La cultura del descarte
Descartar es, a fin de cuentas, prescindir o excluir algo o alguien que me sobra, que no necesito, y por tanto lo califico de inútil, al menos para mí
por José F. Vaquero
Nos suenan conceptos como “cultura de la vida”, “cultura de la muerte”, "cultura de la empresa" o "cultura de España". Pero un argentino llamado Francisco está poniendo de moda otro concepto cultural, sociológico, humano: la “cultura del descarte”. Este objeto de la cultura no nos suena mucho, no es una palabra muy común en España, excluyendo a los jugadores de cartas y alguno más. El diccionario, de hecho, cita como uno de los significados dejar las cartas que se tienen en la mano y se consideran inútiles, sustituyéndolas con otras tantas de las que no se han repartido. Me viene a la mente otro grupo de personas que escuchan esta palabra con más preocupación e impotencia: hemos descartado su curricullum para este trabajo, aunque seguirá en nuestras bases de datos para futuros procesos; sentimos que siga sin trabajo, y suerte.
Descarta quien tiene en abundancia, y se permite aceptar a uno y rechazar al resto, o incluso rechazar a todos. Me llueven contactos, planes, ofertas, así que puedo rechazar unos y quedarme con otros. Un ejemplo gráfico lo encontramos en la comida y el alimento; quien no tiene no puede descartar; y quien posee en abundancia se permite el descarte, “tirar las naipes que se consideran inútiles“. Al fin y al cabo, me sobran.
Detrás de ese descarte palpita también una nota característica del que descarta: soy libre, y por tanto elijo una opción y rechazo otras opciones. Tengo libertad para elegir lo que quiero, o eso me hacen creer. Me surge una pregunta ante esta bandera, enarbolada por todos y para defender las más variopintas opiniones, el bien supremo proclamado por todas las culturas. ¿La libertad es buena sólo y principalmente porque puedo elegir? ¿O junto a cada elección hay una estela de responsabilidad ante la elección tomada? Responsable es el que da una respuesta coherente para explicar porque ha tomado una decisión. Los filósofos existencialistas, aunque estoy generalizando un poco, se conformaban con elegir: si opto libremente me realizo como persona, elija salvar a un náufrago tirándome al río o acabar con la vida del vecino (o su buena fama).
Elegir a mi antojo, descartando lo que se me ocurre, es un acto del hombre, y como tal sujeto a la responsabilidad y objeto de un juicio moral. El descarte puede ser bueno o malo, igual que en la partida de cartas un descarte puede ser la clave para ganar la partida o para perderle. Una vez hecho tiene sus consecuencias.
Descartar es, a fin de cuentas, prescindir o excluir algo o alguien que me sobra, que no necesito, y por tanto lo califico de inútil, al menos para mí. Con esta connotación negativa suele usar la palabra el Papa Francisco. En la campaña navideña de Caritas ya nos puso en guardia del descarte (excesivo y desmedido) de los alimentos. Como tengo en abundancia, y además me parece inútil esto que me sobra, puedo tirarlo a la basura; y si alguien lo necesitara, me da lo mismo, ya no es necesario para mí.
El pasado miércoles el Papa Francisco denunció un descarte más preocupante, un excluir a algo o alguien como inútil y no necesario para mí. "Por desgracia, objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos, que vienen descartados como si fueran cosas no necesarias... Suscita horror sólo el pensar en los niños que no podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto”.
A algunos grupos les han extrañado estas palabras tan claras y duras del Santo padre, este hombre tan misericordioso, tan cercano, tan sencillo y espontáneo, que no tiene problema en saltarse el protocolo o recordar a los cardenales que su autoridad es servicio cercano. Ya lo decía mucho Juan Pablo II y Benedicto XVI, -se justifican- ¿pero que sea tan explícito este Papa, el Papa bueno y misericordioso? De misericordia habló mucho Juan Pablo II, e incluso publicó un hermoso documento, Dives in misericordia, Rico en misericordia. Y de misericordia, acogida y perdón sabe también mucho Benedicto XVI, que apoyó a Juan Pablo II en su Pontificado dialogando, y mucho, desde la Congregación de la Fe. Pero bondad, benevolencia, misericordia, no están reñidas con la claridad. La cultura de la acogida, de la que también habla mucho Francisco, tiene que acercar principalmente a los más solos y necesitados, también por su debilidad y equivocaciones. Pero el acto de descartar seres humanos no deja de suscitar horror.
Descarta quien tiene en abundancia, y se permite aceptar a uno y rechazar al resto, o incluso rechazar a todos. Me llueven contactos, planes, ofertas, así que puedo rechazar unos y quedarme con otros. Un ejemplo gráfico lo encontramos en la comida y el alimento; quien no tiene no puede descartar; y quien posee en abundancia se permite el descarte, “tirar las naipes que se consideran inútiles“. Al fin y al cabo, me sobran.
Detrás de ese descarte palpita también una nota característica del que descarta: soy libre, y por tanto elijo una opción y rechazo otras opciones. Tengo libertad para elegir lo que quiero, o eso me hacen creer. Me surge una pregunta ante esta bandera, enarbolada por todos y para defender las más variopintas opiniones, el bien supremo proclamado por todas las culturas. ¿La libertad es buena sólo y principalmente porque puedo elegir? ¿O junto a cada elección hay una estela de responsabilidad ante la elección tomada? Responsable es el que da una respuesta coherente para explicar porque ha tomado una decisión. Los filósofos existencialistas, aunque estoy generalizando un poco, se conformaban con elegir: si opto libremente me realizo como persona, elija salvar a un náufrago tirándome al río o acabar con la vida del vecino (o su buena fama).
Elegir a mi antojo, descartando lo que se me ocurre, es un acto del hombre, y como tal sujeto a la responsabilidad y objeto de un juicio moral. El descarte puede ser bueno o malo, igual que en la partida de cartas un descarte puede ser la clave para ganar la partida o para perderle. Una vez hecho tiene sus consecuencias.
Descartar es, a fin de cuentas, prescindir o excluir algo o alguien que me sobra, que no necesito, y por tanto lo califico de inútil, al menos para mí. Con esta connotación negativa suele usar la palabra el Papa Francisco. En la campaña navideña de Caritas ya nos puso en guardia del descarte (excesivo y desmedido) de los alimentos. Como tengo en abundancia, y además me parece inútil esto que me sobra, puedo tirarlo a la basura; y si alguien lo necesitara, me da lo mismo, ya no es necesario para mí.
El pasado miércoles el Papa Francisco denunció un descarte más preocupante, un excluir a algo o alguien como inútil y no necesario para mí. "Por desgracia, objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos, que vienen descartados como si fueran cosas no necesarias... Suscita horror sólo el pensar en los niños que no podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto”.
A algunos grupos les han extrañado estas palabras tan claras y duras del Santo padre, este hombre tan misericordioso, tan cercano, tan sencillo y espontáneo, que no tiene problema en saltarse el protocolo o recordar a los cardenales que su autoridad es servicio cercano. Ya lo decía mucho Juan Pablo II y Benedicto XVI, -se justifican- ¿pero que sea tan explícito este Papa, el Papa bueno y misericordioso? De misericordia habló mucho Juan Pablo II, e incluso publicó un hermoso documento, Dives in misericordia, Rico en misericordia. Y de misericordia, acogida y perdón sabe también mucho Benedicto XVI, que apoyó a Juan Pablo II en su Pontificado dialogando, y mucho, desde la Congregación de la Fe. Pero bondad, benevolencia, misericordia, no están reñidas con la claridad. La cultura de la acogida, de la que también habla mucho Francisco, tiene que acercar principalmente a los más solos y necesitados, también por su debilidad y equivocaciones. Pero el acto de descartar seres humanos no deja de suscitar horror.
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