Han pasado tres semanas desde las terribles inundaciones que tuvieron lugar en Valencia (España) y en algunos otros puntos de la península. Fuertes lluvias que inundaron por completo comarcas del sur valenciano. Se retoman las actividades ordinarias y se empieza a normalizar el ritmo diario de la vida, aunque es verdad que aún falta mucho por hacer; mucho que limpiar, arreglar, reparar, reconstruir. Una situación así, que se ha llevado por delante la vida de más de doscientas personas, y que ha anegado muchas viviendas, negocios, locales… no se soluciona de la noche a la mañana, pero volvemos un poco a cierta normalidad.

El paso del tiempo, y esta “cierta normalidad” facilitan la reflexión sobre esta catástrofe natural, y nos ayudan a sacar algunas lecciones. El análisis político y las consecuencias científicas y técnicas las dejo para los analistas y científicos expertos en estos temas; yo me limito a una reflexión humana y cristiana de las últimas semanas.

Lo primero que resulta evidente es que el hombre es un ser social, un “animal político”, en palabras de Platón. No político en el sentido actual y más frecuente del término (militante o simpatizante de un partido político), sino como ser que vive en una polis, en una ciudad, y que no puede vivir al margen de la polis. Lo que le pasa al otro me influye a mí, me preocupa, me interesa, me afecta. Han sido numerosos los voluntarios que generosamente han dado su tiempo, su dinero, su colaboración. Y cada uno quería ayudar aportando sus capacidades, aquello en lo que “es bueno”.

No somos islas, aunque seamos individuos. El universo de Leibniz, poblado por mónadas aisladas, no funciona. Una mónada, que no una monada, es un ser completo en sí mismo, que no necesita de los demás y al que no le influyen los demás. Un ser profundamente egoísta, cerrado en sí mismo.

En nuestra sociedad parece que crece y se multiplica la soledad. Aumenta el número de solteros, solteros que eligen libremente la soltería y solteros que se ven abocados a ella. Pero unos y otros sólo llegan a la felicidad cuando viven en relación con los demás, como una pieza que actúa y recibe las actuaciones de los demás. Y muchos de estos voluntarios, solteros de momento o pensando en mantenerse así mucho tiempo “han necesitado” irse a ayudar a los demás, a aportar su pequeño grano de arena en la vida de los otros. Con frecuencia pensamos en nuestra libertad como algo que se centra en nuestra propia realización, pero cuando llegan los momentos duros miramos al otro y queremos que el otro nos mire.

Creo que tanto Hobbes como Freud se equivocaron profundamente al proclamar, sin más, que el hombre es un lobo para el hombre (homo homini lupus). Y ante una catástrofe natural como esta, que pone a prueba los cimientos de tantas personas, la respuesta positiva y generosa es abrumadora.

Llama la atención, sin embargo, algunas respuestas tan contrarias a esta generosidad: personas que aprovechan esta desgracia para arrasar lo poco que queda en las casas y negocios llenos de agua y lodo. Personas que aprovechan esta dura situación para robar y arrasar lo poco que el agua no ha destruido. El mal, el egoísmo, la debilidad moral del hombre, también se muestra en estas situaciones extremas. Nos guste o no, el mal existe.

La palabra “pecado" tiene muy mala prensa en nuestra sociedad, donde todos somos buenos, amantes de la paz, y vivimos en el ideal de la bondad natural. Cambiemos la palabra pecado por mal, egoísmo, y lo vemos pululando por los pueblos damnificados de Valencia. Detrás de este mal, hay un Mal, un Maligno, un ser que se rebeló contra Dios y nos empuja al mal y al egoísmo. Chesterton decía, y con mucha razón, que el pecado original, la tendencia del hombre al mal, es el dogma más obvio, incluso para los ateos o poco creyentes.

Ante una catástrofe natural tan grande podemos ver ejemplificado el pasaje evangélico del trigo y la cizaña. Ambos crecen en el mundo, el bien y el mal, la generosidad y el egoísmo. Pero ambos crecen también en el mundo formado por cada individuo, por cada uno de nosotros. En nuestro corazón luchan el bien y el mal. Somos buenos, porque Dios nos ha creado, pero a la vez el Maligno quiere manchar de negro nuestro corazón empujarnos por la pendiente del egoísmo, del mal, del pecado.