El arzobispo Carlo Maria Viganò, exnuncio en Estados Unidos y anteriormente un alto cargo en la Santa Sede y actualmente sin destino, ha escrito una carta al presidente de EEUU Donald Trump a raíz de la oleada de disturbios que se están produciendo en el país y en todo el mundo tras la muerte de una personas de raza negra durante una detención policial.
La carta –publicada en LifeSiteNews, va más allá de los hechos para centrarse en los hijos de la luz y los de la oscuridad, y la ofensiva de estos últimos en todos los ámbitos tanto de la política, la sociedad, los medios de comunicación y hasta de la propia Iglesia.
En la carta enviada al presidente de EEUU, Viganò le explica a Trump que "en un lado están aquellos a quienes, aunque llenos de defectos y debilidades, les mueve el deseo de hacer el bien, de ser honrados, de educar a una familia, de trabajar duro, contribuir a la prosperidad de su patria, ayudar a los necesitados y, obedeciendo a la Ley de Dios, merecer el Reino de los Cielos. En el otro lado están quienes se sirven a sí mismos, carecen de principios morales, quieren destruir la familia y la nación, explotar a los trabajadores para enriquecerse injustamente, fomentar las divisiones internas y las guerras, y acumular poder y dinero: a ellos, la ilusión falaz de un bienestar temporal les conducirá un día –si no se arrepienten- al destino terrible que les aguarda, lejos de Dios, en la condenación eterna.
Estos poderes ocultos de todos estos ámbitos, incluso en la Iglesia –asegura el arzobispo-"están al servicio del “deep state”, del globalismo, del pensamiento único, del Nuevo Orden Mundial al que invocan cada vez con mayor frecuencia en nombre de una fraternidad universal que no tiene nada de cristiano, sino que evoca los ideales masónicos de quienes pretenden dominar el mundo expulsando a Dios de los tribunales, de las escuelas, de las familias, quizá incluso de las iglesias".
Esta es la carta íntegra de Carlo Maria Viganò a Donald Trump:
Señor presidente:
En los últimos meses hemos sido testigos de la formación de dos bandos opuestos que denominaría “bíblicos”: los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Los hijos de la luz constituyen la parte más visible de la humanidad, mientras que los hijos de las tinieblas representan una absoluta minoría. Y, sin embargo, aquéllos son objeto de una especie de discriminación que los coloca en una situación de inferioridad moral respecto a sus adversarios, que gozan de posiciones estratégicas en el gobierno, en la política, en la economía y en los medios. De forma aparentemente inexplicable, los buenos están supeditados a los malos y a quienes son sus cómplices por interés o por temor.
Estos dos bandos, de naturaleza “bíblica”, responden a la clara separación entre la descendencia de la Mujer y la descendencia de la Serpiente. En un lado están aquellos que, aunque llenos de defectos y debilidades, se mueven por el deseo de hacer el bien, de ser honrados, de formar una familia, de trabajar duro, de contribuir a la prosperidad de su patria, de ayudar a los necesitados y, obedeciendo a la Ley de Dios, de merecer el Reino de los Cielos. En el otro lado están quienes se sirven a sí mismos, carecen de principios morales, quieren destruir la familia y la nación, explotar a los trabajadores para enriquecerse injustamente, fomentar las divisiones internas y las guerras y acumular poder y dinero: a ellos, la ilusión falaz de un bienestar temporal les conducirá un día –si no se arrepienten- al destino terrible que les aguarda, lejos de Dios, en la condenación eterna.
Estas dos realidades opuestas, Sr. Presidente, coexisten en la sociedad como enemigos a perpetuidad, del mismo modo que Dios y Satanás son enemigos a perpetuidad. Y da la impresión de que los hijos de las tinieblas –a quienes podemos identificar sin dificultad como el deep state al que usted sabiamente combate y que se ha lanzado en estos días a una guerra brutal contra usted- han decidido "mostrar sus cartas", revelando ahora sus planes. Parecen estar tan seguros de que ya lo tienen todo bajo control que han abandonado esa cautela con la que hasta ahora ocultaban, al menos parcialmente, sus verdaderas intenciones. Las investigaciones ya en curso desvelarán la verdadera responsabilidad de quienes manejaron la emergencia de la Covid no solo en el área sanitaria sino también en la política, la economía y los medios. Descubriremos probablemente que en esta colosal operación de ingeniería social hay personas que han decidido el destino de la humanidad arrogándose el derecho a actuar contra la voluntad de los ciudadanos y de sus representantes en el gobierno de las naciones.
Descubriremos también que los disturbios de estos días estaban provocados por quienes, viendo que inevitablemente el virus se debilita y decae la alarma social por la pandemia, necesariamente tenían que provocar trastornos civiles para que a ellos siguiese una represión que, aunque legítima, podría condenarse como una agresión injustificada contra la población. Lo mismo está sucediendo en Europa, en perfecta sincronía. Es meridianamente claro que las protestas callejeras sirven a los propósitos de quienes buscan que en las próximas elecciones presidenciales resulte elegido alguien que asuma los objetivos del deep state y los encarne fielmente y con convicción. No será una sorpresa si, dentro de pocos meses, descubrimos de nuevo que, ocultos tras estos actos de vandalismo y violencia, están aquellos que aspiran a sacar provecho de la disolución del orden social para construir un mundo sin libertad: Solve et Coagula, según enseña el lema masónico.
Aunque pueda parecer desconcertante, los mismos frentes opuestos que acabo de describir se encuentran también en círculos religiosos. Hay pastores fieles que cuidan del rebaño de Cristo, pero también hay mercenarios infieles que pretenden dispersar el rebaño y entregar a la oveja para que sea devorada por los lobos hambrientos. No es extraño que esos mercenarios sean aliados de los hijos de las tinieblas y odien a los hijos de la luz: al igual que existe un deep state, existe una deep church que traiciona sus obligaciones y abjura de sus compromisos con Dios. Es así como el Enemigo Invisible, contra el que luchan los buenos gobernantes en los asuntos públicos, también es combatido por los buenos pastores en la esfera eclesiástica. Es una batalla espiritual, a la que me he referido en mi reciente Llamamiento publicado el 8 de mayo.
Por primera vez, Estados Unidos tiene en usted un presidente que defiende valientemente el derecho a la vida, que no se avergüenza de denunciar la persecución de los cristianos en todo el mundo, que habla de Jesucristo y del derecho de los ciudadanos a la libertad de culto. Su participación en la Marcha por la Vida, y más recientemente su proclamación del mes de abril como el Mes Nacional de Prevención del Abuso Infantil, son acciones que confirman en qué bando desea usted luchar. Y me atrevo a creer que ambos libramos esta batalla en el mismo bando, aunque con diferentes armas.
Por este motivo, creo que el ataque del que usted ha sido objeto tras su visita al Santuario Nacional de San Juan Pablo II forma parte de un “relato” orquestado por los medios que no busca combatir el racismo y restaurar el orden social, sino agudizar las tensiones; no hacer justicia, sino legitimar la violencia y el crimen; no servir a la verdad, sino favorecer a una facción política. Y resulta desconcertante que haya obispos –como aquellos a quienes recientemente denuncié- que, con sus palabras, demuestran alinearse en el bando opuesto. Están al servicio del deep state, del globalismo, del pensamiento único, del Nuevo Orden Mundial al que invocan cada vez con mayor frecuencia en nombre de una fraternidad universal que no tiene nada de cristiano, sino que evoca los ideales masónicos de quienes pretenden dominar el mundo expulsando a Dios de los tribunales de las escuelas, de las familias, quizá incluso de las iglesias.
El pueblo estadounidense es maduro y ha comprendido ahora hasta qué punto los medios de comunicación sistémicos no quieren difundir la verdad, sino silenciarla y distorsionarla, difundiendo una mentira útil para los propósitos de sus amos. Sin embargo, es importante que los buenos –que son mayoría- despierten de su modorra y rechacen que una minoría de personas deshonestas las engañe con intenciones inconfesables. Es necesario que los buenos, los hijos de la luz, se unan y hagan que su voz se escuche. ¿Qué forma más eficaz de hacerlo, Sr. Presidente, que la oración, pidiendo a Dios que le proteja a usted, a los Estados Unidos y a toda la humanidad de este gran ataque del Enemigo? Ante el poder de la oración se derrumbarán los engaños de los hijos de las tinieblas, sus conjuras serán desveladas, sus traiciones sacadas a la luz, y su temible poder se reducirá a la nada, al ser iluminado y expuesto como lo que es: un engaño infernal.
Sr. Presidente, mi oración pide constantemente por la querida nación estadounidense, a la que tuve el privilegio y el honor de ser enviado por el Papa Benedicto XVI como nuncio apostólico. En esta hora decisiva y dramática para toda la humanidad, rezo por usted y también por todos los que le acompañan en el gobierno de Estados Unidos. Confío en que el pueblo estadounidense se una a usted y a mí en oración a Dios Todopoderoso.
Unidos contra el Enemigo Invisible de toda la humanidad, bendigo a usted y a la Primera Dama, a la querida nación estadounidense y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Traducción de Carmelo López-Arias.