Religión en Libertad nos ha ofrecido en primera plana una interesantísima entrevista que le hizo Pablo Cervera a George Weigel, reconocido escritor y politólogo católico estadounidense, en la que hizo referencia a las partes “moribundas” que “quieren reinventar el catolicismo”. La cita me ha hecho reflexionar y mi conclusión es que coincido totalmente con él. Es curioso que las Iglesias locales que más énfasis ponen en volver a los debates de 1968 (sacerdotisas, abolición del celibato sacerdotal, aborto, sexualidad deshumanizada, ideologías marxistas, etc.) que Pablo VI dio por cerrados con una sólida argumentación son las mismas que están a dos minutos de cerrar por falta de creyentes. Me refiero a esas voces que quieren una hermenéutica de la ruptura, en la que se viva una fe a la carta. ¿De verdad están en condiciones para dar consejos despreciando a las otras Iglesias locales que, a diferencia de ellas, van creciendo con buena formación y compromiso social?
Nadie pone en duda que la Iglesia debe estar en constante renovación. La cuestión es el tipo de hermenéutica. Si, por ejemplo, nuestro lenguaje es propio de una ONG pero Jesús no está presente, estamos frente a una ruptura cuyas consecuencias llevan necesariamente a una crisis vocacional en todos los estilos de vida. Necesitamos renovar las formas pero conservando el fondo, lo que es esencial y, por ende, siempre actual. Esa es la nota clave de la comprensión del Evangelio. Para evitar caer en una fe licuada, es muy recomendable leer la Exhortación Apostólica que el Papa Francisco nos ha regalado sobre Santa Teresa de Lisieux; misma que lleva por nombre “C’est la confiance”.
Volviendo al punto, ¿puede una Iglesia local insistir en un buenismo tedioso cuando año con año pierde miembros? La actitud debería ser otra. En concreto, preguntarse si ¿no será que haberse olvidado de lo esencial, del bautismo y de la evangelización es lo que las ha llevado al estado de alarma en el que se encuentran? Los jóvenes tienen una especie de “radar” que les permite darse cuenta si lo que les ofrecemos es una fe transparente o cargada de ambigüedades en las que «no» o «si» termina significando un “no sé” o “interprétalo a tu manera”.
Como Iglesia, nunca debemos tomar un tono agresivo o cerrado al diálogo. Al contrario, se trata de hacernos presentes en el mundo de hoy de forma cordial pero desde la propia identidad, con claridad y sin hacer que Jesús pase a un tercer plano. ¿Dónde crece la Iglesia? Simplemente, en aquellos lugares en los que se vive la fe.