Dado que, en esta columna, sostendré que no es justo asociar la figura y la obra de Enrique Shaw con el liberalismo económico, y que, como puede apreciarse, se trata de un asunto importante, es necesario establecer bien qué entendemos por cada cosa.
En este sentido, un tema central para comparar el pensamiento de Enrique Shaw con el liberalismo económico es el de la empresa.
En primer lugar, respecto de la concepción de la empresa que tiene Enrique Shaw hay dos trabajos de referencia obligada: La misión de los dirigentes de empresa (conferencia en las Jornadas de Estudios sobre Problemas Humanos de la Empresa organizadas por la Asociación de Profesionales de la Acción Católica Argentina en Mendoza, el 17 de agosto de 1958) y La empresa, su naturaleza, sus objetivos y el desarrollo (una colaboración presentada por él y por Carlos Domínguez Casanueva al XI Congreso Mundial de la Unión Internacional de Asociaciones Patronales Cristianas entre el 27 y el 30 de septiembre de 1961 en Santiago de Chile). Destacaré algunas ideas presentes en ambos trabajos.
Enrique Shaw sostiene que tres son los deberes que corresponde ser destacados respecto de los empresarios: servicio, progreso y ascensión humana. Estos deberes son ejercidos en dos planos: dentro de la empresa y en la sociedad en que vivimos. “Convergen en la empresa todas las clases de la sociedad para unirse en la común condición de trabajador. Cada persona desempeña una función útil: el concepto de clase social se desvanece frente al de función social”, afirma Enrique Shaw. Agrega más adelante: “Debemos trabajar por la elevación del hombre: somos los responsables de la ascensión humana de nuestro personal, sin trabar por eso, de ninguna manera, su legítima iniciativa y su necesaria responsabilidad”. Teniendo en cuenta estas afirmaciones, se concluye que “la empresa, además de ser una célula viva de la vida económica, debe ser una comunidad de vida”.
Frente a la concepción corriente de la empresa, inspirada en el liberalismo, que Enrique Shaw sintetiza como “individualismo puro; materialismo; relaciones sociales fundadas solamente en la búsqueda de un beneficio y reducidas exclusivamente a planteos de derechos y obligaciones” y de la cual se sigue que “la tensión social resultante es una tensión de oposición”, él ofrece una recta concepción de la empresa señalando, en primer lugar, que es cierto que ella es un realidad económica, pero también es una realidad humana y jurídica. Siguiendo a otros autores, Enrique Shaw señala que “la empresa no debe ser considerada como integrada solamente por los propietarios de los medios de producción sino como unidad de producción, en la que los elementos que la integran (aportadores de trabajo y aportadores de capital) se vinculan entre sí mediante sus diversos aportes y donde el respeto mutuo debe estar asegurado por la estructura misma de la empresa”.
En segundo lugar, corresponde una caracterización del liberalismo económico (una de las caras del liberalismo, si bien no es la principal teniendo en cuenta la cultural y la política). Para hacerlo en general, se podría recurrir a encíclicas como la Rerum novarum de León XIII y la Quadragesimo Anno de Pío XI. Además, podrían señalarse los numerosos pronunciamientos de Pío XII en materia socialeconómica y la carta encíclica Mater et Magistra de San Juan XXIII.
En cuanto a la empresa según el liberalismo económico, ayuda la presentación que hace Carmelo E. Palumbo en su clásica Guía para un estudio sistemático de la Doctrina Social de la Iglesia: “Características según este tipo de empresa [liberal]: primero, sobreestimula al empresario con el afán de lucro indefinido, conduciéndolo a la avaricia; segundo, este afán de lucro desmedido se lleva adelante en desmedro, en muchos casos, de los derechos del prójimo y de la sociedad; tercero, el individualismo y la autosuficiencia caracterizan la psicología de estos empresarios; cuarto, la empresa es un conjunto de factores objetivos que solamente son mensurables según el rendimiento de cada uno de ellos; no cuentan los valores humanos y sociales; quinto, el salario es considerado como mercancía y el obrero como un «factor objetivo» de producción; sexto, es alentado por la prédica desde Adam Smith y Friedman, que sostiene que el «egoísmo personal» es el motor de la economía; la empresa, por tanto, si va bien se debe exclusivamente a la voluntad individual del empresario y no al conjunto y colaboración de los agentes que la componen”.
De lo dicho arriba se sigue, entonces, que asociar la figura y la obra de Enrique Shaw al liberalismo económico no es correcto. Sí resulta justo vincularlo, por cierto, con la enseñanza social que afirma la licitud de un capitalismo como “un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía” (San Juan Pablo II, carta encíclica Centesimus annus, 42). Si los empresarios adoptaran el pensamiento y siguieran el ejemplo de Enrique Shaw, en el mismo sentido de lo ya dicho, “otro sería el cantar” de la vida social, por decirlo con una expresión bien argentina.