Si uno tiene cierto conocimiento sobre los postulados de la Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino, puede entender que uno de los fines del hombre es, junto al compromiso con el Bien y la Belleza, la apuesta por la Verdad. De hecho, esta está encarnada en esa misma Santísima Trinidad que de alguna manera considera como fin último.
Debe de encontrarle al final, y si bien la tarea no es más compleja que la recolección de amapolas en una pradera, no se puede negar, bajo ningún concepto, la necesidad de desarrollar unos hábitos conductuales que, en suma, supongan la plena antítesis de las pulsiones del Maligno.
Es por ello por lo que existe una serie de mandamientos que definen la llamada Ley de Dios (los mismos que, inscritos sobre un par de tablas, fueron provistos por Dios al profeta Moisés en el Monte Sinaí), entre los cuales se estipula que no se debe mentir ni dar ninguna clase de falso testimonio.
Al mismo tiempo, cuando obramos mal, lo cual puede implicar mentir, podemos encontrarnos considerablemente incómodos, como si tuviéramos alguna partícula molesta entre los párpados o cierta sensibilidad dental con cuadros de inflamación (existen unas heridas abiertas cuya inflamación puede manifestarse mediante el remordimiento).
Ahora bien, ante este deber de defender la verdad, existen varios escenarios-problema (puede que el término resulte ser "complejo", pero básicamente intento establece una categoría de manera "rápida y sencilla") sobre los cuales haré las pertinentes consideraciones, humildemente, en el presente artículo.
La negación de la verdad
Uno puede creer que el hecho de que se deba de pensar libremente, sin coacciones externas, implica negar cualquier clase de axioma, norma, regla o evidencia. Es decir, que según la ocasión, el producto de dos factores de tres unidades cada uno puede dar resultados diferentes a las nueve unidades.
Se incurre así en una actitud de negación constante de la realidad, lo cual no es necesariamente homólogo a la posibilidad de que existan personas con actitudes estricta y verdaderamente negativas, lo cual puede estar más relacionado con la antipatía, el resentimiento u otras peculiaridades de la psiqué.
Aparentemente, esto puede denotar buenismo o ingenuidad, pero es harto peligroso por cuanto y en tanto una persona puede dar por bueno lo que contribuye al Mal en concepto de engaño, hipocresía, desprecio, traición, pulsión hedonista, usura, avaricia o violencia en sí misma.
La posesión de la "verdad absoluta"
«Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir»
Juan, 16
Quienes no solo niegan la existencia de la Divina Providencia sino la existencia de una serie de verdades, incurriendo en esa negación a poder denominar como relativismo ético (teniendo en cuenta parte de la terminología de Benedicto XVI) pueden incurrir en una grave contradicción, porque pueden forzar a la gente a que su cosmovisión sea unánime.
No necesariamente hablamos de la posibilidad de que uno quiera llevar siempre razón o que todos le crean en las diversas y heterogéneas situaciones de la vida cotidiana. Es probable que, si alcanzan mecanismos de organización social y política, como estamos viendo, insistan en ir contra el curso de la naturaleza.
Todo cae por su propio peso. Existen unas leyes de la gravedad newtonianas que son una noción básica para el estudio de la Física. Pero no es necesario entrar de momento en ello. Quizá sea más sencillo así como suficiente reconocer que existe un curso y un devenir natural de las cosas, cuya fuerza no es humana, pero sí espontánea.
Con lo cual, no ha de extrañarnos mucho que se recurra a la coacción sistemática, a la censura y a otros mecanismos de ingeniería social, sin descartar otros agentes colaboradores, para intentar imponer consideraciones de pensamiento que pueden considerarse como "falsas religiones" (hoy estamos viviendo esto en gran medida).
Pero como nadie es realmente sabio ni está libre de pecado en su totalidad e integridad, es posible que haya personas de honda fe cristiana que pese a escuchar la Palabra de Dios todos los domingos de manera presencial, comulgando y, erigiéndose como defensoras de la ortodoxia teológica y doctrinal eclesial, acaben dando muy malos frutos.
No quiero entrar en discusiones sobre el gradualismo estratégico, el ejercicio del voto o la aceptación del malminorismo. Más bien, me preocupa que, pese al deber que tenemos en torno a la evangelización y el apostolado constructivo, se incurre en actitudes que no tienen ninguna clase de encaje con la moral de legislación divina, sino con el pecado.
Hay quienes, actuando como negacionistas de la gratuidad (bien interpretada, totalmente alejada de la desordenada "libre" interpretación luterana), tratan de fomentar el ostracismo moral de todo aquel que, errando de alguna forma, pese a tener buenas intenciones, tienen algún fleco mejorable en la profesión de la fe o disienten en algún criterio de manera sana.
Se incurre en una "demonización" de la persona, lo cual puede ir más allá de considerarla como "hereje" o "luciferina". De hecho, se pueden formar círculos de pensamiento o acción política o espiritual que, a efectos prácticos, o de facto, puedan ser considerados como sectas. En estas se puede excluir a esa persona, señalándola u odiándola.
Esto además es grave en cierta medida cuando se hace bajo una funcionalidad a la Revolución no necesariamente inconsciente. Hablamos de personas que de una u otra forma llegan a dar por válidos o por más deseables ciertas expresiones revolucionarias como el nacionalismo, el fascismo o el socialismo (es habitual demonizar al libre mercado).
Maneras de no tener miedo
Uno ha de ser valiente, ya que así podrá obrar con la suficiente libertad ordenada, a su manera. El miedo te esclaviza en la inacción o en la colaboración no necesariamente consciente con el enemigo. Pero todo ha de hacerse de manera honesta, igual que no es legítimo vivir a costa del fruto del trabajo del prójimo, de manera violenta.
Ora et labora, sin ninguna duda. Pero por amor al prójimo, ten caridad. Asimismo, del mismo modo que uno piensa en las mejores fórmulas publicitarias para atraer clientes a su negocio, se debe ser constructivo y generoso, lo cual no implica avalar el relativismo cultural, para que el prójimo se acerque más a Dios y a la Verdad.
Hagamos lo que nos corresponde, seamos meros laicos, personas del clero o intelectuales (personas que dentro o fuera del entorno académico han de ayudar a que uno, al menos, piense y se formule interrogantes que le acerquen progresivamente hacia la verdad, sin coacciones).
Eso sí, para evitar que el interrogante que titula este escrito pueda ser cierto, no tengamos miedo a la libertad como mejor fórmula para acceder a la Verdad. Al mismo tiempo, confiemos en la generosidad y el buen hacer inteligente del Espíritu Santo en vez de fomentar el pensamiento único (pelagiana y "revolucionariamente") y el odio al prójimo.