitarra de diez cuerdas, interpretando el "Concierto de Aranjuez", de Joaquín Rodrigo.
Hoy, Ignacio se permite dar un consejo similar a los artistas que desean evangelizar con sus obras. “Que sean ellos mismos. La cuestión del arte es que si lo haces bien y tu obra es buena, el mensaje pasa”, explica.
“A mí me ha pasado muchas veces dirigiendo un réquiem de Mozart en auditorio. Si yo lo que quiero es hacerlo muy elevado, todo eso lo puedo sentir y hacerlo profundo, pero en el concierto no puedo preocuparme solo del simbolismo o de la propia complejidad”.
Cuando el trabajo es bueno y sincero, "la parte espiritual sale sola"
Por eso, añade que si el trabajo de los artistas “está hecho con honradez y cuidan al máximo la parte técnica del trabajo, la transmisión de Dios y la parte espiritual sale sola. Dios sale de lo bello y de lo verdadero y veo a la siguiente generación capaz de ser auténtica y de transmitirlo con su vida y entrega”.
Yepes menciona nuevamente al músico Gabriel Fauré, que consideraba que la misión del arte es “elevarnos lo más alto posible por encima de cuanto existe”, y la del artista, “mostrar que la vida es bella”. Fijándose en su ejemplo, reafirma cómo el arte puede llevar a la oración. “Su "Pie Jesu" (parte del Réquiem) tiene mil cosas que te dicen que estás entrando en una dimensión bellísima”.
Gabriel Fauré escribió de su "Réquiem": "Se ha dicho que no expresa el miedo a la muerte. Pues bien, es que así es como veo yo la muerte: como una feliz liberación, una aspiración a una felicidad superior".
Destaca que en muchas otras ocasiones ha “sentido como nunca la oración” gracias al arte. “No hay palabra que pueda definir esa sensación que experimentas, ni oración de texto hablado o escrito que me llevase más lejos que la música”.
El compositor se despide recomendando su lista particular de artistas y obras que han transformado en música la sobrenaturalidad de la fe. “No existe la música sacra sin nombrar a Bach, seguido de Mozart y Beethoven con su "Novena Sinfonía”. Menciona compositores menos conocidos como Arthur Honegger y su "Cantata de Navidad" o su oratorio del "Rey David".
También destaca la "Sinfonía de los Salmos" de Stravinsky, “junto con muchos otros compositores contemporáneos que hoy día se han empapado de su fe”.
“Tengo un oratorio por estrenar, una cantata de resurrección que hice durante la pandemia”, anuncia. “Fue bonito y me propuse hacerla bien, no paré hasta que quedé satisfecho. Ahí hice mi pequeña aportación a esta lista en la que yo ocuparía el puesto 4000 de todos los músicos de los que podríamos hablar”, concluye con humildad.
El himno "Seréis mis testigos", se interpretó en el encuentro con el Papa de 2003 en Madrid, que se reproduce aquí íntegramente.