El acuerdo firmado por el gobierno armenio para poner fin al conflicto armado desatado por el ataque de Azerbaiyán contra Nagorno-Karabaj se traduce en la derrota de un país cristiano, abandonado por Occidente, ante la dictadura respaldada por Turquía que rige un país musulmán.
Este domingo, Armenia entrega un territorio que incluye, entre otros tesoros históricos, el monasterio de Dadivank, al cual han acudido los armenios en los últimos días a rezar como despedida. Nadie se fía de la promesa azerí de respetar ni el culto ni el templo, que remonta su origen al siglo IX y se encuentra en la región montañosa de Kalbajar.
Fue fundado por San Dad, uno de los discípulos del apóstol San Judas Tadeo, y ya fue destruido una vez en 1145 por los turcos. El monasterio actual fue reconstruido hace ochocientos años, y en 2007 se descubrió bajo el altar de la iglesia principal la tumba del santo. Los armenios que acudían estos días al lugar mostraban su dolor por no poder ya regresar a un lugar tan enraizado en su fe, donde este viernes se concentró la celebración de doce bautizos.
Los tres mil armenios de Kalbajar, aunque protegidos en teoría por el acuerdo de paz, han quemado sus casas y han partido en exilio hacia Ereván, la capital armenia, pues todavía recuerdan las masacres de los musulmanes azeríes en los años 90, y su masiva destrucción de las cruces jhachkar, joyas de piedra históricas sistemáticamente vandalizadas.
«No sé qué pasará ahora, pero yo me quedaré aquí, me quedaré en mi iglesia», declaró su responsable, el padre Hovhannes, pese a la certeza de acabará siendo expulsado con el cambio de poder.
Las imágenes muestran la llegada de las tropas rusas que forman parte de la garantía del acuerdo.
Entre sollozos, una mujer evoca el genocidio armenio de 1915 a manos turcas: «Confiamos en que Dios nos dé algo bueno. Los armenios hemos pasado antes por estas situaciones sin perder nuestra esperanza».
«Ojalá nuestro pueblo pueda regresar un día y vivir aquí», dice otra mujer, también llorando.
Las cruces de piedra del monasterio será reubicadas para evitar su segura destrucción a manos azeríes: «Espero que un día vuelvan al lugar al que pertenecen», dice el padre Hovhannes, con los ojos humedecidos.