En mi pasado artículo Padres, despertad me refería a la queja de un chico italiano que lamentaba que sus padres no le hubiesen enseñado nada sobre educación sexual con el resultado que “la cosa que es la más santa del mundo, porque la vida es amor, Dios es amor y protege a los que aman, llega a nuestros oídos rodeada de una asfixiante nube de pecado, que no se tendría si le diesen otras convicciones morales. He aprendido que ciertas cosas se hacen no para conservar la especie humana, sino para divertirse”.
La queja de este chico es la de innumerables jóvenes. He dado muchísimos cursos de educación sexual, pero recuerdo un día que, en casa, se lo di a unos sobrinos míos adolescentes. Mi madre, que estaba presente, al final me preguntó, medio asombrada, medio escandalizada: “Pedro, ¿quién te ha enseñado todas estas cosas?”. Le respondí: “Tú no, mamá”.
Como la carta es de hace unos años, este chico piensa que los maestros son las personas más indicadas para dar esta educación. Esto hoy en día no es la contestación más adecuada, por la descristianización galopante de nuestra sociedad y el influjo en muchos de ellos de la ideología de género. Recordemos que el Papa Francisco elogió a unos padres que cuando sus hijos volvían de la escuela les preguntaban qué les habían enseñado, por si tenían que hacer una contracatequesis. No hace muchos días, en un colegio religioso de mi ciudad, les enseñaron a los chicos que podían ser chicas y la revés. Los casos de disforia de género, con las consecuencias desgraciadas que conlleva, antes de que entrase esta moda eran de uno por cien mil y hoy hay sitios que están en el tres por ciento.
El Concilio Vaticano II, en su declaración sobre la Educación Cristiana Gravissimum Educationis nos dice: “1. Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual… 2. Todos los cristianos… tienen derecho a la educación cristiana… Por lo cual, este Santo Concilio recuerda a los pastores de almas su gravísima obligación de proveer que todos los fieles disfruten de la educación cristiana y, sobre todo, los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia. 3. Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos… El deber de la educación, que compete en primer lugar a la familia, requiere la colaboración de toda la sociedad”.
Ahora bien, ¿cómo conseguir que unos padres, claramente no preparados para esta tarea, logren realizarla adecuadamente? Sencillamente, pidiendo auxilio. Hablemos del asunto con el párroco, los catequistas, los profesores de Religión, las librerías religiosas o con otros padres. Cuando yo me jubilé, hace ya veinte años, había diapositivas y vídeos de educación sexual cristiana francamente buenos. Éstos no sólo seguirán existiendo, sino que tiene que haber cantidad de material nuevo, de gran calidad, por lo que no vale tomar la postura cómoda de no preocuparme del asunto, puesto que es uno de los principales deberes de los padres.
¿Qué les diría yo a los jóvenes que, como el chico de la carta, han entrado en el camino del vicio? Escribo esto el día de Santo Tomás Becket, un hombre vicioso hasta que descubrió que el sentido de su vida era el Honor de Dios, y recuerdo esta frase que he oído estos días: “Detrás de cada santo hay un pasado, delante de cada pecador hay un futuro”. Para mí la palabra clave, siempre posible con la ayuda de la gracia de Dios, es conversión.