Nacimiento, la historia de San Andrés Kim y los primeros sacerdotes en Corea en el siglo XIX, bajo persecución, es una película coreana muy especial que está en los cines españoles. Disfruté un primer visionado en el pase de prensa en versión subtitulada y escribí una reseña para ReL aquí. Pero he querido volver a verla con mi hijo de 20 años, con ganas de prestar más atención y fijarme en más cosas.

Por ejemplo, siendo mi hijo un jefe scout y siendo Andrés Kim todo un explorador que buscaba nuevas rutas clandestinas para entrar en Corea por mar o por tierra, quería ver si eso se entendía como una película de aventuras, aunque a él le llamó más la atención la creatividad de coreanos y misioneros para infiltrar sacerdotes (y de las autoridades para localizarlos).

Fuimos a ver la película en miércoles al Palacio de Hielo de Madrid, había otros 20 espectadores; las mujeres, al terminar, lloraban con el martirio del joven Andrés Kim Taegón. Y reflexionando me di cuenta de estas 7 cosas que comento a continuación.

1. Es un espectáculo visual que no caduca

Es una película larga de dos horas y media, de curas viajeros, que van y vienen y hablan y rezan y celebran sacramentos. Pero no se me hizo pesada volver a verla. La razón es que es un gran espectáculo visual y costumbrista. Los trajes coreanos, los chinos, los uniformes, los paisajes, la gestualidad, las ceremonias... todo se hace con elegancia, como una coreografía oriental, de sotanas y de amplias capas y mantos. Los colores tejen su propio discurso como en esas películas wuxia de estilo más artístico (tipo Tigre y Dragón o La Casa de las Dagas Voladoras). Por eso, aunque se sepa el final y la trama, se disfruta como una danza.

2. Gana más en idioma original

La versión doblada al español pierde mucho porque la versión original hace un gran esfuerzo por jugar con varios idiomas. En español solo se mantienen los diálogos de los clérigos en latín, y el latín, obviamente, de las misas y ceremonias. Y una frase en inglés.

Todo lo que en la película original estaba en chino, en francés y en coreano lo vemos aquí en español. Además de perderse riqueza, se dan circunstancias curiosas. Por ejemplo, cuando los seminaristas coreanos hablan en francés, se nota que les cuesta y buscan palabras en su cabeza. Eso es normal y muy real cuando lo vemos en original. Pero doblado al español queda raro: parece que les cueste hablar, aunque un segundo antes hablaban con fluidez. También se pierde una broma, la expresión "bona mea" que usa escandalizado un misionero, y reutilizan divertidos los coreanos. Y el esfuerzo del misionero Imbert, francés, por hablar coreano, que en la versión en español se pierde.

Nuestros hijos que disfrutan del anime japonés están más que acostumbrados a tragar muchas horas de anime con voces exageradas, frases de ritmo extraño e impulsos repentinos de los personajes al hablar: todo eso es más natural si se ve en versión subtitulada, como ellos hacen tan a menudo con su anime.

3. El protagonista es un pueblo la Iglesia

En realidad, el protagonista no es Andrés Kim: él es un hilo conductor y un guía que nos lleva por las distintas ciudades y por el viaje cultural que significa la conversión y su inculturización. Pero el protagonista es un pueblo que sufre. Es una historia larga, con varias fases, y en eso se parece al clásico de Roland Joffé, Killing Fields (también llamado Los gritos del silencio). Allí veíamos el drama del pueblo de Camboya deportado, asesinado, sermoneado por el Partido Comunista, el Angkar.

Aquí el pueblo perseguido es el pequeño pero variado pueblo católico coreano. La película se esfuerza en mostrarnos cada una de las categorías de mártires y fieles: los misioneros extranjeros, las religiosas y mujeres devotas, las campesinas muy humildes e ignorantes, los funcionarios cultos que intentan mantenerse en la corte, los ricos que ponen todo a disposición del evangelio, los pobres de baja cuna, los que admiran a Cristo y el cristianismo pero aún no se atreven a dar el paso de bautizarse... todos ellos construyeron la Iglesia en su momento y merecen ser recogidos. La película sirve a su relato, el del "nacimiento" de esa Iglesia.

San Andrés Kim es un buen cartógrafo y sabe orientarse en el mar.

4. Salen casi todos los sacramentos

Aunque Corea fue recibió su primera evangelización de manos de laicos, y vemos a los laicos volcados en esta iglesia que no consigue casi tener sacerdotes, lo cierto es que es una película muy sacerdotal. Quizá pensando en el público no católico, la película quiere mostrar los sacramentos, mostrar el catolicismo a través de sus rituales, como quien busca fascinar con la ceremonia del te. Vemos un bautizo con agua en una tetera, a escondidas en una posada. Vemos la unción de los enfermos de un joven coreano moribundo, con su unción en pies, manos y frente.

Vemos la deseada comunión de los fieles que por fin reciben sacerdote y asisten con devoción a la misa. Y la confesión con reloj de arena, porque hay que ser rápidos: un solo cura para confesar multitudes. El orden sacerdotal queda representado con dos ceremonias: la de ordenación diaconal y la de ordenación sacerdotal. Incluso como diácono, Kim recibe respeto de los fieles, que ya le reclaman sacramentos.

No vemos confirmaciones, pero de alguna manera su función queda expresada a través de los martirios: la sangre y las torturas son confirmación suficiente. Y, extrañamente, no hay ninguna ceremonia de bodas, pese a que se trata de una iglesia muy viva y con muchos jóvenes.

Había quien acusaba a Silencio, de Scorsese, de no recoger la "alegría de los mártires". Habría que ver cuánta de esa alegría son embellecimientos posteriores, añadidos de hagiografía. También depende del tipo de tortura. La fosa diseñada por los japoneses era una tortura especialmente cruel, larga y refinada. No se parece nada a compartir celda con amigos devotos, confortados por una muerte rápida al día siguiente. Pero en Nacimiento los fieles coreanos que esperan martirio siempre se apoyan en bromas, sonrisas y alivio, el de un viaje que termina.

5. Pequeños sermones

Cuando uno contempla por segunda vez la película, se fija en que se dejan caer pequeños sermones que van dirigidos a edificar al público atento, aunque muchos espectadores solo lo detectarán si es un tema de su interés. Uno es el del obispo Isbert, que se asombra ante  la comunidad viva, devota y pacífica en la que vive. "Ojala pudiéramos vivir así sin persecuciones", dice, como esperando que los espectadores tomen esa resolución.

Hay un par más, con Andrés hablando de que todos, incluyendo cada laico, aportan fuerza a la evangelización: "lo que yo hago puede hacerlo cualquier en este barco", dice. Y otro sobre el sentido del martirio. Con tantos mártires, hay que dejar margen para los que no son martirizados, o no pueden recibirlo con alegría: también ellos pueden construir la iglesia. Este es el tema central de Silencio (tanto la película de Scorsese como la novela de Endo), pero en Nacimiento se refleja en una breve reflexión.

Los tres jóvenes seminaristas coreanos clandestinos reciben instrucciones para emprender su viaje.

6. Sigues confundiendo personajes

Uno se pregunta si en un segundo visionado distinguiremos mejor a los personajes coreanos, y la realidad es que el espectador seguirá confundiendo funcionarios, campesinos, evangelizadores y hasta seminaristas. Si la edad y el traje es similar, es inevitable confundirlos. Como el protagonismo es colectivo, del pueblo, no importa mucho, pero a veces el espectador desespera: "¿pero a esta coreano no le habían matado ya antes?" El segundo visionado ayuda solo un poco (la chica de la taberna y la jinete a caballo con capucha de pieles son la misma persona).

7. Se entiende mejor la trama marítima

La película se esfuerza con mapas y descripciones en explicar la situación marítima de Corea, puesto que está prohibido navegar entre China y Corea, pero buena parte del filme son escenas marítimas y naufragios, por no decir contrabando (y no sólo de curas).

El segundo visionado permite entenderlo mejor, con sus matices. Por ejemplo, Kim y su equipo naufragado no pueden volver a cualquier costa: tanto en la china como en la coreana les matarían o por navegación prohibida o por cristianos. Necesitan que les lleven específicamente a Shanghai, donde los que mandan son los ingleses, y no serán ejecutados. Además, eso nos permite ver el patriotismo de Andrés Kim, que intenta convencer al gobernador inglés de que invadir Corea no sería conveniente ni fácil, y le permite presumir de su francés e inglés.

La película es larga, pero en segundo visionado no se siente "más larga": su gran belleza plástica y la fuerza que mueve a los personajes (Dios y el celo por las almas para los cristianos, la voluntad de control férreo para los funcionarios) la mantienen viva. Además, si en todas las películas de mártires el mártir es otro Cristo y repite las fases de la Pasión (juicios, populacho, traición, encarcelamiento, etc...), un segundo visionado lo confirma también aquí. Cuando los funcionarios, a coro y cayendo rostro en tierra, en perfecta sincronía, gritan "Majestad, firme nuestra petición" (para ejecutar al sacerdote), no son sino otra versión del "¡crucifícalo!" y del "no tenemos más rey que el César".

Estas son cosas que uno va descubriendo a medida que profundiza en una película que va a ser un clásico del cine histórico, religioso y hasta vocacional.

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