"Emprender nuevos caminos, cambiar lenguajes y ajustar fórmulas pastorales" son tres aspectos que han estado presentes a lo largo de la primera homilía de José Cobo como arzobispo de Madrid pronunciada este 8 de julio en la catedral de Santa María de la Almudena.

La misa, celebrada en una catedral abarrotada de fieles y asistentes, fue concelebrada por el nuncio apostólico Bernardito Auza y contó con la presencia de 350 sacerdotes y más de 60 obispos, destacando los eméritos de Madrid, Carlos Osoro y Rouco Varela o los auxiliares de la diócesis, Martínez Camino y Vidal Chamorro. No faltaron autoridades madrileñas, como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; el alcalde José Luis Martínez-Almeida y el delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín Aguirre.

El nuevo arzobispo comenzó destacando la necesidad de que la Iglesia, "siempre y en cada momento" emprenda "nuevos caminos para considerar su adhesión a Cristoy ser levadura en medio de la masa para anunciar que el reino de Dios está entre nosotros".

Refiriéndose al Evangelio de este 8 de julio -"el vino nuevo se echa en odres nuevos"-, Cobo hizo suya la labor de "cambiar lenguajes y ajustar fórmulas pastorales a este momento" al afirmar que "no vale lo de siempre".

"El cambio de época lo reclama para anunciar la fascinación del Evangelio a una ciudad y a unos pueblos y unas gentes sedientas de Él", agregó.

Cohesión entre bautizados, entendimiento con los diferentes

Para hacerlo "con coherencia y sin atajos", el nuevo arzobispo invitó primero a "profundizar, celebrar y centrarse" en la condición de bautizados, que "identifica a todos" y "entrega una misión especial en la Iglesia a cada uno y cada una". "Contemplar nuestro bautismo será nuestro eje", subrayó.

Otro de los puntos sobre los que Cobo desarrollará su ministerio y que ya anunció en su nombramiento el 12 de junio es la "integración" frente al ser "parcelarios", "aprendiendo a empastar las diferencias".

En este sentido, destacó la importancia de recuperar "el amor primero" que recibe la Iglesia "no por lo que queremos que sea, sino por lo que es. Amarla desde dentro, sabiendo que su barro es nuestro barro y que su luz es la del Espíritu. Si no despertamos este enamoramiento y esta pasión, nuestro testimonio cristiano será un aburrido eco de nosotros mismos".

Anticipaba así otro de los focos que parece que guiarán su periodo como arzobispo, "dialogar y entendernos también con los que ven las cosas de manera diferente". Solo así, agregó, será posible "discernir lo que el Espíritu dice a la Iglesia de Madrid", cuyo futuro no estará marcado "por grandes números, sino por el testimonio concreto de sus comunidades cristianas".

Una Iglesia "con los descartados" y "en vanguardia"

El obispo incidió en que la voz conjunta de la Iglesia que él representará en la Archidiócesis de Madrid "no será la de tener razón en todo". Tampoco "presumir del poder de los números, ni mucho menos identificarnos con una ideología política", "aspirar al monopolio del poder" , "añorar el pasado, multiplicar condenas o lanzar reproches".

Frente a ello, propuso el modelo de "caminar al ritmo ágil y libre de Jesús", que se materializa en la atención a los "descartados". O lo que es lo mismo, los marcados por "las migraciones, la desigualdad, la soledad, la violencia y el sinsentido, los pobres o los cautivos… Sin su inclusión social y eclesial, la alegría del Evangelio sería un imposible".

En último término, el arzobispo se dirigió a las autoridades madrileñas para ofrecer la búsqueda conjunta del "bien común" y de la "cultura del encuentro", advirtiendo que la Iglesia de Madrid no estará "en los vagones de cola".

"El Evangelio es una potentísima locomotora capaz de ir en vanguardia aportando trascendencia, valores y una concepción del ser humano que nos ayuda a ser más felices, sabiendo que somos regalo de Dios con una doble nacionalidad: peregrinos en la tierra y convocados a ser ciudadanos del cielo", finalizó.