Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

«Bebés como mi hijo no merecen morir por el crimen de otra persona», dice Alisha

Cita a ciegas, la emborrachan, la violan, queda embarazada: le proponían abortar, les frenó en seco

Alisha junto con su hijo, el día en que nació. A la derecha, el niño, ya un estudiante de secundaria.
Alisha junto con su hijo, el día en que nació. A la derecha, el niño, ya un estudiante de secundaria.

ReL

"Los bebés como mi hijo no merecen morir por el crimen de otra persona": es el contundente argumento contra el aborto de Alisha Weiler, quien quedó embarazada por violación. Hoy tiene dos hijos, trabaja en cuidados infantiles y reside en Florida. Ésta es su historia, contada por ella misma en Salvar el 1:

Creo que estoy preparada para contar mi historia: cómo quedé embarazada por una violación. Pienso que cuantas más contemos lo que nos pasó más conseguiremos que nos escuchen.



Esto resulta muy duro para mí, pero en algún momento hay que dar la cara.

Cita a ciegas y mucho alcohol 
Cuando tenía 18 años acudí a una cita a ciegas con mi mejor amiga y su novio. Ella estaba embarazada. Se suponía que debíamos encontrarnos en la bolera, pero el vehículo del chico con el que debía citarme no arrancó y quedé con él en el bar de su padre adoptivo.

Ahí bebimos bastante: mi amiga no lo hizo, pues estaba embarazada, pero sí su novio, el chico a quien acababa de conocer y yo misma. Nunca antes había bebido de aquel modo, era bastante ingenua en este sentido. Aquel muchacho siguió sirviéndonos alcohol. Yo estaba por debajo de la edad legal que permite beber, pero no hice caso alguno.
 
Acabé sintiéndome fatal, vomitando en el suelo del baño. Recuerdo que alguien me llevó hasta el vehículo del novio de mi amiga y me dormí.

El frenesí del violador
Me desperté en el apartamento del muchacho con el que había acordado la cita a ciegas. Había solo un sofá y nada de luces. Me pareció muy raro. Aquel chico me colocó en el suelo de la habitación y yo me dormí de nuevo. Me desperté más tarde, desnuda y dolorida, con él encima de mí. Estaba absolutamente aturdida, pero aun así comprendí lo que estaba sucediendo y le dije que parase. Intenté echarle a un lado, pero era más fuerte que yo y no pude. Empecé a chillar. No entendía por qué me habían dejado ahí sola y tampoco que nadie me oyera gritar.
 
Después de violarme abandonó la habitación y me dejó allí, sola. Me puse unos pantalones que encontré en el apartamento. Me senté, las rodillas tocando mi pecho, cabeza gacha entre mis manos, balanceándome adelante y atrás, llorando y confusa. Después de unos minutos, él regresó e intentó violarme de nuevo. Agarró mis brazos y trató de forzarme, pero yo luché con renovadas fuerzas. Se puso histérico y se marchó, dando un terrible portazo.
 
Me incorporé rápidamente, abrí la puerta y grité con todas fuerzas, esperando que alguien me oyera. Temía que aquel hombre regresara. Entonces, descubrí que mi amiga estaba en la habitación contigua. Le conté lo que me había pasado y me dijo que también la había intentado violar a ella. Estaba hundida porque su novio y aquel muchacho lo habían planeado todo. Afortunadamente, a ella no la consiguió violar, pero en la lucha por intentarlo la maltrató de tal modo que acabó perdiendo el bebé que llevaba en su vientre.

Temor y vergüenza 
Su novio no estaba en la habitación en esos momentos así que nos hicimos compañía durante un rato. Poco después, su novio apareció y decidió llevarnos a casa.
 
Nos dejó cerca de la casa de mi amiga; tuvimos que caminar un pequeño trecho. El novio de mi amiga me dijo que el muchacho que me violó sentía mucho lo que me había hecho.
 
A la mañana siguiente mi amiga se dio cuenta de que había perdido el bebé que esperaba. Yo sentía una enorme vergüenza por lo sucedido y no me atrevía a contar a mis padres y a nadie que había sido violada.
 
"¡Mi bebé era un ser humano y merecía vivir!"
Ocho semanas después me di cuenta de que estaba embarazada. Cuando los médicos y enfermeras supieron que había sido por una violación intentaron convencerme de que lo mejor para mí era que abortara el bebé o lo diera en adopción. ¡No me lo podía creer! Estaba traumatizada y querían que lo estuviera todavía más. ¿Más violencia? ¿Más dolor? ¿Por qué iba yo querer matar a una inocente criatura? ¿Por qué Dios iba a concederme ese regalo y yo negarme a recibirlo y arrancarlo de mi vientre como si fuera basura? ¡Mi bebé era un ser humano y merecía vivir!
 
Mis padres supieron de mi violación y embarazo cuando me oyeron hablar por teléfono con una amiga mía. Se entristecieron porque en aquellos dos meses no les había contado nada, pero me dieron todo su apoyo y comprensión, para mí y para el bebé que esperaba. Me habían educado en el respeto a la vida y yo sabía que no estaba bien matar a esa inocente vida que crecía en mi interior.

Los derechos... ¡del agresor! 
Cuando mis padres tuvieron noticia de la violación procedieron a denunciar el crimen cometido. También mi amiga emprendió acciones legales por el intento de violación sufrido y la pérdida de su bebé. Ambas conseguimos órdenes de alejamiento de nuestro agresor.



Todo aquello había sucedido en Florida. Luego, con mis padres, nos trasladamos a Texas cuando mi hijo cumplió cuatro meses; sin embargo, el ritmo de la justicia se iba desarrollando muy lentamente.
 
Mi mayor preocupación era lograr que el agresor no tuviera derechos algunos sobre mi hijo. Pero, en aquel momento, la ley de Florida no nos protegía ni a mí ni a mi bebé. Con todo, poco tiempo antes se había propuesto en aquel estado la ley sobre la custodia de los hijos de los supervivientes de una violación, para terminar con los derechos paternos de los violadores. Así que, para conseguir la protección esperada, conseguí un acuerdo con su abogado por el cual mi agresor renunciaba a sus derechos como padre siempre que yo levantara cargos contra él.
 
Me sentí culpable de no continuar con la acusación porque pensaba que aquel hombre podía continuar sus fechorías con total impunidad; pero mi objetivo primordial en ese momento buscaba mi protección personal y la de mi hijo. Fue muy duro negociar toda aquella situación, incluso el solo hecho de pensar que debía regresar a Florida y encontrarme con él en el juzgado.

Es mi hijo, no el producto de una violación 
Cuando miro a mi hijo nunca le veo como el fruto de una violación. La vida ha sido generosa conmigo y con mi niño.



Es inteligente y buen estudiante. Ahora está cursando séptimo grado en la escuela. Sabe lo que sucedió y está enormemente agradecido de haber podido vivir. Algún día se hará mayor, se casará, tendrá hijos y nietos.
 
Él sabe que mucha gente piensa que si una persona ha sido concebida como resultado de una violación no merece vivir y debe ser abortada. Me ha dicho muchas veces cuán feliz está de que yo no lo hubiera hecho y lo contento que está de vivir. Mi hijo no ha hablado todavía con nadie sobre su historia personal. Estoy convencida que evita hacerlo para que nadie pueda burlarse de él.
 
Le he comentado que nuestro mundo puede ser un lugar frío y duro, pero que yo debía contar mi historia para que la gente sea consciente que esos bebés como él no merecen morir por el crimen de otra persona. Quiero promover el mensaje de que hay muchas mujeres que, como yo, aman a sus hijos concebidos en violación y que, como mi hijo también, merecen vivir y hacerlo sin avergonzarse.
 
¿Por qué hay gente que piensa que está bien arrebatar a esos niños inocentes su derecho a la vida? Es el momento de hablar alto y claro en defensa de esas criaturas que ningún mal han hecho y que merecen que su vida no les sea negada, nunca.
 
Durante muchos años me he sentido como la única mujer que ha sido violada y que ha educado sola a su bebé. No puedo describir la soledad que sentí entonces. Pero ahora, a través de Salvar El 1, he contactado con decenas de otras madres. Quiero que otras mujeres sepan que no están solas, que las apoyamos y las comprendemos.
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