El mundo entero vive una conmoción inesperada que va más allá del dolor de la muerte y la postración causadas por la pandemia de Covid-19. El desconcierto y la confusión parecen adueñarse de todos los órdenes: en la política y en el mundo, en la educación y en la economía -con una grave depresión en ciernes-, en la transmisión de la información. Al mismo tiempo, una dictadura ideológica cada vez menos sutil empieza a marginar y agredir la vida de la fe mediante instrumentos legales cada vez más coercitivos.
Ante esta situación, Religión en Libertad lanza una campaña en la que personalidades católicas relevantes pedirán a Jesucristo, a la Santísima Virgen o a los santos de su elección que nos protejan de estos males y nos ayuden a ponerles fin para que el mundo cumpla la finalidad para la que fue creado: dar gloria a Dios, en vez de arrebatársela.
El primero en impulsar esta campaña es el periodista Miguel Ángel Velasco, quien precede su oración a la Virgen del Pilar con un artículo sobre la misericordia de Dios como fundamento de nuestra esperanza.
Miguel Ángel Velasco, Premio ReL Especial del Año en 2019, fue corresponsal en Roma del diario Ya y director de Alfa y Omega, entre otros hitos de una larga carrera periodística en el ámbito católico.
La ternura de Dios
“Poco después don Camilo fue a cerrar la puerta y a saludar al Cristo del altar mayor. "Jesús", dijo, "¡a esta gente no hay quien la entienda…!" "Yo sí, don Camilo", respondió con una sonrisa el Cristo crucificado… (Giovanni Guareschi)
Más que acostumbrados, como últimamente estamos, a urgencias superurgentísimas, puede que ni siquiera nos estemos enterando de qué es lo real y verdaderamente urgente. Puede que, como he oído o leído recientemente, tengamos tanto miedo a la muerte porque se nos esta olvidando creer en la Vida, en Quien es la Vida, y el Camino, y la Verdad. Más que hartos, como últimamente estamos, de virus letales, puede que, a pesar de todo, todavía no hayamos caído en la cuenta de cuál es el virus más letal que está atacando a la Humanidad, desde hace ya bastante tiempo. Para no quedarnos en abstracciones, como Humanidad, bajemos a nuestras urgencias inaplazables de andar por casa, a esta querida y desnortada España nuestra de nuestros días, cuya radiografía más exacta tal vez esté en que, para “desescalar” –ni siquiera son capaces de llamar a las cosas por su nombre, con lo sencillo que es “apertura”- lo primero que abren son los bares y las terrazas, en vez de las iglesias, las universidades, las escuelas y los laboratorios.
El virus más atroz, mortífero y contagioso es el del qué más da, el del todo vale, el del relativismo, del pasotismo, de la desesperanza y de la consiguiente depresión; el virus de la falta de reacción crítica ante el ataque inmisericorde a la verdad y a la libertad de nuestras conciencias, y ante la falta de respeto a principios y convicciones inamovibles, de permanente trascendencia, de pura ley natural, por parte de unos cuantos listillos de fuera, a los que se les deja hacer impunemente, y de muchos más tontos útiles de dentro, lobos disfrazados de corderos, reductos de hipocresía pura, de doblez infame, insoportable, deletérea.
“A esta gente no hay quien la entienda”, se cabreaba aquel buen cura de pueblo que era el don Camilo de Giovannino Guareschi, y el Señor, pacientemente, desde su Cruz, le respondía; “Yo sí, don Camilo, yo sí…” Y podía haber añadido: “Los que no me entienden, o no quieren entenderme, son ellos a Mí.”
Don Camilo, el personaje de las novelas Guareschi interpretado en su versión cinematográfica por Fernandel.
Pero ¿qué es lo que nos tiene que pasar para que reaccionemos: un millón de muertos otra vez? Durante esta maldita pandemia, los españoles hemos dado la nota y nos han obligado a hacer el ridículo más escandaloso e imperdonable ante el mundo entero, con decenas de miles de personas -cargadas además de merecimientos en la vida, por su edad- muertos en espantosa soledad y sin sus seres queridos al lado para poder despedirles, y, por si fuera poca indignidad, reducidos miserablemente a números de una estadística, y metidos medio a escondidas en ataúdes, con nocturnidad y alevosía. Se me ha ocurrido que sólo hay una cosa que puede hacernos reaccionar, que puede ser el antídoto insuperable contra el virus moral que nos atenaza: recurrir al Señor, rezar, rezar, rezar, pedir, pedir, pedir perdón y ayuda, echarnos de cabeza en brazos de Nuestro Señor y suplicarle que nos eche una mano, y no sé si con una Le bastará…
Frente al virus moral que nos ahoga la única UVI eficaz que nunca falla es el Sagrario donde vive la Vida, el eterno confinado.
He pensado que se hace cada vez más urgente e imprescindible sumergirse en la ternura de Dios, apelar a ella. Ya hemos podido ver, a lo largo de estos meses, muestras de lo peor y de lo mejor de nosotros mismos. Lo mejor ha tenido que ver siempre con la ternura de Dios, y como ha dicho estos días Rémi Brague, “la Iglesia no está sólo para bendecir coches fúnebres”; y mucho menos a escondidas, habría añadido, de haber conocido cómo se han perpetrado aquí las cosas.
Me parece inaplazable, pues, una larga, serena y prolongada oración de urgencia por España; al menos, hasta que entendamos que libertad no es que nos dejen en paz, sino libre acceso al bien. Menos mal que el malestar, como he leído también estos días, empieza a ser católico, es decir, universal y que arrecia el viento pentecostal de cuantos no soportan a los silentes cobardes, disfrazados de prudentes, que remolonean y escarban en el ruedo nacional.
Menos mal que hasta el New York Times tiene que titular que “el cristianismo se vuelve raro”, porque constata que cada vez más jóvenes están hasta las narices de tanta cesión, de tanto compadreo, de tanto mercenario de todo a cien, de tanta complicidad absurda y borreguil. Dicen que es raro lo que no entienden o no quieren entender. A los jóvenes, que comienzan a dejarse de “postureos”, sólo les falta decidirse ya a leer a Quevedo y a Cervantes, a san Agustín, a Santo Tomás de Aquino, a Santa Teresa, a San Ignacio, a San Juan de la Cruz… Tiene que salir de ellos, porque como estén esperando a que se lo enseñen, van listos…
Es muy de agradecer que Religión en Libertad contrarreste lo que Juan Manuel de Prada acaba de definir perfectamente como “letrinas de Internet” y se enriquezca utilizando la red como es debido y como sabe hacer abriendo sus páginas y su corazón, sin prisa pero sin pausa -hay mucho que rezar, y muchos españoles santos a los que pedir recomendación e intercesión-, con una sección de oración urgente por esta España.
Además de confesarnos y de comulgar -y ya no sólo virtualmente, que eso es una especie de quiero y no puedo-, hay muchos poemas que recordar, muchas esculturas y cuadros que admirar, mucha música española que escuchar, mucha historia que repasar, si de verdad queremos empezar a recuperar nuestra propia identidad religiosa, cultural, social, misionera, evangelizadora, esa identidad que nos hizo ser alguien en la historia del mundo, en vez de sumirnos en tanta cutrez y bazofia, camuflada de cultura y de civilización, como la que nos asfixia, día tras día. Tanta basura solo se puede limpiar con la urgente y constante oración de cada día por España.
No le den mas vueltas, desengáñense: no hay otra solución que dejarse querer, de una vez, por Dios, acoger su ternura de padre, -no decimos “Padre mío, sino Padre nuestro”- pedirle una brizna de esperanza, escribirle un e-mail, un sms y un whatsapp de emergencia, cada amanecer. Como lo que somos, -¡qué maravilla de palabra castellana!-, como “pordioseros”.
Oración de urgencia por España
A nuestra Madre y Patrona, la Virgen del Pilar:
¡Dios te salve, Reina y madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra!
Esta España, “tierra de María”, tu tierra, está perdiendo el rumbo; nos lo están haciendo perder, y no hacemos nada por tratar de volver a lo mejor de nosotros mismos.
Tú, que eres estrella de la mañana, vuelve a ser nuestra brújula, y guíanos; ayúdanos a que, como los sirvientes en aquella boda de Caná de Galilea, seamos capaces de hacer lo que Él nos diga.
No es algo nuevo para ti, Madre querida. En los inicios de nuestra historia como pueblo, ya quisiste llegar hasta nosotros que -sin brújula también entonces- no escuchábamos al apóstol Santiago, que nos traía la mejor Noticia, la Noticia de nuestra salvación eterna.
“Luz hermosa, claro día: este pueblo que te adora, de tu amor favor implora, abrazado a tu Pilar”, te cantamos.
A lo largo de nuestra historia, tu Pilar nos ha sostenido en los momentos más difíciles, y hemos sabido sembrar nuestra geografía de sencillas ermitas y de grandiosas catedrales dedicadas a tu nombre. Te hemos invocado salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos; pero, sobre todo, Madre y esperanza nuestra.
Decenas de miles de los nuestros, hijos tuyos, han sucumbido y sucumben hoy a la irresponsabilidad e improvisación frente al virus apestoso; decenas de miles de nuestras familias sufren y lloran la pérdida de sus seres queridos. Acógelos Tú, Madre, y enséñanos tu fortaleza, tu serenidad, tu fe, tu seguridad, la entereza de tu ternura.
Acuérdate de que jamás se ha oído decir que ninguno de los que se han acogido a tu protección haya sido abandonado. Nunca has apartado tu amorosa sonrisa y tu mirada maternal de nosotros. Nos urge más que nunca tu poderosa protección, en esta hora de prueba. Haznos entender que nada cambiará, si no cambiamos cada uno de nosotros.
Señora y abogada nuestra: vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.