Les confieso que no he querido ver las imágenes del derribo de la cruz de Aguilar de la Frontera. Cuando los informativos mostraban al operario empuñando la radial y aproximándose a la base, cambiaba de canal. Seguramente es porque tengo eso que la Constitución denomina «sentimientos religiosos» y que se supone que están reconocidos y custodiados en España. Veo que no es así.
Ha sido también desolador ver la cruz tirada de cualquier manera en una escombrera, como si fuese una lavadora inservible o un colchón viejo. Las carmelitas descalzas de la localidad, «consternadas y muy dolidas por la afrenta hecha a Dios Nuestro Señor», pidieron que les entregaran la cruz, que ellas se ocuparían. La alcaldesa comunista del municipio cordobés se lo negó. ¿Hay algo más peligroso que unas monjas contemplativas que rezan y honran al Señor? No, no lo hay. Y el Diablo lo sabe bien. Así que las pobres religiosas se tuvieron que conformar con recoger, a modo de reliquia, los pocos cascotes que quedaron esparcidos por el suelo.
¿Ustedes saben lo que es una «cruz franquista»? Porque yo no lo sé. Y la he visto mencionada continuamente en los medios de comunicación en estos días pasados. Conozco la cruz griega, la latina, la gamada, la de San Andrés, la de Borgoña, la de Calatrava, la flordelisada, la de Malta y la celta. Por poner sólo unos ejemplos. Ahora he descubierto que, cuando algunos se refieren a la «cruz franquista», en su imaginario se dibuja la cruz latina de toda la vida.
Porque basta con afirmar que tal o cual símbolo «es franquista» para que a los izquierdistas talibanes les entre un deseo irrefrenable de destruir. Y ya saben aquello que escribió Alejandro Dumas después de contemplar cómo las turbas saqueaban y destruían el mausoleo real de Saint-Denis durante la Revolución Francesa, llevándose por delante doce siglos de historia de Francia: «El orgullo de los que no pueden edificar es destruir».
Lo que pasa es que el odio no es una sed que se mitigue fácilmente, sino que, al igual que cuando se bebe agua de mar y aumenta la sed, el odio llama a más odio. El Gobierno ya ha advertido al ayuntamiento de Cáceres de que está obligado a retirar la cruz de los Caídos de la localidad porque, ya saben, «es franquista» (lo que viene siendo una cruz latina de toda la vida, vaya). Y la vicepresidenta Calvo ha señalado ya también a la imponente cruz del Valle de los Caídos, que es, sin duda, la mayor ambición y objetivo de los izquierdistas talibanes.
No sé a ustedes, pero a mí no me sorprende. En el credo izquierdista viene recogido, como principal dogma y mandamiento, el odio a todo lo que recuerde a Cristo y su Evangelio. Porque no olviden que la ideología que nace con Marx y Engels no es sino una herejía, la última de las herejías, la herejía sin Dios. Por eso es normal que ellos busquen barrer de la faz de la tierra el nombre de Cristo .
Lo que me preocupa más es la actitud de cobardía, indecisión, timidez, tibieza, indiferencia o temor de muchos de los que se dicen cristianos. ¡Qué silencio ha habido, en general, en muchos pastores de la Iglesia! El obispo de Córdoba -diócesis a la que pertenece Aguilar de la Frontera- es de los pocos que ha condenado el acto. ¿Es que esa cruz sólo incumbe a los cordobeses? A ver si ahora, además de «franquista», va a resultar que también es una cruz «cordobesa» que sólo importa dentro de los límites de esa diócesis.
Cuántos curas y monjas tuiteros, instagramers y tiktokers, que igual te hacen un bailecito que te dan un consejo buenista, no han sido capaces de condenar este agravio a la Cruz. ¡Condenar! Esa es una palabra que les aterroriza y de la que huyen, no vayan a perder un puñado de followers. Lo suyo es el buen rollo, el tender puentes, suavizar el mensaje, poner buena cara, ser simpáticos y hablar suavecito, porque ellos no son como los curas de antes.
Si ante las profanaciones de la Cruz los cristianos apenas reaccionamos, ¿ante qué lo haremos? Lamentablemente parece que, a algunos, la única cruz que les interesa y por la que están dispuestos a dar la cara es la de la Renta.
Publicado en Actuall.
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