El arzobispo de París, Michel Aupetit, médico que ejerció once años la profesión antes de entrar en el seminario, acaba de publicar un libro sobre la encíclica más definitoria del pontificado de Pablo VI: Humanae Vitae. Una profecía, donde defiende con contundencia aquella intervención del Papa Giovanni Battista Montini "sobre la regulación de la natalidad" que no solo puso en valor la ley natural en las relaciones conyugales, sino que resultó ser premonitoria de los males sociales que causaría la anticoncepción.
Con motivo de la aparición del libro, monseñor Aupetit fue entrevistado por Christophe Geffroy para el medio que fundó y dirige, La Nef:
-La Humanae vitae es una de las encíclicas más impopulares: ¿por qué volver a ella cincuenta años más tarde y correr el riesgo de ser criticado?
-Cuando la Palabra de Dios o una enseñanza de la Iglesia no son comprendidas, les compete a los obispos hacer que se comprendan, con pedagogía. No se trata de ser masoquista para ser criticado, sino de hablar con valentía, no por ir contracorriente, sino para establecer una roca sobre la que poder apoyarnos para no ser arrastrados por el oleaje embravecido. Por otro lado, el propio Papa Francisco nos ha invitado a redescubrir la encíclica Humanae vitae en su exhortación apostólica Amoris laetitia (AL 222).
-Al contrario de muchos en la Iglesia que piensan que la Humanae vitae fue un error que hay que olvidar, y que no se molestan ni en reconsiderarla, usted insiste en su importancia, su clarividencia e incluso su carácter profético. ¿Por qué?
-El carácter profético es inherente a la propia encíclica. Todo lo que el Papa San Pablo VI había anunciado ha ocurrido. Hay quien piensa que la Iglesia no debería meterse en la vida íntima de las personas. Se comprende su reacción si percibimos la moral cristiana sólo como una manera de dar lecciones. Tienen razón en recordar la viga en el ojo del que juzga. La moral cristiana nos introduce en el camino de conversión. Es, ante todo, el anuncio de la Salvación, de un amor que viene para consolarnos en nuestra incapacidad de amar.
»Efectivamente, no es en nombre de una competencia específica (científica o de otro tipo) que la Iglesia despliega su enseñanza sobre la sexualidad, sino en nombre de su fe en un Dios que se ha unido a nuestra carne. El Verbo se hizo carne para que nuestra carne se convierta en Verbo, es decir, para que pueda amar con el mismo amor con el que es amada. La fe de la Iglesia es portadora de una antropología que corresponde al plan de amor de Dios para el hombre y la mujer.
-La anticoncepción, al separar la sexualidad de la procreación, separa también la sexualidad del amor. ¿No tiene origen en esta primera separación una gran parte de nuestras desviaciones éticas?
-La sexualidad está ordenada a la fecundación en todas las especies animales. Esto es verdad también para la humanidad. Pero en el ser humano, la capacidad de plantearse un acto libre para hacer una elección le permite asumir las contingencias fisiológicas y hormonales para aprender a amar de verdad. Es este amor a imagen de Dios el que da grandeza al hombre y la mujer. La sexualidad se convierte, entonces, en un lenguaje ordenado al don de la persona, un don que abre a la vida. Amor y Vida está indefectiblemente unidos. Es este vínculo el que el Papa resalta cuando habla de unión y procreación. Esto es verdad para todos nuestros actos humanos. Cuando están planteados a través del amor comprometen nuestra humanidad convirtiéndose en fuente de vida.
-Usted establece un vínculo entre anticoncepción, infidelidad y descenso de la moralidad, como también con la pérdida del respeto a la mujer. ¿Nos podría explicar este vínculo?
-En realidad, es el Papa San Pablo VI el que anuncia proféticamente la pérdida del "respeto a la mujer... sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico" (n. 17). La feminidad se expresa también a través de los ritmos de la fecundidad, que son manifestación de la relación de la mujer con la vida, la muerte, el tiempo y la eternidad. Negar estos ritmos es negar una parte de la feminidad y, por tanto, también de la masculinidad. Siempre es a través del otro que accedemos plenamente a lo que somos. ¿Por qué privar a la pareja, la familia, la sociedad de este camino de humanización? Pablo VI denuncia las consecuencia de esta negación: abre "el camino fácil y amplio... a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad" (n. 17). Denuncia también "el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales" (n. 17). Por último, aclara que con los medios modernos de comunicación se corre el riesgo de exacerbar los sentidos y toda forma de pornografía. Lo que él describió es lo que vemos en nuestra sociedad. ¿No es esto ser profeta?
La encíclica Humanae vitae fue recibida con abierta hostilidad por los episcopados centroeuropeos. Hoy son las regiones del mundo en más acelerada descristianización y donde las previsiones proféticas de Pablo VI se han verificado más intensamente.
-¿En qué sentido la ambigua noción de "proyecto parental" [omnipresente en la ley bioética recientemente aprobada en Francia, con la oposición de los católicos] tiende a hacer del niño un derecho, un "bien de consumo que se fabrica"?
-Es triste reducir un hijo a un proyecto, como hacemos con una carrera o con nuestro plan de ahorro para comprar una vivienda. Un hijo no es un proyecto, es un regalo que hay que acoger. Es un don, no un derecho. En lugar de ser deseado por sí mismo, por los talentos que Dios pueda darle, por el proyecto que él mismo hará de su vida asumiendo, si lo desea, su vocación, lo que queremos es encerrarlo en un destino fijo, congelado, que corresponde sólo al proyecto que sus padres tengan para él y a la satisfacción de sus múltiples frustraciones. Un hijo siempre nos lleva más allá de nosotros mismos. Los padres deben recuperar su vocación de acogida y servicio.
-Usted habla de la "fecundidad que vincula la pareja a Dios, esa relación con el don de la vida que es el verdadero bien común de una sociedad". ¿Nos lo puede explicar?
-La vida orgánica siempre es un misterio. Para que pueda emerger, se necesitaron constantes físicas particulares cuyo más mínimo cambio, el más ínfimo, podría haber causado la esterilidad del universo. Pero más allá de esta verdad científica [pincha aquí para ampliar esta referencia al "principio antrópico"] se plantea la cuestión de una fecundidad que no es sólo la mera transmisión de la vida. Cuando Dios dice "sed fecundos", esto significa que el hombre y la mujer se convierten en responsables de la fecundidad y que son ellos los que transmiten la vida, no de una manera instintiva, sino libremente en concordancia con el acto creador de Dios y la bondad divina sobre las criaturas. El don de la vida es el verdadero bien que todos tenemos en común. La vida es lo que nos une los unos a los otros y este vínculo es el fundamento de toda sociedad. El Papa Francisco insiste sobre esta función social de la unión del hombre y la mujer: "Sólo la unión exclusiva e indisoluble entre un varón y una mujer cumple una función social plena, por ser un compromiso estable y por hacer posible la fecundidad" (Amoris laetitia, 52).
-Usted escribe, citando a Juan Pablo II, que la elección de los ritmos naturales implica respeto recíproco, responsabilidad y dominio de uno mismo. ¿Es un mensaje soportable hoy en día? ¿Cómo hacer que se escuche?
-Si el respeto recíproco, la responsabilidad y el dominio de uno mismo no son soportables, es que nuestra sociedad está muy enferma y necesita un médico. El mejor médico que he conocido para sanar los corazones agotados y los espíritus alterados es Cristo mismo por medio del Espíritu Santo que nos envía junto al Padre. No es una evasiva, es justamente la razón por la que quise ser sacerdote. Testimoniar a través de nuestra vida este Don total que Cristo hizo de Su vida es invitar a la humanidad a amar de manera responsable, es decir, respondiendo de la vida del otro. Contrariamente a Caín, nosotros podemos afirmar: "Soy el guardián de mi hermano y de mi hermana".
-Más allá de las cuestiones vinculadas a la sexualidad, ¿el problema no es, ante todo, el principio mismo del rechazo a la ley natural, es decir, de un límite que se impone al hombre? La ecología integral recomendada por los Papas (y, sobre todo, por la Laudato si'), ¿no es un medio para hacer comprender la necesidad de reconocer, hoy en día, la ley natural por encima de la ley positiva de los hombres?
-El respeto de la naturaleza y de los límites que ésta nos impone no se queda en el mundo vegetal y animal. Atañe también a nuestra humanidad. El Papa nos recuerda que "todo está unido". El respeto de nuestros límites personales, que definen lo que somos, nos enseña también a respetar al conjunto del planeta. Hay que recuperar la armonía a través del trabajo humilde de nuestra razón humana. La ley moral natural es esta obra de inteligencia que escruta, contempla y adapta su acción a la realidad que nos rodea. El derecho positivo, cuando no se apoya en el derecho natural, corre el riesgo de convertirse en el reflejo de una ideología que se convierte en tiranía con el pretexto de la autonomía. Quiero recordar que la autonomía, que etimológicamente significa "darse a sí mismo su propia ley", no tiene nada que ver con la libertad, que se basa en un discernimiento para asumir una decisión fundada, iluminada.
-¿Se puede reconocer la ley natural en un mundo que rechaza a Dios? Dicho de otro modo, el rechazo de lo sobrenatural, parafraseando a Chesterton, ¿no implica inevitablemente la pérdida del mismo orden natural, por lo que el problema central pasa a ser la "ausencia de Dios", tal como nos recordaba recientemente Benedicto XVI ?
-La capacidad de concebir a Dios es propia del hombre. No es extraño que al rechazar la trascendencia, el hombre vuelva a su instinto bestial. Eliminar a Dios en nombre de la ciencia responde a menudo a espíritus que no han evolucionado desde el siglo XIX. El combate estéril de esta época entre materialistas y espiritualistas está dañado por el principio de "incompletitud" del matemático Kurt Gödel, que se aplica a todos los campos racionales: matemáticas, filosofía e informática. La ciencia actual nos deja libres y permite captar la complementariedad de los enfoques científicos y espirituales. "La ausencia de Dios" se traduce casi siempre en un sentimiento de vacío, de no estar completo, como leo en muchas cartas de los catecúmenos.
-Llegados a este punto, ante un tema zanjado (la sexualidad desenfrenada), la Iglesia, lejos de ser anticuada o inhumana por las exigencias recordadas en la Humanae vitae, ¿no es una de las últimas guardianas de una libertad y una verdad a la que muchos aspiran en el fondo de su corazón? ¿Cuál es su experiencia al respecto como sacerdote?
-Nada está definitivamente zanjado. Los excesos de una época siempre conllevan un movimiento de equilibrio hacia los excesos inversos. Por lo tanto, es necesaria una formación seria, sobre todo en antropología, que es la materia más ignorada actualmente, con el fin de poder permanecer en pie firmemente ante las olas procelosas del fariseísmo y el borreguismo.
»Mi vida de sacerdote está totalmente dedicada al servicio de la felicidad de mis hermanos. No se trata del saciado bienestar de los apoltronados a los que fustigaba Amós, sino de la salvación eterna que, ya desde aquí, nos proporciona una paz infinita y un profundo gozo.
-En el capítulo 12 de su libro, usted insiste sobre la importancia del celibato por el Reino. ¿Nos podría decir cómo esta forma sobrenatural del don de su vida ilumina una dimensión de la vida de los matrimonios? ¿Por qué el celibato es importante para los sacerdotes?
-En el evangelio según Mateo, la cuestión del celibato por el Reino sigue a una pregunta planteada a Jesús relacionada con el fundamento del matrimonio. Tras haber recordado la voluntad de Dios citando el libro del Génesis, afirma lo que es el fundamento de la sacralización del matrimonio: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (Mt 19, 6). Justo después, Jesús añade esta sorprendente frase: "Hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos" (Mt 19, 12). Por consiguiente, hay un fuerte vínculo entre la vocación al matrimonio y la consagración de la propia vida por el reino. No se trata en absoluto de encratismo, es decir, de rechazo al matrimonio. Me gusta citar esta oración que se reza en la consagración de las personas vírgenes: "Es el Espíritu Santo el que suscita en medio de tu pueblo a hombres y mujeres conscientes de la grandeza y la santidad del matrimonio y, por tanto, capaces de renunciar a este estado para adherirse desde ahora a la realidad que les prefigura: la union de Cristo y de la Iglesia".
»La unión de los esposos y la procreación son el signo del consentimiento al don de la vida que Dios hace al hombre y a la mujer. Es el signo de la Alianza de Cristo y de su Iglesia, como nos recuerda tan bien San Pablo. Asimismo, el celibato de los sacerdotes y los consagrados es el signo del amor más grande, que sólo puede venir del Señor Jesús, al que seguimos incluso en su modo de vivir para edificar su reino y anticipar las Bodas eternas que realizan la Alianza de Dios y los hombres. Es así como las dos vocaciones son llamadas a la santidad, llevando a cabo el hermoso proyecto de Dios en el que el don de la propia vida hace entrar en el Amor infinito revelado por Nuestro Señor Jesucristo.
Traducción de Elena Faccia Serrano.