La legalización de la eutanasia, como la del aborto en su día, ha sido posible gracias a muchos católicos practicantes: «La sangre de los inocentes está clamando ante Dios», afirma el padre Santiago Martín, y cae sobre quienes han aprobado esta barbarie, pero también sobre quienes les han votado, aunque vayan a misa y comulguen.