Tras su llegada a Marsella y recepción oficial, uno de los primeros actos de Francisco fue la visita a Notre Dame de la Garde, donde rezó ante la "buena Madre" y dirigió unas palabras al clero diocesano. En su discurso, se refirió a la basílica como el foco de la devoción sencilla y popular, ya que "no fue fundada para recordar un milagro o una aparición particular, sino sencillamente porque el santo Pueblo de Dios buscó y encontró aquí, en la colina de La Guarda, la presencia del Señor a través de los ojos de su Santa Madre".

En su discurso, llamó la atención sobre las "miradas de María" y especialmente de tres imágenes marianas veneradas en la basílica. 

Se refirió en primer lugar a la gran estatua que se eleva sobre su cima, sosteniendo al Niño Jesús que bendice. Fijándose en esta imagen, llamó a "llevar la bendición y la paz de Jesús a todas partes, a cada familia y a cada corazón". La segunda imagen, en la cripta, es la Vierge au bouquet, del ramo: "También Ella lleva sobre un brazo al Niño Jesús, y nos lo muestra, pero en la otra mano sostiene un ramo de flores. Nos presenta a su Hijo, nos presenta también a nosotros ante Él, como un ramo de flores en el que cada persona es única, hermosa y valiosa a los ojos del Padre". Por último, fijándose en la tercera imagen, sobre el altar y resplandeciente, recordó a los presentes que "somos Evangelio vivo en la medida en que lo damos, saliendo de nosotros mismos, reflejando su luz y su belleza con una vida humilde, alegre y rica de celo apostólico".