Aborrecer el signo de la propia salvación, un odio palpable en cada Cruz que se arranca o derriba, suena desconcertante. Para explicarlo, Jaume Vives acude al mejor ejemplo posible: el de los mártires, como los de España en la Guerra Civil o los más recientes en Irak, que él conoce bien porque allí encontró auténticos testigos de la fe.