Este miércoles fueron enterrados en South Bend (Indiana) los restos de los 2411 niños abortados cuyos cuerpos conservaba en su domicilio el médico que los mataba, Ulrich Klopfer, y que se descubrieron el pasado 12 de septiembre a raíz de su fallecimiento. Se da la coincidencia de que justo en estos días está destacando como aspirante a la nominación demócrata en la carrera presidencial estadounidense el que fue hasta hace pocas semanas alcalde de South Bend, Pete Buttigieg, gay activo y partidario, como todos los rivales con quienes contiende, del aborto hasta el momento antes del nacimiento.
El entierro tuvo lugar en el cementerio Southlawn por orden del fiscal general de Indiana, Curtis Hill, una vez finalizadas las investigaciones. Klopfer era un abortero muy conocido, responsable de decenas de miles de muertes, pero se desconocía que conservara buena parte de los fetos. Serena Dyksen, quien tras ser violada y quedar embarazada abortó en su consulta y se arrepintió luego de ello, consideró una "tercera" violación conocer que había guardado "como trofeo" a su hijo.
Se desconoce la razón por la que Klopfer conservaba a sus víctimas, 2246 halladas en su casa cuando murió, y 165 algunas semanas después en un vehículo aparcado en un terreno de su propiedad. A raíz del caso, se supo que un activista provida que se había manifestado muchas veces ante su abortorio llegó a verse varias veces con él, dos de ellas con un sacerdote, y que parecía tener ciertos remordimientos por sus actos.
Un momento del servicio memorial rendido a los 2411 niños muertos.
Al entierro asistió Frank Pavone, de Sacerdotes por la Vida, quien, según recoge LifeNews, afirmó que lo sucedido en South Bend "nos recuerda que el aborto no va de conceptos, debates abstractos o simples creencias, sino sobre víctimas reales, derramamientos de sangre reales, cuerpos reales. No le hacemos funerales a las ideas o a las cosas. Le hacemos funerales a las personas".
Por su parte, Eric Scheidler, director ejecutivo de Pro-Life Action League, hizo la reflexión de que, de no haber sido abortados, esos 2411 niños "estarían terminando el colegio, o entrando en la universidad, o empezando su carrera profesional, o haciendo planes de futuro. En cambio, están enterrados, desconocidos y sin nombre. Éste es el único acto de justicia que podemos ofrecerles".
El caso del doctor Klopfer recuerda al de otro abortero, Kermit Gosnell, el mayor asesino en serie de la historia de Estados Unidos, quien mató directamente a decenas de niños que sobrevivían a sus abortos tardíos y cumple prisión tras ser condenado en 2013 por el asesinato de tres de ellos y por la muerte de una mujer que requirió sus servicios.
El 12 de octubre de 2018 se estrenó la película Gosnell, que recoge la historia del juicio, que los medios sistémicos silenciaron hasta extremos insólitos. El film recibió un duro boicot, a pesar de lo cual pudo ser estrenado en 750 salas, incluso en la Casa Blanca. Y aunque no es una película directamente contra el aborto, y podría pasar como una denuncia de un caso excepcional, sí fue valorada por los grupos provida por su "potencial para hacer pensar" sobre él. Sobre todo, por la escena en la que una abortera llamada como testigo de la defensa para explicar que lo que hacía Gosnell se hace en cualquier abortorio y es legal, se ve forzada por la acusación a describir un procedimiento usual de aborto. "En términos de transmitir al corazón la injusticia del aborto en sí mismo, esta escena es el momento más potente de la película", subrayó John Waters.