En octubre, el monumento de Cristo Redentor, de 38 metros y situado a 709 metros sobre el nivel del mar en el Cerro del Corcovado, en Río de Janeiro, cumplirá noventa años. Con ese motivo está siendo sometido a una renovación a fondo. «Cada vez que salgo aquí fuera es una emoción», confiesa, desde uno de sus brazos, Cristina Ventura, la arquitecta que dirige las labores de conservación frente a las inclemencias del tiempo y los rayos. Participan en la tarea cuarenta personas, que incluyen arquitectos, ingenieros y geólogos, y a la que prestan su colaboración escaladores que van repasando la superficie y sustituyendo una a una las teselas deterioradas: «Es un proceso artesanal», subraya Ventura. Las propias piezas han sido elaboradas por artesanos de la localidad de Ouro Preto. Los operarios trabajan cuando el cambiante viento lo permite, pues a partir de 21 km/h el balanceo lo hace imposible. «Es un privilegio estar aquí», dice uno de ellos, «muchos quieren y pocos pueden colgar de la estatua y ver la vista». El monumento es visitado anualmente por dos millones de personas.