La idea que ha llegado hasta nosotros sobre el Siglo de las Luces y la Ilustración es el de un momento de afirmación del humanismo que preparó la Revolución Francesa y la proclamación de los Derechos del Hombre.
En realidad fue al contrario, al menos en la intención de sus pensadores más característicos. Xavier Martin, historiador del Derecho y de las ideas políticas y profesor emérito de la Universidad de Angers, acaba de publicar un libro al respecto, L'homme rétréci par les Lumières [El hombre empequeñecido por las Luces]. En él estudia, como sintetiza el subtítulo, "la anatomía de una ilusión republicana", ilusión sobre la que se fundamenta la República Francesa, nada menos.
Marie-Pauline Deswarte comenta esta obra en Valeurs actuelles:
El Siglo de las Luces y la reducción del hombre
Analista incasable del Siglo de las Luces, Xavier Martin acaba de publicar un "opúsculo" -como dice él mismo- en el que recoge, de una manera esclarecedora, todo lo que su gran número de estudios ha aportado a la comprensión de un pensamiento que, hasta hoy, sigue siendo alabado unánimemente: el de la filosofía del Siglo de las Luces sobre la naturaleza humana.
La intención de este libro es ser "didáctico". Más breve que la docena de obras en las que el autor intenta desmontar la ilusión de un pensamiento considerado liberador del hombre, su análisis demuestra, de nuevo, gran solidez. Xavier Martin se asombra de que todas las pruebas, las citas y los razonamientos resultado de sus innumerables lecturas de los filósofos de las Luces -de las que pocos universitarios se pueden enorgullecer- no hayan conseguido hacer comprender al mundo intelectual actual hasta qué punto ese famoso espíritu de las Luces no era, en realidad, más que una "ilusión".
Una época de empequeñecimiento de la idea del hombre
En la época del transhumanismo y de su búsqueda del hombre perfeccionado, es urgente ver lo que nuestro ojos se niegan a ver, a saber: que lejos de exaltar el ser humano, las Luces, al contrario, lo empequeñecieron enormemente.
En la raíz de esta inversión encontramos la afirmación según la cual no existe ni especie, ni esencia, ni naturaleza humana. Solo existen los individuos. La consecuencia es que el ser humano ha salido enormemente "reducido". Analicemos a continuación los puntos fundamentales de esta reducción.
Animalidad
Esta reducción se manifiesta, ante todo, por la afirmación de una proximidad entre el hombre y el animal, de que nada los distingue. Desde el Barón de Holbach a Diderot, pasando por Voltaire, todos piensan que "no sabría ser humano lo que denominamos como tal". Por tanto, todos están dispuestos a negar su dignidad, su libertad y su inteligencia. Según ellos, la idea de un hombre creado a imagen de Dios, del que extrae toda su dignidad, es una imagen para "imbéciles".
"La cena de los filósofos" (1772-1773), de Jean Huber, que se conserva en la Fundación Voltaire de Oxford. En el centro de la escena, alzando el brazo, Voltaire. A la izquierda de Voltaire, el pintor, Diderot (en el extremo de la mesa) y Marmontel (en primer término, de medio lado). A la derecha de Voltaire, D'Alembert, La Harpe, Grimm y el padre Adam. Frente a Voltaire, de espaldas, probablemente Condorcet. Imagen: Enciclopedia Larousse.
Esta visión materialista lleva a una humanidad atrapada en la animalidad, sin libertad ni responsabilidad, desprovista de interioridad: el hombre es una máquina, el feto, una "pequeña máquina apenas organizada" (Voltaire); la vida interior depende de sensaciones más o menos complejas. Nada es innato. En definitiva, el hombre no es ni libre ni responsable, sino que es manipulable, influenciable y controlable. ¡Ya está! Las obras anteriores de Xavier Martin han demostrado ampliamente el mecanismo de esta apropiación del hombre por el hombre.
Desigualdad
El empequeñecimiento se manifiesta también por la introducción de una desigualdad entre los hombres. Estos filósofos, que rechazan las esencias, piensan que la inteligencia depende de la complejidad de las sensaciones. "Todo animal tiene ideas porque tiene sentidos", escribió Rousseau.
Esta opinión está tan compartida que Georges Gusdorf no teme afirmar: "Una de las preocupaciones principales de las Luces es determinar los criterios de la humanidad".
Así se menoscaba la unidad del género humano, puesto que ciertos humanos son más humanos que otros, los únicos dignos de este nombre. Es la élite a la que pertenecen los filósofos, los altos funcionarios del Estado, los déspotas ilustrados. Voltaire es muy elocuente sobre este tema. Diderot y Holbach no se quedan atrás en su idea de que solo algunos individuos "gozan realmente de la razón". Sus propuestas rezuman odio hacia "el hombre sin razón". Rousseau señala con el dedo al odio, y no dudará en calificar al siglo XVIII como "el siglo del odio".
Los infrahumanos: negros, mujeres, el pueblo
Completan esta galería de "reducidos" los que están por debajo de la humanización. Hay que admitir que su existencia manifiesta no un progreso, sino una regresión de la civilización. Y sin embargo, no se condena a estos filósofos, sino que se los alaba por haber defendido la unidad de la especie humana. Algún día habrá que tomar conciencia de esta paradoja.
Hay tres grupos que son rechazados "hasta la frontera de nuestra especie".
Empecemos por las personas de color. Tenemos, de nuevo, a Voltaire, hostil al monogenismo del Génesis [doctrina según la cual todos los seres humanos descienden de una única pareja, en contraposición al poligenismo], que no tiene palabras suficientemente groseras para burlarse de un hombre creado a imagen de Dios que presta al "Ser eterno" "una nariz negra y chata y poca o ninguna inteligencia".
Helvétius, principal divulgador de la antropología del Siglo de las Luces, no se queda atrás cuando estudia los "comportamientos del 'negro', del águila y del jabalí". Buffon hablará de una "degeneración de los componentes de humanidad"; Diderot verá en los lapones "unos bípedos deformes", mientras que la Enciclopedia los calificará de "desechos de la especie humana".
La especie femenina no es mejor tratada. La lógica de nuestros filósofos es disociar al hombre de la mujer. La especie femenina "es considerada un humano deficitario". Todo demuestra que está peor equipada intelectualmente y, por ende, que es inferior al hombre. No es más que un bien para el consumo, lo que permite, entre otras cosas, desdramatizar la violación. La mujer, por tanto, "se puede reducir fácilmente a la función de material biológico reproductor".
Resta el grupo de la gente del pueblo, que, según Voltaire, se sitúa "entre el hombre y la bestia". Estos filósofos, que detestan "al populacho", se ven reforzados por el código penal napoleónico. Su desprecio generalizado "deshumaniza" al pueblo y a la chusma. A partir de la Encyclopédie, los vemos a todos ocupados en esta tarea de denigración. Los obreros, los artesanos, los criados, los campesinos, todos ellos son objeto del mismo desprecio. Esto facilitará la exterminación republicana de los vandeanos al inicio de la República.
Origen de los totalitarismos
Al final de este reflexión, que asombra por su densidad y vigor, nos quedamos sorprendidos, como le pasa al autor, por el hecho de que nuestros especialistas oficiales sigan transmitiendo tantas contraverdades que conforman el sustrato de la cultura republicana actual. No perciben cuánto sufrimos por este desprecio de la especie humana, que ha desembocado en todos los totalitarismos y que impulsa todas las inversiones morales hasta desembocar en la muerte.
Y sin embargo, todos los males transmitidos por nuestro famoso Siglo de las Luces están escritos y demostrados: la obra de Xavier Martin es un ejemplo, pero no el único.
Como el comunismo, este mal se pega a la piel. Las ideas de nuestros filósofos son una ideología, porque son objeto de creencia y niegan la verdad. Han penetrado las masas.
Recordemos, entonces, las palabras de Solzhenitsyn citadas por monseñor Seitz en 1975, con las que suplicaba a Occidente que creyera en su denuncia del totalitarismo: "Para vosotros, mi libro [Archipiélago Gulag] no vale nada. Y no lo comprenderéis hasta que os griten: '¡Las manos detrás de la espalda!' y emprendáis, también vosotros, el camino hacia vuestro archipiélago".
Traducción de Elena Faccia Serrano.