El cutre ayuno cuaresmal católico
Este post es una fiel reproducción de la conversación que tuve ayer con mi mujer camino de misa de Miércoles de ceniza.
Con un celo que ella calificó de “farisaico” me quejaba yo de lo pobre que es el ayuno que se hace en la Iglesia católica en los dos únicos días de ayuno del año.
Por supuesto no me refiero al ayuno de ciertos religiosos como los cartujos, que tienen seis meses de cuaresma al año, ni el de los neocatecumenales, que se pasan ayunando desde el Viernes Santo hasta la Vigilia Pascual.
Me refiero a lo que se puede oír en cualquier parroquia el domingo antes de la ceniza, cuando a uno le recuerdan el ayuno y le dicen que consiste en comer menos y no comer entre horas, como con vergüenza y con miedo de desagradar a la feligresía.
Y esto es lo que no entiendo, porque a lo largo de mi vida he conocido mucha gente que practicaba el ayuno cristiano con mucho fruto, y no se trataba de “comer menos” o dejar de echarse azúcar al café.
Ayunos los hay de mil tipos, y ya sabemos por la Palabra que el Señor lo que quiere son corazones afligidos y no farisaicas privaciones legalistas.
En la Congregación Mariana de la Asunción, donde tanto aprendí en mis primeros pasos en la fe, se practicaba la “orden del esparto”- una serie de compromisos de penitencia y limosna que voluntaria y personalmente cada cual elegía.
En las órdenes religiosas como los Discípulos de los Corazones de Jesús y María, donde tuve el privilegio de pasar un año, se comía un solo plato en la comida los días de ayuno, y muy ignacianamente había que pedir permiso al superior si se quería hacer más penitencia.
En el grupo católico de la Facultad de Derecho de la Complutense, comíamos un escaso pan y un quesito los miércoles de ceniza al módico precio de 500 pesetas que iban casi enteras para obras de caridad.
Pero no fue hasta conocer la Renovación Carismática Católica cuando descubrí que había gente que ayunaba el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo enteros, sólo bebiendo líquidos. Otros ayunaban con frecuencia un día todas las semanas, normalmente los viernes.
Esto me abrió un mundo nuevo, pues nadie antes me había mostrado cómo vivir el ayuno de una manera un poco más radical, como la que descubrí en muchos protestantes que ayunan para pedir cosas concretas a Dios y para centrase en El, a veces con frecuencia semanal, y muchas veces cuando organizan semanas de oración y penitencia.
El caso es que en el tema del ayuno siempre tengo la sensación de que en la Iglesia Católica del occidente opulento en el que vivimos nos quedamos, en general, más bien cortos. Y por eso me pitan los oidos cuando escucho a un párroco decir en Misa que se coma menos en este día.
En una sociedad en la que nadamos en la abundancia alimenticia lo educativo sería enseñar a la gente a no comer de vez en cuando, por solidaridad con los que sufren hambre, y para afinar el espíritu acercándonos a Dios, a imitación de Jesucristo que ayunó sus cuarenta días en el desierto.
Además, lo hermoso del ayuno cristiano es que es un ayuno no de perfección, sino de limosna y penitencia, por lo que realmente la cuaresma debiera empezar por nuestro estómago y seguir por nuestro bolsillo, nuestro tiempo y nuestras energías, para finalmente llegar a nuestro corazón.
Decía Chus Villarroel que el ascetismo cristiano hoy en día es el hazmerreir del mundo secular, porque una modelo ayuna más que un monje, un deportista se castiga mucho más que un religioso y un opositor estudia muchas más horas que cualquier estudiante de teología.
Tiene razón; si al final el ayuno cristiano lo reducimos a una serie de ejercicios ascéticos, pasando revista de nuestros mil vicios occidentales, dejando de tomar golosinas, fumar o cualquier tontería más, estaremos quedando a la altura del betún comparados con los Gandhi o los Orlando Zapata de este mundo que sí que supieron lo que es ayunar de verdad por una causa.
Y nuestro ayuno es ridículo porque no cambia el mundo, ni nuestros corazones, ni nuestros bolsillos, ni los bolsillos de los necesitados que tenemos al lado, y ni siquiera nos pone en oración.
Y así se nos pasa una cuaresma tras otra, sin radicalidades, “comiendo menos”, sin soñar alto, ni llegar lejos, sin buscar a Dios a tumba abierta estilo Francisco de Asís; en definitiva sin pena, ni gloria….porque tras la pena, viene la gloria y la resurrección, y me pregunto qué tiene nuestro cristianismo de occidente, que no resucita…
Termino con una curiosidad: ¿sabían que el montante de lo que gastamos en helados en occidente en un año sería suficiente para dar educación a todos los niños del Tercer Mundo?
¿Se imaginan el valor de todos los “helados espirituales” que nos comemos (mi misa, mi oración, mi grupo, mi formación) sin darnos cuenta de que nunca evangelizamos a nadie?
P.D. Absorto en estas meditaciones, y tras un desayuno casi inexistente y una parca comida de un mendrugo de pan, sólo se me ocurrió irme a hacer deporte tras la hora de “comer”.
Me dio tal pájara que devoré la merienda y la cena…mi gozo en un pozo, yo que iba a hacer un artículo predicando sobre las bondades del ayuno con mi ejemplo personal…