Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Los procesos seductores de vértigo y los creativos de éxtasis

Pies de una persona asomada al abismo desde lo alto de un edificio.
Hoy tienden a confundirse los procesos de vértigo con los de éxtasis, con consecuencias destructivas. Foto: Juan Carlos Ramírez / Unsplash.

por Alfonso López Quintás

Opinión

Para conocer al ser humano no basta estudiar lo que son las personas, sus deseos e ideales, debemos conocer a fondo los procesos que pueden seguir en la vida: los que las llevan a plenitud y los que pueden precipitarlas en la destrucción. De ahí la singular importancia de conocer a fondo los dos procesos básicos de la vida humana: los de vértigo o fascinación y los de éxtasis o creatividad.

El proceso de vértigo

Supongamos que me hallo ante una persona que me resulta atractiva debido a las dotes que ostenta. Si soy egoísta y me muevo sólo en el nivel 1, tiendo a tomarla como un medio para mis fines; no la considero como un ser dotado de personalidad propia, deseosa de realizar sus proyectos de vida, crecer en madurez, establecer relaciones enriquecedoras para todos en condiciones de igualdad. La rebajo a condición de mera fuente de sensaciones placenteras y procuro dominarla para ponerla a mi servicio.

Cuando logro ese dominio, siento euforia, exaltación interior. (Notémoslo bien: no digo exultación, gozo, sino exaltación, euforia. Es decisivo matizar bien el lenguaje si queremos evitar la corrupción de la mente y, con ella, la de la vida personal y comunitaria.) Esa forma de exaltación es tan llamativa como efímera, porque se trueca rápidamente en decepción al advertir que no puedo encontrarme con la realidad apetecida por haberla reducido a mero objeto de complacencia. (Recordemos que con los objetos no podemos encontrarnos.) Al no encontrarme con ella, no desarrollo mi personalidad, pues soy un “ser de encuentro”. Ese bloqueo de mi crecimiento se traduce en tristeza, que es un sentimiento de vacío, de alejamiento de la plenitud personal a la que tiendo por naturaleza.

Si no cambio mi actitud básica de egoísmo, ese vacío crece de día en día hasta hacerse abismal. Al asomarme a él, siento esa forma de vértigo espiritual que llamamos angustia. Me parece que no hago pie, que me falla el fundamento de mi vida -que es el encuentro- y estoy a punto de destruirme como persona, pero no puedo volver atrás. Es el sentimiento de desesperación, la conciencia amarga de haber cerrado todas las puertas hacia mi realización personal. El presentimiento angustioso de estar bordeando el abismo se cumple al verme al fin cercado por una soledad asfixiante, frontalmente opuesta a la vida de comunidad que me veía llamado a fundar por mi condición de persona.

El proceso de vértigo es falaz y traidor: nos promete al principio una vida intensa y cumplida y nos lanza súbitamente por una pendiente de excitaciones crecientes, que no hacen sino apegarnos al mundo fascinante de las sensaciones (nivel 1) y alejarnos irremediablemente de la vida creativa (nivel 2). Al hacernos cargo de esta condición siniestra del vértigo, comprendemos por dentro el desvalimiento que sentía el joven ludópata de la entrevista televisiva.

El proceso de creatividad o éxtasis

Si soy generoso y desinteresado, al ver una realidad atractiva -por ejemplo, una persona- no tomo esa atracción como un motivo para querer dominarla, es decir, seducirla (nivel 1), sino como una invitación a colaborar con ella, intercambiando posibilidades de todo orden. Ese intercambio da lugar a una relación personal de encuentro (nivel 2).

Al encontrarme, siento exultación, alegría, gozo por partida doble, pues con ello perfecciono mi persona y colaboro a enriquecer a quien se encuentra conmigo. Si me encuentro con una realidad muy valiosa, porque me facilita grandes posibilidades de desarrollo y me eleva a un nivel de excelencia personal, siento entusiasmo, un gozo desbordante que supone la medida colmada de la alegría, es decir, de la conciencia feliz de estar desarrollando plenamente mi personalidad.

Al adentrarme en un estado de plenitud personal, siento felicidad, veo que he llegado a una cumbre. Al contemplar por primera vez El Moisés de Miguel Ángel u oír La Pasión según San Mateo de Bach, pensamos que ha valido la pena vivir hasta ese momento para poder realizar esa experiencia. Ciertamente, la felicidad se da en lo alto, en el nivel 2, no en el nivel 1. Ese ascenso hacia lo elevado, lo “per-fecto”, lo bien logrado, fue denominado por los griegos “éxtasis”. Lo bien logrado en cuanto al desarrollo personal viene dado por la vida auténtica de comunidad, que se configura mediante una trama de relaciones de encuentro.

Al vivir en estado de encuentro, sentimos que hemos realizado plenamente nuestra vocación y nuestra misión como personas, y ello nos procura paz interior, amparo, gozo festivo, es decir júbilo. La fiesta es la corona luminosa y jubilosa del encuentro. Por eso rebosa simbolismo y marca el momento culminante de la vida de todos los pueblos.

En síntesis, el éxtasis es un proceso de auténtico y verdadero desarrollo personal. Por ser creativo, es exigente: pide generosidad, apertura veraz, fidelidad, cordialidad, participación en tareas relevantes... Si cumplimos estas exigencias, nos lo da todo porque nos facilita el encuentro, que es un espacio de realización personal festiva, en el cual recibimos luz para ahondar en los valores, energía para incrementar nuestra capacidad creativa, poder de discernimiento para elegir en cada instante lo que da sentido a nuestra existencia.

Procesos opuestos

Vértigo y éxtasis son procesos opuestos por su origen, su desarrollo y sus consecuencias. Pero, hoy día, se tiende a confundirlos para rodear el vértigo del aura de prestigio que orla de antiguo al éxtasis. Esta confusión nos impide discernir qué conductas edifican nuestra personalidad y qué otras la disuelven. Al entregarnos a la fascinación del vértigo, podemos pensar ilusamente que nos elevamos a lo mejor de nosotros mismos. Al vivir la exaltación eufórica del vértigo, la confundimos fácilmente con la exultación jubilosa del éxtasis. Sentimos en nuestro interior una fuerza de gravitación que nos arrastra con la energía de lo instintivo, y creemos estar logrando una personalidad desbordante de energía creadora. Cuando nos demos cuenta de que somos unos ilusos, tal vez sea demasiado tarde porque habremos caído por el tobogán del vértigo y apenas podremos, de hecho, cambiar la experiencia básica del egoísmo por una de generosidad y renunciar al uso indiscriminado de la libertad de maniobra para adquirir esforzadamente una verdadera libertad creativa.

Inspirado en una penosa experiencia personal, el gran escritor Fedor Dostoyevski dejó al descubierto el temible poder de arrastre que poseen todas las formas de vértigo. Indica que una anciana rusa perdió a la ruleta todos sus ahorros y comenta: “No podía ser de otro modo. Cuando una persona así se aventura una vez por ese camino, es igual que si se deslizara en trineo desde lo alto de una montaña cubierta de nieve: va cada vez más deprisa”.

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