Cuando la Eucaristía no funciona
Estoy a punto de salir para la diócesis de Solsona, Lérida, donde voy a participar en un fin de semana sobre el Espíritu Santo, que espero que sea de mucho provecho para todos los que vamos a ir.
Aprovechando que para preparar el encuentro estoy releyendo a Raniero Cantalamessa, quien es conocido de todos por sus magníficos libros y su labor de predicador de la casa papal, que le lleva a decir un sermón todos los viernes de Cuaresma y Adviento al Papa, y hacerse cargo de la homilía en los oficios del Viernes Santo de la basílica de San Pedro.
Este entrañable franciscano capuchino tiene una rica y vivencial experiencia del Espíritu Santo, lo que juntado a su claridad teológica y facilidad expositiva, hace que sea considerado para muchos el teólogo de la Renovación Carismática.
Al hilo de lo que escribe en un artículo sobre el bautismo del Espíritu Santo, me pregunto si alguno se habrá cuestionado cómo es que los sacramentos, tal cual los conocemos, a veces parece que no funcionan ni convierten a la gente. Así, por mucho valor salvífico que tenga una Eucaristía, y por mucho empeño que pongamos en llevar a la misma a los alejados, cuántas veces vemos con desilusión cómo en la Misa la gente se aburre, y parece como si les entrara por una oreja y les saliera por la otra.
Si nos remontamos al Concilio de Trento, vemos cómo aquella definición del sacramento que actúa ex opere operato (según las palabras mismas del Concilio: "por el hecho mismo de que la acción es realizada"), parece contradecirse con el hecho de que las más de las veces parece que “no se nota” lo que con el sacramento se significa y sucede de manera eficaz y real.
Cantalamessa recurre a la teoría clásica del sacramento ligado, que explica que un sacramento recibido sin las disposiciones adecuadas (ejemplo en pecado mortal) no despliega sus efectos hasta que por medio de la penitencia se “desliga” , restaurándose así su efecto.
Tirando de la cuerda, llega a la conclusión de que por mucho ex opere operato que valga, muchas veces nos hemos olvidado de que los sacramentos requieren de la fe de quien los recibe, por lo que no sólo es cuestión de estar en pecado o no, sino de recibirlos con las disposiciones adecuadas de manera que desplieguen plenamente sus efectos. En palabras del Catecismo “Sin embargo, los frutos de los sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe.” CIC 1128.
A mí esta afirmación me da una clave, que por meridiana que resulte, me parece que olvidamos a menudo en la Iglesia. La fe, que no es sino un asentimiento personal a la persona de Jesucristo, es lo que el catecismo viene en llamar disposiciones, y sin ella estamos perdiendo el tiempo a la hora de recibir los sacramentos.
Creo que en la Iglesia actual pecamos de sobrevalorar los sacramentos en su faceta objetiva, en detrimento de la faceta subjetiva que necesariamente ha de concurrir en la celebración de los mismos para hacerlos eficaces. Así, a veces parece que basta con que la gente venga a Misa, con que los jóvenes se confirmen, con que los novios se casen y con que posteriormente bauticen a sus hijos.
Por extraño que resulte escuchar esto, los sacramentos son para la vida, y no la vida para los sacramentos, como el sábado es para el hombre, y no el hombre para el sábado. Son alimento para el camino, medio de encuentro con Jesucristo, mediación de su gracia salvífica y transformadora. Pero en el Cielo no nos harán falta, porque le tendremos a Él en persona, Aquel a quien significaban y con quien nos comunicaban, así que de nada sirven si no nos llevan a Él.
Cuando asistimos a actitudes, corrientes y espiritualidades, que sobrevaloran el sacramento en detrimento de la persona, es fácil ver la consecuencia lógica de una Iglesia preocupada de las formas y de la liturgia de una manera insana y desmedida, que no es otra sino la falta de conversiones.
También es fácil entender actitudes excluyentes y muy poco ecuménicas, que olvidan que compartimos el que Juan Pablo II consideraba la gracia más grande recibida, el sacramento del bautismo. Estas actitudes lo miden todo a través del sacramento, sin parecerles relevante el trato con Jesucristo que a través de otros medios- que por supuesto nacen del bautismo (oración, lectura de la palabra) -alcanzan los hermanos separados .
Sin llegar a estos excesos ni a actitudes extremas, hay una mentalidad ambiente que lleva a gastar lo mejor de la acción misionera de la Iglesia en la acción sacramentalizadora, lo cual es perfectamente lógico en una sociedad cristiana, y preocupantemente insuficiente en una sociedad como la nuestra.
Por estas y muchas otras razones, me encantan las reflexiones de Cantalamessa sobre el sacramento ligado. Me ayudan a entender que tenemos que velar por no caer en el ritualismo, ni en el cumplimiento, ni siquiera en la rutina. También me explican por qué necesito confesarme tanto de mis pecados de omisión a la hora de acudir a sacramento, como de mi cumplir por cumplir, pero eso es materia para otro día.
Al final no he hablado del Espíritu Santo, que es lo que quería, pero aprovecho para pedir las oraciones de los lectores por el retiro de este fin de semana. Solsona es la primera diócesis española que tiene una “pastoral de los alejados”, que así es como la llaman, formalmente constituida, para responder a una necesidad cada vez más acuciante en el mundo que nos rodea. Ojalá el Espíritu la colme de sus dones para llevar a cabo esta misión tan ingente de convertir a los que están lejos.