Una refugiada venezolana en España: «En la Iglesia he encontrado la fuerza para seguir adelante»
Ana, que prefiere mantener su identidad real en el anonimato, dejó Tucupita, en el Delta del Amacuro, en Venezuela, porque como ella misma explica «salí por la situación del país, allá no hay seguridad, ni comida... Sobre todo por mi hija. El año pasado tuvo problemas de salud y le pusieron una dieta que allá no se puede cumplir porque los niños comen lo que se consigue, no lo que a uno le gustaría darles. También a mí me diagnosticaron un problema en el útero derivado del estrés y, ¿cómo no vas a vivir estresado sin saber que va a comer tu hijo al día siguiente? Además, tuve una separación muy traumática y no me sentía tranquila para poder salir a la calle».
También barajó la posibilidad de mudarse a Caracas, «pero la capital está peor que el resto del país. No hay agua, se va la luz... Por eso preferí dejar el país. Pude hacerlo gracias a uno de mis primos que lleva muchos años fuera de Venezuela. Él me compró los billetes de avión para mi hija y para mí, y yo le iré devolviendo el dinero cuando vaya pudiendo». Tras pasar tres días en Valencia en casa de una amiga de la universidad, tuvo que irse porque «venía un familiar suyo y no podía acogerme más tiempo. Entonces unos amigos me prestaron dinero para poder pagar un alquiler, pero si pagaba el alquiler me quedaba si dinero para la comida, así que finalmente me puse en contacto con un amigo de la familia que vive en Torremolinos y me vine a Málaga. Ahora estoy en un hostal que me ha facilitado CEAR, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, a la espera de un sitio más permanente».
19.000 refugiados venezolanos
Y es que, como afirma el coordinador de CEAR en Andalucía Oriental, Francisco Cansino, «por segundo año consecutivo, las personas de Venezuela encabezan el listado de solicitantes de asilo. Hay que tener en cuenta que es más fácil para ellos por el idioma. En España hay cerca de 19.000 expedientes pendientes de resolución».
Desde hace años, Venezuela vive una situación dramática, como afirman los misioneros de la Diócesis de Málaga que llevan más de 50 años presentes en este país. Una situación que Ana nunca se imaginó vivir, tras estudiar fisioterapia en la universidad y después de 8 años dirigiendo el primer servicio público de fisioterapia que abrió en su ciudad natal. Justo antes de abandonar el país, cobraba 18 euros al mes debido a la devaluación del bolívar. Dejar su país no ha sido fácil, como ella misma explica pero «en la iglesia he encontrado la fuerza para seguir adelante. Cuando voy a Misa, siento la paz, la tranquilidad y la fortaleza que necesito».
Publicado originariamente por Beatriz Lafuente en la web de la Diócesis de Málaga