Mont Saint-Michel ha pasado de tres millones de visitas anuales a abrigar solo a la treintena de personas que allí habitan. «Viéndolo así podría pensarse que ha caído una bomba, pero no ha sido una bomba, ha sido un virus... No es algo natural», lamenta el hermano Philippe. Para las comunidades religiosas que ocupan el islote la vida ha cambiado poco, confiesa Sor Eve-Marie: «Oración, trabajo y cosas muy simples, el marco de nuestra vida sigue siendo el mismo». Otra cosa es para los comerciantes, como Marc Yreux, para quien la situación es «extremadamente brutal». Según el alcalde, Yann Galton, el lugar está «triste» y ha perdido su «cosmopolitismo», y ahora resulta «extraño» no escuchar por las calles la habitual pluralidad de lenguas.