El fugaz encuentro entre Francisco, el presidente János Ader y el primer ministro Viktor Orbán ofreció una imagen de la que hace semanas llegó a comentarse incluso que no tendría lugar. Es pública la disconformidad del Vaticano con el gobierno húngaro (junto el polaco, el único de la Unión Europea que es provida y profamilia y el único que ayuda militantemente a los cristianos perseguidos) por su política de rechazo a la inmigración musulmana con objeto de salvar la identidad cristiana del país y de Europa.