El pasado domingo 14, el sacerdote navarro Mikel Garciandía celebraba su última misa en el santuario en la montaña cubierta de nieve de San Miguel de Aralar, donde ha sido el capellán durante casi 15 años.
Este sábado 20 de enero, se estiraba revestido en la catedral de Palencia, repleta, mientras resonaban las letanías de los santos, y le entregaban mitra, báculo y anillo para ser obispo de Palencia.
Garciandía ha recalcado que “es importante que los creyentes y seguidores de Jesús abramos puertas, derribemos muros, bastiones, salgamos de nuestras trincheras y hagamos de la comunidad cristiana un hogar abierto y acogedor para todos”. Ha recordado a los cristianos bajo persecuciones "en muchas naciones de África, Asia y América. Pero entre nosotros, aun no siendo tan evidentes, tan externas, son también profundas".
"Cada vez nos encontramos con más comunidades cristianas sumidas en la perplejidad y el desconcierto, necesitadas de retomar con vigor y esperanza la visión, el sueño, la causa de Jesucristo", ha reconocido. Ni propone "un pasado dorado que nunca existió, ni en un futuro ideal que llegará a golpe de programas ideológicos". "Lo que vale es la radicalidad del Evangelio de Jesús, sin glosas ni falsas adecuaciones", propuso.