La reflexión del padre Santiago Martín sobre la Marcha por la Vida en Washington, D.C. le lleva a comentar las insoportables cifras de niños asesinados por aborto en el mundo.
La realidad, aunque cuesta asumirlo, es que una buena parte de esos crímenes se cometen por simple conveniencia, es decir, en circunstancias en las cuales los inconvenientes que pudieran derivarse de un embarazo inesperado apenas pueden sostenerse frente al hecho de matar a un inocente que además es tu propio hijo. ¿Por qué, entonces, se hace?
Es una pregunta incómoda que también afecta a la Iglesia, explica el fundador de los Franciscanos de María. La oposición de la Iglesia al aborto es clara, pero lleva años diluyendo el concepto de pecado y relativizando la lucha contra él, en una permanente exaltación de la debilidad del hombre (como si no existiera la gracia para transformar en fuerza esa debilidad), de modo que, ante las dificultades, su primer movimiento sea ceder.
Una reflexión de hondo calado, porque invita a pensar no en lo que se dice sobre el respeto a la vida humana inocente, sino en lo que se hace para enseñar a respetarlo al coste que sea.