Cuando uno habla de batalla cultural o espiritual, suele pensar en la defensa de ciertas cuestiones de bioética y de índole familiar así como en la importancia de la oración para comunicarse con un Dios que, lamentablemente, está poco o nada presente en nuestras sociedades.
Incluso se habla sobre una espiritualidad bien entendida, que no tenga nada que ver con las fórmulas de neoespiritismo pagano que se promueven, de manera inocente en ocasiones, entre muchos de nosotros. Pero hay un factor muy importante que se olvida (hablo de un trasfondo amplio y complejo).
La oposición a la ideología del socialismo suele considerarse más bien como una mera batalla política que uno puede combatir desde un plano "más de ideas" o cuestionando a todas aquellas estructuras humanas artificiales que vienen defendiendo y aplicando estas ideas en la medida de lo posible.
Incluso hay que decir que la crítica muchas veces se limita a aspectos económicos, debido a las innegables consecuencias negativas para la prosperidad material de las personas, las familias y las sociedades. Si acaso va más allá, es para rebatir actos de prohibición o imposición concretos como los que pudieran afectar a la elección educativa o a la reunión.
Pero yo creo que es hora de que adoptemos un espíritu de Cruzada a la hora de combatir esta ideología. Es inmoral, y así debe de serlo para cualquier cristiano, por tanto y en cuanto se trata de una compilación de los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Profundizaremos más a continuación.
El socialismo, un concepto de Lucifer
La característica funcional clave del socialismo es la planificación centralizada, que no la defensa de la sociedad (otra cosa es que en la praxis discursiva manipuladora se la invoque a fin de generar confusión). Como reconociesen Hans-Hermann Hoppe y otros autores, esta puede tener distintos grados, y puede afectar tanto a los cerebros como a lo material.
Su aplicación necesita de mecanismos concretos artificiales, que necesitan someter todo a un mismo patrón homogéneo y rígido. No hay espontaneidad que valga, sino interés en que la dependencia de los individuos en torno a ese ente sea lo más alta posible, por lo que conviene que estén aislados y desarraigados.
La artificiosidad estatal viene a amenazar a Dios, porque las causas del socialismo así lo explican. La progenie es claramente revolucionaria, sabiendo nosotros que el proceso revolucionario ha sido un proceso evolutivo de subversión del orden natural divino, de la fe en Dios y de la supervivencia de la sociedad orgánica.
La libre interpretación protestante, el naturalismo, el deicidio ilustrado, la lucha de clases, el sesentaiochismo, la adoración de la naturaleza y de los animales y la utilización de la inmunología para asustar y atar a la población han sido manifestaciones de un proceso que busca culminar con una estructura única global que anule cualquier diferencia.
Se puede añadir que se ha hecho uso de la estructuras estatales para incurrir en un pelagianismo extremo en base a una "verdad oficial" que necesita que, frente a la Verdad, el Bien y la Belleza, la gente se acostumbre previamente a una actitud de "todo vale", "todo está permitido"., "todo es verdad"...
Los ingenieros sociales han visto la oportunidad perfecta para articular nuevos hábitos y nuevos "sacrificios" que no tienen nada que ver con las mortificaciones sino con la autoconcienciación para que el individuo vaya acostumbrándose a la sumisión absoluta, en cualquier ámbito de su vida.
Se le quiere dictar qué aprender, cuándo comer, a qué hora ha de tender la ropa, qué temperatura para el aire acondicionado es la correcta, cuánto no puede ahorrar, invertir o gasta libremente... Todo de manera humillante, porque su prosperidad material, su salud física y su salud orgánica pueden sufrir afecciones estrictamente negativas.
Si posees, creas, ayudas, innovas, rezas y piensas, entonces haces que tiemble el entramado socialista. Haces que las piezas se tambaleen, porque necesitan que nadie, nadie, nadie "se mueva". De hecho, no te quieren libre, sino libertino, hasta que destruyas tu parte y facilites la asunción de estas doctrinas totalitarias.
Del mismo modo, conviene indicar que la vida en el Espíritu, que cree en el más allá y en el buen hacer del Paráclito, tiene mucho más encaje con el orden espontáneo hayekiano (admite prismas tomistas) que con cualquier patrón de pensamiento homogéneo pensado por los enemigos de la sociedad orgánica.
Que vivas sin cadenas autoimpuestas es lo peor que les puede pasar a esos enemigos, porque entonces, tendrán mucha mayor dificultad para lavarnos el cerebro con todos los medios posibles y someternos a sus falsos designios. Ya sabe, el miedo no nos hace libres, sino esclavos en toda regla.
Y sí, a esa planificación centralizada tampoco le viene bien que quienes cumplen sus debidas responsabilidades permitan la divulgación de la Palabra de Dios y desarrollen sus labores de evangelización. De hecho, es como un coronavirus de alta transmisibilidad. Pero aquí, la vacuna más efectiva no requiere sino suficiente consciencia sobre el asunto.
Con esto cerraría el artículo, llamando a todo lector a que no olvide la gravedad de este fenómeno, a que siga el ejemplo de quienes en distintos países y periodos de la Historia han derramado muchísima sangre en defensa de Cristo Rey y en contra del sanguinario comunismo. Pero prefiero compartir unas citas del brasileño Monseñor de Proença:
Jamás el verdadero paraíso socialista será logrado en la tierra. Buscando el Reino de Dios y su justicia, el hombre obtendrá esta medida de felicidad terrestre que la amorosa Providencia concede a sus hijos en esta tierra. Buscando exclusivamente su felicidad, y violando las leyes de la naturaleza humana, el hombre dirigido por Satán adquiere la mayor esclavitud. Los judíos aseguran a los pueblos sometidos al yugo del socialismo que su Rey “los acaudillará con vara de hierro”. La sociedad revolucionaria [fundamentada en el odio a Cristo] será primero un paraíso en la tierra, luego un infierno en la tierra. [...] El Socialismo forma al pueblo en el odio a los bienaventurados y a las virtudes cristianas; a la humildad, la pobreza, la castidad.